La construcción de los diversos movimientos de mujeres en el mundo responde sin duda al hartazgo generalizado de una lógica neoliberal y machista. Para hablar de una de las tantas luchas me gustaría acudir a una forma propiamente feminista de narrar, ya que el feminismo no es sólo una corriente de pensamiento sino también una práctica de vida y una metodología de construcción artística. A diferencia de la historia contada desde la visión colonial y patriarcal, en el feminismo los liderazgos son muchos, diversos y la mayor parte carece de nombre. Dicho de otro modo, los nombres no son tan importantes como los sucesos. Cuántos grandes descubrimientos no ocurrieron en conversaciones de alcoba, que luego quedaron registrados bajo un solo nombre. Cuántos movimientos, que son en realidad colectivos, sólo obtienen autoría en los liderazgos visibles. La historia de cómo surge un movimiento feminista robusto y extenso entre las mujeres de teatro en México tiene muchos inicios, muchas fuentes e historias personales. Tiene en su forma la lógica de una de esas coloridas colchas de cuadros tejidos de estambres. No hay un centro, ni un arriba, ni un abajo. Lo que sí hay es un cobijo diverso con el que nos hemos ido tapando muchas. En esta idea, trataré de no ceder a la tentación de contar la Historia del movimiento de mujeres de teatro en México, sino mi historia como parte del mismo. Quisiera narrar el momento que vive el teatro mexicano en el terreno de su despertar feminista desde la mirada personal, porque lo personal es político, pero dejo claro también que la mirada que narra no es solitaria. Ha sido alimentada con cientos de voces de las mujeres de teatro que me han acompañado en conversaciones cortas, en ensayos, en grupos de Whats. Las mujeres de teatro estamos definiéndonos como feministas de muchas maneras.
Es 1993. Asisto a una conferencia de hacedores de teatro. La única mujer es la legendaria Jesusa Rodríguez, que les pone una arrastrada a los cuatro barbones con los que comparte la mesa. Habla un poco de feminismo, pero sobre todo habla de su disidencia con el teatro institucional y la libertad de hacer, en su propio teatro, lo que le da la gana. Sobra decir que Jesusa fue el personaje más simpático de la tarde y que los señores barbones se dejaron ver como un cartón serio, de un teatro serio, de un mundo serio…, es decir, aburridos. Desde ahí me volví fan de Jesusa y un par de años después me acerqué a su teatro, para nunca más salir de él. Me maravilló su brillantez, arrojo y complejidad, pero en ese entonces, sobre todo, me atrapó su libertad para interpretar sin miramientos personajes masculinos y femeninos, y contar cualquier historia que se le diera la gana. Se puede ser una creadora libre, pensé. Aprender que no tenía que contar las historias que no me representaban sembró en mí la semilla de mi propia disidencia.
En 1996 voy a ver este montaje de Sabina Berman. Me fascina su dramaturgia. En aquella historia, el machismo tipo Villa y su versión contemporánea —el machín de izquierda— quedan francamente mal. La obra tiene un éxito arrollador. La sensación que tengo es que puedo aspirar a ser una mujer liberada como el personaje protagónico. En el 2000, Sabina Berman (de nuevo) escribe Feliz nuevo siglo doktor Freud en donde hace una crítica mordaz sobre la construcción de la idea de lo femenino, esta vez atizando contra uno de los genios del mundo: Freud. ¿Freud es un machín? Todo parece indicar que sí. Pero si Freud es un machín, ¿quién no lo es?
En 1998 unas amigas de teatro nos juntamos para hacer un espectáculo de cabaret. El tema fue nuestra preocupación del momento: el amor. El amor y —como era cabaret— la política. Hacíamos sketches sobre el EZLN, el presidente Zedillo, Vicente Fox, la economía, el star system, etcétera. En nuestros espectáculos algo nos preguntábamos sobre el rol de las mujeres en el mundo, algo sobre el acoso sexual, pero la verdad es que no le entrábamos tanto al tema, no sabíamos por dónde. Nos daba miedo que la gente no viniera a vernos por “feministas”. En ese momento ser una artista feminista sonaba a ser una artista panfletaria. Ése fue el nacimiento de Las Reinas Chulas. Durante los primeros años la pregunta obligada de las entrevistas es: ¿cómo hace un grupo de mujeres para no matarse, ya que es vox populi que “mujeres juntas ni difuntas”? Nosotras sonreímos para no quedar mal, aunque nos zurre la pregunta. Poco a poco vamos comprendiendo que esa pregunta es el inicio de una tonelada de prejuicios que tendremos que enfrentar. Decidimos hacernos una organización horizontal en la que ninguna tuviera más poder que la otra, en la que las decisiones fueran por consenso aunque nos tardáramos más. Con los años vamos aprendiendo, porque nada en el mundo funciona así, pero el mundo no es referente, el mundo no funciona bien. Aprendemos de feminismo y de activismo. Las señoras feministas nos “adoptan” y nos educan con una generosidad sin precedentes y nos protegen las individualidades. Logramos comprender que la colectividad nos hace más fuertes. La colectividad feminista nos hace más fuertes.
