A Hermann Bellinghausen y a José del Val, por su complicidad.
A nadie se le ocurriría negar que la historia moderna de nuestro continente está basada en un genocidio y en el sometimiento de los pueblos y las culturas que viven aquí desde antes de la llegada de Cristóbal Colón. Aunque la situación ha mejorado, la verdad es que desde el siglo XVI América no ha dejado nunca de estar colonizada. Todos los días se ejerce la discriminación; todos los días se fuerza a los indígenas a que dejen de hablar su lengua y adopten la del opresor; todos los días se amenaza con despojarlos de su cultura, de sus tradiciones y de sus territorios; todos los días, bajo el pretexto de integrarlos a la “modernidad” o al “progreso”, se pretende invisibilizarlos. El colonialismo tiene muchas caras. Las acciones extractivistas de las grandes empresas, la intervención del ejército en las comunidades, la ciencia enfocada en obtener recursos de la naturaleza, las escuelas que privilegian a una cultura hegemónica y desprecian a las otras, son sólo algunas de ellas.
La historia de nuestro continente es también la de una larga serie de rebeliones y movimientos sociales. Desde Gerónimo y Tupac Amaru hasta los Protectores del Agua en Standing Rock, pasando por el EZLN y el Idle No More, un mismo espíritu de libertad y reivindicación anima a esta tierra. Abya Yala es un vocablo guna adoptado como alternativa al colonial América por los dirigentes y voceros de la resistencia indígena, desde Alaska hasta la Patagonia.
Hay muchas maneras de llamar a los descendientes de los primeros pobladores de estas tierras. Algunos Estados han elegido etnias o indígenas, para negarles el estatuto de naciones. Mientras que los mapuche se rehúsan a ser llamados así, los aymara afirman: “si como indios nos conquistaron, como indios nos liberaremos”. Pueblos originarios, por otro lado, enfatiza su antigüedad y por lo tanto su derecho de suelo, pero soslaya su existencia en la actualidad. Estos pueblos no sólo pertenecen al pasado, como tampoco pertenecen al pasado las injusticias cometidas contra ellos.
No podemos seguir ignorándolo: lo que hemos considerado normal desde hace tantas generaciones es en realidad un motivo de vergüenza. Por eso, en esta ocasión, la Revista de la Universidad de México ofrece sus páginas como espacio de diálogo entre intelectuales, activistas, y poetas indígenas de nuestro continente. En vez de volver a los antropólogos que durante años los convirtieron en un curioso objeto de estudio, preferimos leer los textos de la lingüista mixe Yásnaya Elena A. Gil sobre el cansancio que genera vivir en constante resistencia; del poeta guna Arysteides Turpana, acerca de la situación de su comarca; de la activista sarayacu Patricia Gualinga en torno a la filosofía del buen vivir, y de la socióloga maya k’iche’ Gladys Tzul Tzul, quien narra la campaña de las mujeres de Tzejá en contra del alcoholismo; preferimos escuchar sus versiones, sus demandas, sus propuestas, su poesía. Al leerlos, resulta fácil encontrar puntos comunes: uno es la preocupación por la salud de la Tierra. Otro es la denuncia del incumplimiento por parte de los Estados colonizadores que han firmado con ellos acuerdos de autonomía —como los de San Andrés Larráinzar—, y nuestra apatía para exigir que los gobiernos cumplan esas promesas. Otro es que en muchos países los intentos por cambiar la situación de los pueblos indígenas han sido descritos como terrorismo por los medios nacionales de comunicación, como una medida para deslegitimarlos. Los movimientos indígenas traen consigo cuestionamientos imprescindibles para el mundo moderno. Por una parte, dado que estos pueblos no conciben su identidad separada de un entorno natural sano y en equilibrio, la lucha por la defensa de sus territorios es también por preservar la naturaleza. No sólo la que los rodea sino la de todo el planeta. Por otra, su constante búsqueda de modelos de organización comunitaria cuestiona el capitalismo e incluso la democracia liberal. Finalmente, en un mundo globalizado que nos uniformiza cada vez más, las culturas de estos pueblos constituyen hoy en día un acervo de conocimientos tradicionales invaluable. John Ralston Saul lo enuncia muy bien: “Los pueblos indígenas […] seguirán amasando fuerza y poder. La pregunta que cada uno de nosotros debe plantearse es si queremos desempeñar nuestro papel como ciudadanos —como personas que cumplen su palabra—, o si vamos a aferrarnos a nuestros viejos hábitos”. Antes de tomar una decisión, te proponemos, querido lector, que hagas silencio, que escuches o leas lo que aquellos que han sido silenciados durante tantos siglos —los sin voz, como dicen en Chiapas— tienen para decir. Quizá descubras que entre sus anhelos y esperanzas hay muchos que también tú suscribirías.
Imagen de portada: Oswaldo de León Kantule, Abya Yala sumergida, 2010. Cortesía del artista