Me gusta reír hasta que
se me secan los ojos
la boca, los dientes.
Hasta que se me tuerce
el estómago y todos los órganos.
Hasta que salta algún verdugo
y mira con cara de muerte.
Y también me gustan
los amigos que ríen,
los esposos que ríen.
los hijos que ríen,
los padres que ríen.
Me gusta la risa abierta.
No me gustan las cobardías.
Ésos que se tapan la boca.
Me gusta el silencio
cercenado por la risa.
El color de ese aspaviento.
Me gusta la noche y la risa.
Y aquello que la provoca.
Ese tropel de caballos
que dinamita el aire.
Me gustan los borrachos que ríen
pero sólo quienes logren sostener
su alegría en pie. Los prefiero
a los cariñosos, a los que reparten
abrazos de bribones.
Me gusta la risa de los niños.
Las que turban la tarde. Las que suben
y bajan la marea del tiempo
y suenan con eco.
Me gusta el público que ríe.
Reír entre desconocidos
es una hermandad hecha de fuego.
No hay manera de odiar
a quien compartió la risa.
Me gustan las amigas cuando ríen.
Las mujeres que sueltan sus demonios
y se vuelven una legión indestructible.
Me gustan los tímidos cuando ríen
y se les desliza de la boca
algo más vergonzoso que un pedo.
Me gustan los enfermos cuando ríen
porque a todos nos contagian de salud.
Y me gustan esos que son capaces
de reír para las fotos. De ellos depende
inmortalizar la alegría.
Me gustan los espontáneos,
los ingeniosos, los que sacan
de cualquier lado carcajadas
de galeras.
También me gustan las excursiones,
las clases, los ascensores, hasta las leoneras
cuando ingresan turbas de risueños.
¡Pero no sé por qué
no me gustan los payasos!
Quizás porque a la risa
la prefiero siempre autónoma
libre, empoderada.
Imagen de portada: Máscara del soldado Heraya para teatro Kolam, Sri Lanka. Wellcome Collection CC