En el 2000, paralelo a la Muestra Nacional de Teatro, se organiza el Primer Encuentro de Mujeres de Teatro. Yo era de las asistentes jóvenes. No recuerdo mucho, salvo que era difícil hablar de teatro lésbico. Se le nombraba “teatro de mujeres, para mujeres”. Las señoras, es decir, las teatreras de renombre, compartían una serie de ideas y preocupaciones sobre formar parte de un movimiento mundial de dramaturgia y sobre el hacer teatral de mujeres. No recuerdo que hayamos hablado de machismo o patriarcado. Tampoco recuerdo si alguna se asumía abiertamente feminista. Yo sé que yo no. La palabra feminista sonaba ruda y corrías el peligro de que te etiquetaran en lo que ya había sido superado. No era muy de vanguardia que digamos. Rescato de aquel encuentro los lazos. Las que empezábamos nos conectamos y eso fue fuerte e importante. Localizar en el mapa a las que son como tú empodera por sí mismo. Interesante descubrimiento. Rescato sin duda la ocupación y preocupación de señoras por conectarse y enraizarse entre diversas generaciones.
En el 2016 una compañera hacedora y funcionaria de teatro relató cómo fue acosada cuando era una niña por un vecino y cómo el acoso estuvo y está siempre en nuestras vidas de teatro, porque así es la educación artística, porque así es el patriarcado, porque así es el mundo, porque sí, porque somos mujeres y aunque seamos artistas rodeadas de compañeros artistas, no nos salvamos de la lógica de la misoginia en el mundo. Su post tuvo medio millón de vistas orgánicas y cimbró a la comunidad teatral. Todas empezamos a publicar con ese hashtag. Recuerdo que la mayor parte de los comentarios de los compañeros iba en función del “no sabía que el problema era tan grande”. En efecto, parecía epidemia. Nos había pasado a todas. Pero, más importante, nos dimos cuenta de que podíamos decirlo en voz alta y de que eso nos hermanaba y nos identificaba. Mujeres acostumbradas a hablar en voz alta sobre un escenario entendimos que había cosas sobre las que no se hablaba y empezamos a preguntarnos el porqué.
En 2016 estalla el escándalo de Felipe Oliva. Un director y maestro de teatro que acosa y viola a varias actrices. En conversaciones informales entre compañeras y con el liderazgo valiente de las denunciantes, en 2017 nos lanzamos a proponer a la Coordinación Nacional de Teatro que realizara un diagnóstico a partir de entrevistas y un encuentro sobre la situación de la violencia de género y el abuso de poder en nuestras escuelas, ensayos, compañías e instituciones. No hay sorpresas: como el resto del mundo, el teatro también es patriarcal y normaliza la violencia y el machismo.
En el 2018 y empoderadas por el diagnóstico obtenido, ya con la mirada más o menos anuente de la institución, emprendemos una campaña para lograr la paridad en la Muestra Nacional de Teatro. En las carteleras, las obras escritas o dirigidas por mujeres son una franca y aterradora minoría. No hay sorpresas: el comité curatorial no acepta la paridad. A partir de esta discusión surge la Liga Mexicana de Mujeres de Teatro que aglutina a unas trescientas personas de todo el país. 2018. La Liga tiene su primer encuentro con recursos propios, con alguna ayuda de la institución y todo el entusiasmo posible. Logramos juntarnos (unas cien) en los dos días previos a la Muestra Nacional de Teatro. El rumor se corre y de pronto, gracias a algunas pequeñas pero significativas acciones, el nombre de la liga se inserta en el teatro nacional. La Liga se mueve, se va transformando, se hace fuerte, se debilita, se recompone, se hace más grande, se diversifica. Se forman equipos de trabajo que se van haciendo fuertes grupos de amistad, solidaridad, entendimiento, educación y discusión feminista. No funciona de manera corporativa, no hay jefas, los liderazgos se van creando y son móviles. En las discusiones de los grupos, las que tenemos más edad nos peleamos con las formas de las más jóvenes y nos confrontamos con nuestra propio conservadurismo. La Liga se mueve y va cambiando porque es, ante todo y como buen capítulo feminista de la Historia, movimiento. El #metooteatromx provoca que mucha de la presencia pública de la Liga se concentre en el tema de la violencia sexual. La lucha no es menor ni sencilla. Caen algunas vacas sagradas, pero aún muy pocas para el tamaño del problema. Hace unos meses las actrices de cine y tele se unieron a la ola internacional del Me Too y todas juntas (teatro también) nos manifestamos públicamente en la segunda entrega de los premios Metro. ¿Cuál es el estado de las cosas? En muchos sentidos, desorganizado. Pero como buena colcha, todo comienza con una canasta llena de tejidos revueltos que por fin se encuentran. Las mujeres de teatro en México nos estamos encontrando de manera irremediable. Esto ya no tiene marcha atrás porque descubrimos que, al igual que todas las demás, ganamos menos, cuidamos más y somos objeto de una violencia específica por ser mujeres. Tarde, quizá, pero descubrimos que el arte no nos salva del patriarcado y que muchos de nuestros compañeros con quienes hemos compartido la intimidad del sudor escénico son y han sido los agresores de otra mujer. Estamos en un proceso de duelo, furia, limpieza, indignación, catarsis y al final del día, de anagnórisis. El asunto es que ya nos encontramos y nos estamos tejiendo. Y mientras nos tejemos deshilamos las historias aburridas de mujeres aburridas, escritas por un patriarcado aburrido y violento. ¿Cuál es el estado de las cosas? Miremos en cinco años la cartelera. Si encuentra usted muchas más directoras y dramaturgas es que el teatro machista y aburrido como lo conocemos está como el patriarcado: en proceso de derrumbe.
Imagen de portada: Fotografía de Mister Exploding, 2014. BY NC