No se puede decir que los humanos nos quedemos cortos en lo que respecta a intervenir la química cerebral con sustancias que agitan el enmarañado de neuronas en pos de estados alterados de conciencia. Al contrario, desde el comienzo de sus días, el mono parlante se ha empeñado en ampliar la vasta farmacopea a su disposición para sacudir los grilletes de la sobriedad y abrir las puertas de la percepción de par en par. Tal es el caso con cientos de plantas y hongos ansiados por sus dotes psicoactivas, catalizadoras de rituales, sazonadoras de la recreación, válvulas de escape de contextos opresivos o facilitadores del sosiego. Sin embargo, cuando de animales se trata nos hemos mostrado un tanto tímidos. Los terrenos de la zoología alucinógena permanecen como una frontera borrascosa y poco explorada en cuya dirección sólo los psiconautas más osados se aventuran. Ni siquiera William Burroughs o los beatniks consideraron propicio embarcarse en una expedición hacia tales confines de la experiencia humana; el propio Antonio Escohotado, navegante diestro como pocos de las aguas mentales, se muestra reservado ante las intimidantes fuerzas en juego. Abramos, pues, el bestiario de fieras con propiedades psicotrópicas y no olvidemos que en estos lares hasta el mismo Don Juan de Carlos Castaneda se sentiría desconcertado.
La miel loca del Himalaya
En unos cuantos parajes selváticos de Nepal habita la abeja gigante de los Himalaya (subespecie de Apis dorsata), que no sólo figura como la especie productora de miel de mayor tamaño del planeta, sino que su elixir posee propiedades psicotrópicas sobresalientes. Hacerse de los preciados enjambres no es sencillo, pues estos himenópteros salvajes anidan en la cima de riscos escarpados. Para llegar hasta ellos, los cazadores de miel de la cultura Kulung se remontan a técnicas tradicionales, suspendiéndose sobre el abismo únicamente por medio de escaleras de cuerda y a merced de los piquetes de las furibundas abejas. Vale la pena, pues la miel alucinógena se vende en el mercado negro asiático hasta en ciento cincuenta dólares por kilo, suma nada despreciable en estas latitudes castigadas severamente por la pobreza. El carácter psicoactivo se debe al néctar neurotóxico de ciertas especies de flores de las que se alimentan las abejas. Su ingesta, que nunca debe exceder las tres cucharadas, ocasiona una purga sistémica, con orina, vómito y defecación, “después de la purga, uno alterna entre luz y oscuridad, en momentos puedes ver y en otros no. Un sonido —jam, jam, jam— pulsa en la cabeza, como el que hace el enjambre. No es posible moverse, pero aun así se está completamente lúcido. Esta parálisis dura poco más de un día”.1
Sapo del desierto de Sonora (Buffo alvarius)
Agazapado al pie de una farola en las afueras de Caborca, en el noroeste mexicano, el apacible anfibio podría aparentar que no posee mucho más que un semblante taciturno y una fisonomía que lleva el término robusto hasta sus últimas consecuencias (imaginemos una toronja cubierta de verrugas, con cuatro patas anchas y cortas). No obstante, para el naturalista versado y todo aquel que esté al tanto del prodigio bioquímico que aguarda bajo la piel grumosa del rotundo anuro, no queda más que experimentar el más profundo asombro y respeto: embebidas en su veneno lechoso se encuentran las dos sustancias psicoactivas más potentes que se conocen: 5-MeO-DMT y bufotenina (5-OH-DMT).2 Ambos compuestos pertenecen a la familia de las triptaminas —derivados indólicos similares al triptófano— que, al igual que el resto de enteógenos afines al DMT, interrumpen la recaptura de serotonina, y provocan alteraciones significativas en la esfera perceptual, tórridas alucinaciones con los ojos abiertos o cerrados y una translocación absoluta de las relaciones espacio-temporales. Los efectos comienzan desde los primeros segundos tras la exposición y se extienden de cinco a quince minutos; cabe remarcar que para el consumidor el tiempo subjetivo del trance pareciera durar varias horas.
