dossier Extra-Terrestre SEP.2023

El cosmonauta

Ángel Arango

Git flageló a Nuí.

​ Ella dio saltos de alegría sobre el polvo azul.

​ —Acércate —dijo Git.

​ Nuí avanzó con sus pinzas y se las enseñó a Git. Un tentáculo de Git rodó echando humo hacia Nuí.

​ —¡Córtalo! ¡Córtalo! —suplicó Git. Nuí lo mordió en tres partes: ¡choc! ¡choc! ¡choc! Se comió una. Git se comió otra.

​ La tercera escapó corriendo sobre el polvo azul y dio un hijo. Nuí agarró al otro hijo de Git por un tentáculo y le cortó la mitad.

​ —Más, más… —pidió él.

​ Pero Nuí estaba detrás del pedazo que había cortado; se le fue entre el polvo.

​ Nuí se dio golpecitos en el carapacho con las pinzas y lanzó un chorro amarillo encima de Git.

​ Mut era un testigo mudo de los juegos de Git y Nuí.

​ La nave había sido desviada de su ruta por la interferencia de una corriente de partículas meteóricas y el hombre se vio obligado a aproximarla al planeta para evitar un choque fatal. Luego la fuerza de gravedad la atrajo y fue descendiendo en zigzag, utilizando el motor de freno como compensación.

​ —Así podré revisar los instrumentos y esperar a que termine el flujo meteórico… —se dijo el cosmonauta.

​ Primero la nave era un punto negro en el cielo. Acercóse a la superficie como una partícula estelar, creciendo hasta tomar su forma definitiva sobre el polvo azul, que se apartó inmediatamente dejando lugar al oxígeno que respiraba la nave para protegerse, y que pronto vino a formar una mancha roja debajo de ella.

​ Git, Nuí, Mut y los demás nunca habían visto un meteorito tan extraño: más brillante que los otros, menos caliente, más simétrico. Git se extendió sobre la nave. Su ojo blanco temblaba y las múltiples esferas cerebrales de sus tentáculos se humedecieron. El sudor de los pequeños cerebros a lo largo de sus tentáculos corría por el cristal de las ventanillas.

​ —¡Muérdeme! —suplicó a Nuí, y ella, ¡choc!, le cortó otro trozo de tentáculo, que dio un hijo más.

​ Como ocurría cada vez que caían meteoritos, su instinto de reproducción era exaltado y el proceso de cortar tentáculos se multiplicaba.

​ Nuí mordía los tentáculos de Git con las pinzas y los pequeños pedazos se iban rodando y crecían con rapidez. Mut se extendió longitudinalmente sobre el estimulante polvo azul; alargándose, avanzó sobre la nave y formó varios anillos en rededor. Luego se subdividió y cada anillo fue a su vez tendiéndose a lo largo sobre el polvo azul y subdividiéndose.

Fotografía de Sigmund, 2021. UnsplashFotografía de Sigmund, 2021. Unsplash

​ Movido por la necesidad de establecer contacto y por la confianza en sí mismo, el cosmonauta apareció en la puerta de la nave, contemplando a los curiosos pobladores del polvo azul. Solo en su traje ancho, la cabeza dentro del casco de cristal que emitía chispas por las antenas frente a sus ojos, descendió por la escalera y se adelantó hacia la multitud. Los otros quedaron sorprendidos ante aquel ser que salía de un meteorito y caminaba sobre dos tentáculos, moviendo otros dos en el aire.

​ Mut preguntó:

​ —¿De dónde vendrá? Nunca habíamos visto a nadie en un meteorito.

​ —Extraño, extraño —comentó Nuí, e hizo ¡choc! ¡choc! en el aire con sus pinzas.

​ La osadía del hombre creció al verse como un rey, delante de todos aquellos personajes que permanecían inmóviles, analizándolo a través de sus múltiples tentáculos llenos de esferas cerebrales; miles de ojos pensantes sobre el hombre, escrutándolo, penetrándolo, tomando su imagen y movimientos, apoderándose de sus formas.

​ Entró en el polvo azul. Los demás vieron cómo se movía cómodamente sobre sus pies, mirándolo todo y lanzando constantes chispas entre ceja y ceja.

​ —Háblale —sugirió Mut—. Dile cualquier cosa…

​ —¿Quién eres? —preguntó Git.

​ El cosmonauta no recibió nada. Su casco de cristal continuaba despidiendo chispas entre ceja y ceja. Pero tuvo una cierta intuición de que querían entablar un diálogo. Lo mejor que pudo hacer fue lanzar más chispas, esta vez azules.

​ Git, Nuí, Mut, y los demás entendieron que eran un símbolo de paz.

​ —Sus palabras son azules como nuestro polvo —dijo Mut—. Quiere decirnos algo…

​ —¿Por qué será tan pequeño? —preguntó Nuí.

​ Git señaló:

​ —Tiene dos cerebros gemelos que le brillan. Los abre y los cierra; miren bien. Y por encima de los cerebros nos habla con palabras de luz azul.

​ —Sí —dijo Nuí—. ¿Qué edad tendrá?

​ —Debe de ser muy joven —especuló Mut—. Sus tentáculos son cortos…

​ Nuí se dirigió al hombre.

​ —Acércate —le dijo—, acércate.

​ El cosmonauta no oía absolutamente nada.

​ Nuí entonces se le aproximó.

​ —¿Estás solo? ¿No hay más contigo?

​ Los demás miraron hacia la puerta exterior de la nave, que había quedado abierta. Pero nadie se asomaba. Uno de los tentáculos-hijos se fue corriendo y trepó por la escalerilla.

​ El hombre, que lo había visto, siguió intentando entablar conversación.

​ “Son juguetones y pacíficos —se dijo—. Los pequeños parecen cachorros”.

​ Y, efectivamente, los pequeños eran los que más se acercaban para verlo.

​ “He causado conmoción”, volvió a pensar el hombre.

​ Mut preguntó:

​ —¿Cómo serán sus hijos?

​ Y se subdividió para que el visitante entendiera lo que se hablaba.

​ Nuí, observándolo de cerca, vio que se parecía a Git, aunque sus tentáculos carecían de cerebros.

​ —Es tan joven que aún no tiene —se dijo.

​ Entonces Nuí se dejó llevar por la curiosidad, más que por las ganas de procrear, y le cortó los brazos al hombre con sus pinzas: ¡choc! ¡choc!

​ Mientras se desangraba, el cosmonauta sintió que le faltaba el aire y lo último que pudo oír fue otra vez ¡choc! ¡choc! ¡choc! ¡choc!

*Three Man Standing on Rocky Shore During Daytime*, 2021. Fotografía de Mike Kiev, 2021. UnsplashThree Man Standing on Rocky Shore During Daytime, 2021. Fotografía de Mike Kiev, 2021. Unsplash

Este cuento pertenece a Ángel Arango, ¿Adónde van los cefa­lo­mos?, Ediciones Revolución, La Habana, 1964, pp. 61-67

Imagen de portada: Three Man Standing on Rocky Shore During Daytime, 2021. Fotografía de Mike Kiev, 2021. Unsplash