A la vuelta del alba, otra casita que huele muy mal en una calle muy angosta, casa minúscula que acoge en sus entrañas de podrida madera docenas de ratas y la turbulencia de mis seis hermanos y hermanas, una casita cruel cuya intransigencia alarma nuestros fines de mes y mi temperamental padre roído por una sola miseria, nunca he sabido cuál de ellas, que una imprevisible brujería amodorra en melancólica ternura o exalta en grandes llamaradas de ira; y mi madre de piernas que, por nuestra hambre incansable, pedalean, pedalean de día, y pedalean de noche, y en la noche también me despiertan esas piernas incansables que siguen pedaleando en la noche, y el agudo repiqueteo en la carne blanda de la noche de una Singer que mi madre pedalea, pedalea por nuestra hambre de noche y de día.
A la vuelta del alba, además de mi padre, de mi madre, el bohío agrietado de ámpulas, como un durazno lacerado por la roya, y el techo enflaquecido, remendado con los cachos de lata de un bidón de petróleo, lo que forma charcos de herrumbre en la pasta gris sórdida y apestosa de la paja, y cuando el viento chifla, esas disparidades hacen un ruido extraño, primero de fritura que crepita, luego de tizón que se sume en el agua con el humo de las ramitas en huida… Y la cama de tarima de la que se ha levantado mi raza, toda mi raza desde esta cama de tarima, con sus patas de tambores de queroseno, como si padeciera elefantiasis, y su piel de cabrito, y sus hojas secas de plátano, y sus andrajos, una nostalgia de colchón la cama de mi abuela (encima de la cama, en un pote colmado de aceite un cabo de vela con su llama que baila como un gordo rabeto… y sobre el pote en letras doradas: GRACIAS).
Y una vergüenza, esa calle de la Paja,
un apéndice repugnante como las partes vergonzosas del pueblo que despliega a diestro y siniestro, a lo largo del camino colonial, la marejada gris de sus techos de tejamanil. Aquí solo hay techos de paja que el roción de las olas ha bronceado y depila el viento.
Todo el mundo desprecia la calle de la Paja. Allí se corrompe la juventud del pueblo. Es allí sobre todo donde la mar descarga sus inmundicias, sus gatos muertos y sus perros reventados. Pues la calle desemboca en la playa, y a la playa le viene muy ancha la rabia espumante del mar.
Una miseria esta playa también, con sus montones de basura pudriéndose, sus grupas furtivas que satisfacen sus necesidades naturales, y la arena es negra, fúnebre, nunca se ha visto una arena tan negra, y sobre ella se desliza a aullidos la espuma, y el mar la golpea con puñetazos de pugilato, o más bien el mar es un enorme perro que lame y muerde las corvas de la playa, y a fuerza de morderla acabará, sin duda, por devorar la playa y, con ella, la calle de la Paja.
A la vuelta del alba, el viento de antaño levantándose: de las fidelidades traicionadas, del deber irresoluto que se elude, y este otro amanecer de Europa…
Cuaderno de un retorno al país natal, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2023. Publicado con permiso de la editorial.
Imagen de portada: David Nii Quaye, Pintura africana, 2023