Los usuarios reportan profundos cambios en su perspectiva ontológica, experimentando el vacío o los confines del universo, fuerzas aterrorizantes y todopoderosas, cambios completos en la percepción y en la identidad seguidos por un abrupto regreso al estado ordinario de conciencia. Debido a la naturaleza e intensidad de la experiencia, las personas necesitan compañía para que les sostenga la pipa, ya que muchas veces el viaje comienza antes de terminar la segunda aspiración.3
Al contrario de lo que podría dictar el imaginario popular, para tener acceso al rampante frenesí alucinatorio uno no lame al sapo, sino que se lo fuma.4 El procedimiento se remonta a tiempos ancestrales —yaquis y seris consideran la sustancia como medicina y la emplean de manera ritual—.5 Es imperante tener cuidado con la dosis, pues desde concentraciones pequeñas (3 a 5 mg) se pueden registrar efectos inauditos que varían en función del metabolismo de la persona, su estado emocional y la experiencia previa que tenga en el consumo de psicodélicos. A menos que se cuente con una disposición para el delirio equiparable a la del gran Hunter S. Thompson, no es aconsejable pasar de los 50 mg. La experiencia adquiere carácter transcendental para el consumidor, que infaliblemente la considera como lo más fuerte que ha vivido. En palabras de quienes han visitado los linderos de la mente humana de la mano del sapo: “es como ver a través de los ojos de Dios”; “sentí que todo el juego cósmico se estaba acabando, que habíamos recuperado nuestros superpoderes creadores, que el mundo conocido estaba siendo reemplazado de nuevo por el paraíso primigenio”; “¿quién habría de decir que en el veneno de un sapo está contenida toda la luz del universo?”.6
Rana gigante de hoja del Amazonas (Phyllomedusa bicolor)
Con sus más de diez centímetros de largo, esta rana se perfila como una de las especies arborícolas más grandes del mundo. Posee una apariencia en definitiva más digna de sus dotes psicoactivas que el sapo antes mencionado; ostenta una coloración verde brillante sobre el dorso, el vientre amarillo crema y un semblante desquiciado. Sus secreciones cutáneas —que incluyen péptidos con actividad neurológica como demorfinas y deltrofinas (opiáceos), y phyllomedusina (que contrae músculos y es un vasodilatador potente)—7 son utilizadas por los katukinas, kaxinawás y ashaninkas, entre otros grupos indígenas de Brasil, en el ritual Kambó, práctica que, junto con la ayahuasca, atraviesa por una especie de furor global, y que, debido a algunos casos fatales, ha comenzado a recibir atención de la prensa.8 La forma de administración es sumamente intrusiva, tanto para el organismo como para el usuario; involucra amarrar al anuro de las extremidades, que queda como crucificado, y realizar incisiones profundas sobre la piel de la persona que desea saborear los efectos de sus toxinas. El chamán raspa con una espátula la dermis para recoger el veneno, lo deja secar sobre una vara de bambú y lo introduce por medio de punciones sobre el interesado. Transcurridos unos minutos se desata una transpiración profusa y un dolor descomunal, “arde como si te quemaran por dentro”, aseveran algunos, “notas el corazón en la garganta”; el sufrimiento persiste y aumenta de intensidad hasta que desemboca en vómito, con el cual se alcanza el estado anhelado: alivio, euforia, lucidez y un sentimiento de purificación radical. El trance dura aproximadamente quince minutos. Gracias al alivio inmediato y avasallante, el Kambó se ofrece como remedio milagroso para paliar la depresión, adicciones, diabetes, asma, migraña, alergias, úlceras, cirrosis y hasta cáncer. Promesas riesgosas de sanación que no están sustentadas por ningún estudio riguroso.
El pez que hace soñar (Sarpa salpa)
Un habitante común en los mares del Atlántico, merienda habitual sobre la mesa mediterránea desde tiempos romanos, esta especie del grupo de las doradas puede causar serios estragos mentales en quien consume su carne. No es frecuente, pero existen registros históricos y recientes sobre intoxicaciones que han devenido en estados similares a los ocasionados por el LSD en su carácter más pesadillesco: delirios febriles y pavorosos, alucinaciones visuales y auditivas que duran cerca de 36 horas.9 No está claro cuál es el compuesto activo causante de tales visiones; el hecho de que los casos sean aislados y esporádicos sugiere que proviene de su dieta —quizá del fitoplancton tóxico que crece en el pasto marino (Posidonia oceanica)— y no propiamente de una triptamina afín al DMT perteneciente al pez.
