Desde Gilgamesh hasta Jaime Maussan, pasando por el Génesis, el Popol Vuh, los evangelios y Nostradamus, el fin del mundo se ha vaticinado una y otra vez. Muchos profetas han tenido visiones predictivas en las que la humanidad se extingue como especie, y con ella toda forma de vida sobre la Tierra. Llegará un día, nos dicen, en que todo se acabe y sobre el planeta reine el caos absoluto o las tinieblas. Cada vez que se cumple un ciclo en el calendario, cada vez que sobreviene una catástrofe natural, una explosión nuclear o una guerra, la amenaza retorna y nos pone de rodillas. Desde fines del segundo milenio, este discurso parece haberse intensificado. El incontestable cambio climático y sus desastrosas repercusiones, incluida la desaparición de una inmensa cantidad de especies; la fobia del ser humano a reproducirse en los países más industrializados; la inteligencia artificial; la cacería indiscriminada de animales protegidos; la contaminación y el abuso de los recursos naturales, así como las crisis económicas a escala global, hacen pensar que el mundo tal y como lo conocemos corre un peligro inminente. En el número de noviembre hemos querido abordar algunos de estos asuntos cruciales para nuestra sobrevivencia. El dossier hace un recuento de muy diversas extinciones, desde las más íntimas, como en los poemas de Jane Kenyon y C.D. Wright, hasta la sexta gran extinción, la del Antropoceno. Una antología poética de Miguel León-Portilla permite escuchar a los pueblos originarios de México hablar de la desaparición de sus lenguas, algo que da pie a las preguntas siguientes: ¿qué pasa cuando una cultura y una lengua mueren? ¿No es acaso todo un universo el que desaparece? Resulta imposible hablar del fin del mundo sin honrar la memoria de los pueblos invadidos —en nuestro continente y en otras latitudes— que a su manera ya vieron acontecer aquello que nosotros tanto tememos. De esta experiencia, enfatiza el antropólogo ambientalista Carlos Mondragón, nos toca no sólo aprender sino sacar importantes conclusiones. Con esta entrega, la Revista de la Universidad de México pretende poner el dedo en una herida: nuestras acciones, nuestros hábitos cotidianos, pero también nuestra apatía, están contribuyendo de manera decisiva a la extinción de la vida en el planeta.
Imagen de portada: Hiroshima después de la bomba, 1945.