La primera relación que establecen los seres humanos con el mundo se da, casi siempre, dentro del seno familiar. Su núcleo constituye una institución de poder que determina en cierta medida —o completamente si seguimos a Freud— el futuro de los sujetos. Si bien, el mundo ha comenzado a incorporar nuevos modelos en su imaginario, modelos reales que existen, pero que suelen ser vetados por el conservadurismo al no corresponder con la familia tradicional (padre, madre, hijo) —hablo de las familias monoparentales u homoparentales, por ejemplo, o de las familias extensas donde las abuelas, tías y primos tienen un papel primordial, pues todos viven bajo el mismo techo—, lo cierto es que la configuración familiar es compleja y no se somete nunca a rajatabla a los modelos preestablecidos la tradición. Los padres se divorcian, mueren, abandonan, se desentienden, mientras los hijos —considerados personajes pasivos que únicamente habrán de sufrir por la pérdida, resultan muchas veces no sólo testigos de la tormenta—, sino personajes clave para su desenlace. ¿Cómo es la relación que establecen los hijos con sus padres? Sin duda es una relación mediada primero por el amor por el otro, pero también por el poder y la jerarquía; son los padres quienes supuestamente nos enseñan a actuar en el mundo, quienes nos instruyen cómo comportarnos, cómo vivir. Ellos trazan un camino para nuestro futuro, que bien podemos sortear o seguir sin cuestionamientos; no por nada los hijos en la adolescencia se rebelan. El nuevo libro de cuentos de Marcos Giralt Torrente Mudar de piel, una compilación de nueve relatos hilvanados a partir de un mismo eje temático: —la familia— explora distintos escenarios en los que la relación entre padres e hijos, principalmente, aunque en el cuento “Traición” se retrata la relación con un tío y en el texto “Preservar mejor el recuerdo” el reencuentro con un amigo de la infancia, se torna conflictiva. Lo interesante es que Giralt Torrente logra no sólo narrar la materialidad del conflicto, sino adentrarse en la psicología de los personajes y pintarlos en su complejidad, aunque siempre deja claroscuros, espacios de indeterminación que permiten al lector indagar en los sentimientos y motivaciones de cada uno de ellos. En la escritura —como en la vida real— los personajes de Mudar de piel no tienen todas las respuestas consigo, no saben por qué actúan de tal manera: son sujetos complejos con dudas, miedos y dolor, que muchas veces los llevan a actuar de forma enigmática. Si la familia es el hilo conductor de los relatos, vale la pena establecer cómo es la que Giralt Torrente dibuja en sus textos pues, aunque cada uno habla de personajes y contextos distintos, hay algunas hebras que los acercan más de lo imaginado. En un primer momento, las familias de Mudar de piel responden al modelo tradicional nuclear, y digo en un primer momento porque podemos suponer a partir de lo narrado que fue así como se conformaron al principio: un padre, una madre, un hijo o hija. Sin embargo, por diversas circunstancias, esas familias se diluyeron y las nuevas relaciones trajeron consigo diversos conflictos y les otorgaron a los personajes novedosos papeles. En cuatro de los relatos del libro (“Lucía y yo”, “Abrir ventanas”, “Sombras que reverberan” y “Preservar mejor el recuerdo”) la madre de familia ha muerto, por lo que quedan sólo el padre y los hijos, quienes deben lidiar con su nueva circunstancia: ¿qué hacer con la pérdida? ¿Cómo es ese nuevo “nosotros” que se configura? ¿Qué hacer con los intrusos? En el primero de estos cuentos, que es a la vez el primero del libro, “Lucía y yo”, dos hermanos tratan de ahuyentar a las nuevas parejas de su padre, mientras ellos mismos buscan sortear los obstáculos de su relación filial; en “Abrir ventanas” un padre desea comprender a su hija adolescente que crece sin una madre que la guíe y le enseñe a ser mujer en el mundo; en “Sombras que reverberan”, a juicio mío el mejor relato del libro, al que volveré más adelante, un marido narra la relación de su mujer con su madre muerta y su padre enfermo; finalmente, en “Preservar mejor el recuerdo”, la madre es un personaje secundario, apenas mencionado al principio; sin embargo, su mención permite al narrador —y tal vez al escritor— esbozar una clave de lectura para todos los cuentos: “El supuesto desapego si acaso guarda relación con que en la infancia me habitué a querer a personas sin una presencia real en mi vida”. Si en estos cuatro relatos la madre es esa persona ausente, en “Rendijas, islas”, “Un refugio imprevisto”, “Traición” y “Mudar de piel” es el padre la figura