La infancia suele representarse como la época más feliz de una vida humana. Cuando pensamos en ella, nos vienen a la mente canciones e imágenes de niños sonrientes tomándose de las manos. Detrás de esas postales con frecuencia se esconden historias mucho más complejas cuyos protagonistas contarán después a sus lectores, a sus terapeutas, a sus abogados. Los niños son sin lugar a dudas los más vulnerables entre los humanos. Su pequeñez, su debilidad física, su candidez, su mente abierta e impresionable, los convierten en presas fáciles para los depredadores. Durante el último siglo, la sociedad occidental ha cambiado mucho la manera de ver a los niños y de relacionarse con ellos. Los menores —que a principios del siglo XX trabajaban en minas, en fábricas y en plantaciones— tienen hoy muchos más derechos y menos obligaciones. Las enfermedades que condenaban a tantos a morir antes de los tres años, han sido en gran medida contenidas. El maltrato infantil dentro de las familias y las escuelas goza ahora de muy poca tolerancia e incluso algunos padres y maestros se quejan de “tiranía infantil”. Somos por mucho la especie que más prolonga el tiempo de crianza. Cuidamos a nuestros niños como si fueran tesoros. No sólo nos preocupamos por su salud física y psicológica sino que hacemos hasta lo imposible para que vivan esa época de su vida con la mayor plenitud y alegría posibles. Sin embargo, en países como México, El Salvador y tantos otros, muchos niños conocen vidas totalmente alejadas de esta realidad y se ven obligados a migrar hacia el norte, a trabajar, a mendigar o a integrarse al crimen organizado.
La Revista de la Universidad de México ha querido hablar de la infancia y abordar algunas de sus problemáticas. Este número incluye artículos luminosos y esperanzadores como el de “Niños prodigio” de Mathieu Hautefeuille o “La infancia frente al cambio climático” de Luis Zambrano, pero también otros desoladores —aunque no por ello menos importantes— como la crónica “Entre el abismo y el león” de Óscar Martínez, sobre un pequeño mara, o “Una bomba de fragmentación llamada pornografía infantil” de Naief Yeyah. ¿Cómo han cambiado las relaciones entre padres e hijos?, ¿cuáles son los peligros que enfrentan los niños hoy en día?, ¿por qué unos niños se vuelven activistas mientras otros se suicidan o se convierten en delincuentes?, ¿qué lleva a los adultos a añorar tanto su niñez? son algunas de las preguntas que animaron la concepción de este número. Los niños de hoy serán los responsables del mundo de nuestra vejez y también los futuros custodios del planeta. Si como decía Sigmund Freud “infancia es destino” nos corresponde a todos —hombres y mujeres— responsabilizarnos de que sea lo más luminosa posible.