¿Existe acaso un misterio mayor que la muerte? Entre las pocas cosas que sabemos sobre ella es que no hay posibilidad alguna de evitarla y que, casi siempre, resulta imposible decir cuándo nos ocurrirá. Mucha gente se sirve de esa incertidumbre como de una coartada para postergar el momento de reflexionar sobre ella, de mirarla de frente. Somos como esos niños que se tapan los ojos y piensan que así nadie los verá. ¿Por qué vivimos en esa negación? Posiblemente porque nos representamos la muerte como el final absoluto de todo lo que conocemos y nos es familiar. Este miedo y esta negación moldean a la sociedad más de lo que imaginamos. Llenamos cada instante de ruido y de actividades, desde las más importantes hasta las más fútiles, para no estar nunca solos, en silencio, a merced de esa certeza que asoma, como una sombra ominosa, en los escasos momentos en que nos aburrimos. Chuang Tzu escribió al respecto: “El nacimiento de un hombre es el nacimiento de su dolor. Cuanto más tiempo vive, más estúpido se vuelve, porque su afán angustiado por evadir la muerte se intensifica día a día. ¡Cuánta amargura: vive para algo que no está a su alcance! Su sed de sobrevivencia en el futuro lo vuelve incapaz de vivir en el presente”. Y es que este mundo nos mantiene neuróticamente ocupados o entretenidos hasta el momento en que la muerte hace su aparición, desgarrando la delgada cortina detrás de la cual nos escondemos. Nos toca entonces enfrentarnos a ella sin orientación ni herramientas para manejarla. Así es como ocurre habitualmente, pero no es —ni ha sido— la única manera de hacerlo. En cada cultura ha habido gente que se ha abocado a familiarizarse con la muerte y a prepararse para ella. A partir de una reflexión lúcida y del desarrollo de una serie de prácticas, nos dicen, es posible disminuir el sufrimiento que acompaña este proceso. Más aún, asumir la ineluctabilidad de la muerte —aseguran los místicos de muchas tradiciones—, pensar en ella cada día, ofrece la posibilidad de distanciarnos de nuestros problemas y de vivir nuestra vida con plenitud, disfrutando a cabalidad del momento presente.
El objetivo de este número es ayudarte a iniciar esa reflexión de la mano de médicos, antropólogos, terapeutas, escritoras, poetas y maestros de meditación. Michel de Montaigne nos asegura que nunca seremos tan dueños de nuestra propia vida como cuando asumamos nuestra muerte y nos apoderemos de ella, como hizo Sócrates en su momento. En su texto “Sobre la eutanasia y el suicidio asistido”, Francisco González Crussí recorre los pros y los contras que animan esta necesaria polémica. El texto de Eunice Cortés parte de la muerte de su padre para explicar en qué consisten los cuidados paliativos, la tanatología y el acompañamiento a los moribundos. En una entrevista con el peruano Diego Salazar, Marcela Turati aborda la desaparición de centenares de migrantes en San Fernando, Tamaulipas, pero también la forma en que esta periodista practica un oficio tan lacerante en un país donde la muerte acecha detrás de cada esquina. Luigi Amara fue un valioso consejero para la concepción de este número. Su ensayo y el de su padre funcionan como dos caras de una misma moneda. Los textos de Julieta García, Roberto Martínez, y Rocío Maza describen los rituales mexicanos de la muerte, incluidas las fotografías fúnebres, y las ofrendas del Día de muertos. Los poemas de Piedad Bonnett que aquí reproducimos transmiten como dos relámpagos el dolor por la pérdida de su hijo, mientras que la entrevista a Bertha Blum y Vicente Zarco aborda los delicados temas de la salud mental y el suicidio estudiantil, especialmente después de la pandemia. “Reflexiones sobre la muerte en el budismo”, de Kavindu (Alejandro Velasco), establece un recorrido sobre los principales enfoques que ofrece esta rica tradición. “Expresión intraducible”, de Michela Murgia, es un poderoso cuento en el que la brillante escritora italiana relata una visita médica durante la cual le informan que está enferma de cáncer. Se trata de uno de los últimos textos de esta joven, pero importante autora, fallecida hace tan solo unos meses.
Ayudar a los otros a morir bien es tan fundamental como alistarnos para cuando llegue nuestro turno. Todos fuimos alguna vez un recién nacido indefenso que no habría sobrevivido sin las atenciones de los demás. Las personas que atraviesan el final de su vida son igual de incapaces de cuidarse a sí mismas. Con un poco de preparación podemos reducir su angustia y ayudarlas a irse con la mente en paz. Esperamos que este número te oriente sobre los recursos que existen hoy en día y te otorgue algunas claves para que realices tu memento mori.
Imagen de portada: Praga, 2020. Fotografía de Christophe Maertens. Unsplash.