ausente, no porque haya muerto, sino porque ha abandonado a la familia. En cada uno de los cuentos los padres correspondientes van y vienen, tratan de redimirse o simplemente no aparecen. La figura del padre ausente parecería un cliché; sin embargo, la realidad y las estadísticas la confirman y refuerzan. Entre la figura de la madre muerta y la del padre ausente, el escritor se decanta por la primera; en los cuentos, la madre se presenta como un refugio al que acuden los hijos buscando protección, no importa si ella existe o no en el mundo material. Por ejemplo, en “Lucía y yo” los hermanos acuden a su recuerdo para confrontar a las mujeres que su padre lleva a casa, todas son rivales de su madre y nunca están a su altura. Sin embargo, la idea de refugio se delinea con mayor claridad en los cuentos “Abrir ventanas” y “Un refugio imprevisto”. En el primero, Elena, la hija del narrador, afirma con certeza que su madre no está muerta, sino que vive en su interior, hecho que le da seguridad no sólo a ella, sino a su propio padre: “Por segunda vez en la noche tuve el presentimiento de que la madre de Elena no podía andar muy lejos y me sentí en paz”. En el segundo relato, la madre presente se transforma, a pesar de los conflictos entre ellos, en un refugio material de su propio hijo: “Lo decisivo es que aprendí que ese refugio existía, y desde ese momento lo usé siempre que el odio a mí mismo se me hizo insoportable”. Sin duda “Sombras que reverberan”, uno de los cuentos más extensos del libro y uno de los más perturbadores, es el que mejor logra retratar la relación entre padres e hijos, así como la manera en que cambia su forma de pensar y sentir el mundo a partir de los acontecimientos narrados en el relato. En el texto el padre de Julia está enfermo y ella decide llevarlo a vivir a con ella y su marido —el narrador— para cuidar de él, del mismo modo que lo hizo con su madre que murió años antes. El padre es una irrupción incómoda en la vida de Julia y ella no logra lidiar con la situación. Igual que en los otros relatos del libro, la relación más estrecha es entre Julia y su madre, a pesar de sus diferencias, y por eso ella logra no sólo cuidarla, sino escribir un libro sobre su muerte. En cambio, con el padre, una figura lejana en su infancia, los conflictos no resueltos le impiden acercársele, cuidarlo y posteriormente escribir sobre él. Nuevamente, la madre es un refugio y el padre un intruso, un extraño. Lo interesante del relato es que es un observador externo, su marido, el que narra, analiza e interpreta lo que está sucediendo en el cuento. Los personajes pasan por el tamiz de su mirada, por lo que no necesariamente son ellos, sino lo que él dice de ellos. Julia y su padre están llenos de vacíos, historias inconclusas, aunque tal vez el vacío más grande es el narrador mismo. El lector no sabe nada de él y aun así sus acciones son determinantes para el desenlace. En el cuento “El refugio imprevisto” encontramos tal vez una explicación anticipada a este hecho: “A veces cuestiones fundamentales se dirimen en una fracción de segundo. De pronto, una ola nos empuja y actuamos conforme a parámetros contrarios a los habituales”. En Mudar de piel de Marcos Giralt Torrente la familia es destino, entre sus páginas es posible encontrar una obsesión con el pasado que se transforma en conflictos no resueltos, reproches mudos y, por supuesto, culpa. Sus cuentos son historias de la cotidianidad que transforman la psicología de los personajes, pero son también una búsqueda de respuestas a preguntas profundas que tienen que ver con quiénes somos, de dónde venimos y cómo podemos lidiar con esa familia que nos tocó en la repartición del mundo porque, finalmente, la familia no es algo que se elija. Al hacer que la mayoría de sus cuentos hablen de la relación entre padres e hijos, Giralt Torrente participa tanto del natural cuestionamiento hacia los padres, como del cuestionamiento propio: “Hay ocasiones a lo largo de la infancia en las que nos es posible colocarnos por encima de quienes nos engendraron y tenemos la facultad de verlos tal como son, sin la veladura de la distancia generacional”. Los cuentos incluidos en él son pesquisa dispuesta a desentrañar las complejas relaciones que se establecen entre padres e hijos. El último texto la engloba: en “Baker y margaritas” unos padres espían a su hija adulta, con la que tienen una relación poco cercana, porque quieren saber no sólo quién es, sino cómo llegó a serlo y qué responsabilidad tienen ellos dentro de ese destino.
Imagen de portada: María Izquierdo, Madre proletaria, 1944
Anagrama, Barcelona, 2018