Escorpiones asiáticos
En Pakistán, Afganistán y ciertas zonas rurales de la India, fumar escorpiones secos se ha vuelto una práctica popular e incluso un problema serio de adicción. Al parecer, los efectos son más intensos que los del hachís y se extienden hasta por diez horas, produciendo alucinaciones equiparables a las de la mezcalina. De acuerdo con el doctor Azaz Jamal, del hospital técnico de Khyber, los adictos a fumar estos arácnidos desarrollan desórdenes alimenticios y del sueño y comienzan a vivir en un estado de constante delirio.10 Hasta aquí llegan los integrantes del bestiario psicotrópico cuyos efectos han sido escudriñados por la ciencia. En distintas latitudes se escuchan rumores sobre otros animales que podrían engrosar el catálogo. En Sudán se confecciona el Umm Nyolokh a partir de hígado de jirafa, que el pueblo humr codicia por sus propiedades alucinógenas, y en la India se asevera que, si se fuman vestigios de lagartija casera mezclados con opio, los efectos narcóticos aumentan de manera exponencial. Asimismo, existen reportes sobre serpientes, esponjas marinas, hormigas y aves cuyos tejidos podrían albergar sustancias psicoactivas prometedoras. No deberíamos sorprendernos si la próxima droga recreativa que inunde los mercados proviene de una medusa.
Imagen de portada: Sapo del desierto de Sonora, Buffo alvarius. Ilustración: Ana J. Bellido.
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Mark Synnott, “The Last Honey Hunters”, National Geographic, julio de 2017, vol. 232, núm. 1 , pp. 80-97. ↩
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A.T. Weil y W. Davis, “Buffo Alvarius: a Potent Hallucinogen of Animal Origin”, Journal of Ethnopaharmacology, vol. 41 (1-2), 2 de enero de 1994, pp. 1-8. ↩
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Karina Malpica, “Medicina del sapo Alvarius” (2016). Todo lo que se precisa saber sobre el 5-MeO-DMT yun poco más, testimonios, historia y referencias en medicina ancestral del sapo lavarius. ↩
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Por vía oral, las triptaminas son degradadas por enzimas digestivas antes de surtir efecto, a menos que se ingiera un inhibidor de enzimas de monoamino oxidasa (IMAO), como en el caso de la ayahuasca o yagé —famoso brebaje amazónico preparado a partir de bejucos que presentan IMAO y plantas que contienen DMT—. ↩
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En El profeta del sapo (2016), Alejandro Mendoza ofrece una buena crónica de su experiencia con el sapo; documental y nota pueden ser consultados en www.vice.com. ↩
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El testimonio completo de Alejandro Martínez Gallardo, “Me acuerdo de la primera vez que fumé 5-MeO-DMT la molécula de Dios” (2010), está disponible en www.pijamasurf.com. ↩
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J.W. Daly, J. Caceres, R.W. Moni, F. Gusovsky et al., “Frog secretions and hunting magic in the upper Amazon: identification of a peptide that interacts with adenosine receptor”, PNAS, 15 de noviembre de 1992, vol. 22, pp. 10960-3. ↩
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Leire Ventas, “Kambó, el polémico veneno que se usa en Sudamérica para curarlo todo”, BBC Mundo, 27 de abril de 2016. ↩
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Luc de Haro y Philip Pommier, “Hallucinatory Fish Poisoning (Ichthyoallyeinotoxism): Two Case Reports From the Western Mediterranean and Literature Review”, Clinical Toxicology , vol. 44, Filadelfia, 2006, pp. 185-188. ↩
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Ullah Izhar, “Smoking Dead Scorpions is Kp’s Latest Dangerous Addiction”, 15 de abril de 2016, en www.dawn.com. ↩