crítica La calle ABR.2023

La más recóndita memoria de los hombres, de Mohamed Mbougar Sarr

Un lugar propio en una lengua ajena

Melina Balcázar

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¿Quién decide cuál es el centro y cuál la periferia? ¿Quién designa el lugar que ocupamos en el mundo? ¿Podemos escribir libremente? Diferentes, e incluso contradictorias, son las respuestas que ofrece el senegalés Mohamed Mbougar Sarr en La más recóndita memoria de los hombres: novela polifónica que apuesta por lo descomunal —tanto en su volumen como en su propósito— y se cuestiona la utilidad de escribir en un tiempo donde impera la violencia. Novela también del exilio y de la búsqueda sin fin de un lugar propio en una lengua ajena, pues el autor, al igual que su protagonista, decide escribir en francés y hace resonar en él sus lenguas natales —el serer y el wolof—. Aflora así la tensión existente entre Francia y sus antiguas colonias, cuya dolorosa historia común resurge sin cesar. Y este es uno de los aciertos de la obra: volver a la herencia colonial para comprenderla mediante la ficción y escribir la historia del continente africano en su relación con Europa desde una perspectiva propia.

​ De París a Dakar, pasando por Ámsterdam y Buenos Aires, de la Primera Guerra Mundial a los conflictos del África contemporánea, el relato nos introduce en la vida de la diáspora africana a través de un grupo de jóvenes escritores al que el descubrimiento de la única obra del también senegalés T.C. Elimane, El laberinto de lo inhumano, sacudió profundamente. Uno de ellos, Diégane Latyr Faye, emprende la búsqueda de ese legendario autor de los años treinta, desaparecido sin dejar rastro tras las acusaciones de plagio que lo desprestigiaron e hicieron caer finalmente en el olvido. Su azaroso encuentro con la enigmática escritora Siga D., la Araña Madre, le permite conocer ese libro que el paso del tiempo volvió imposible de encontrar, incluso poniendo en duda su existencia. Comienza así una pesquisa que convierte al joven escritor en un detective convencido de que el sentido del mundo y el de su propia vida se encuentran ocultos en las huellas de Elimane. Siguiendo los pasos de Roberto Bolaño, Mbougar Sarr hace de la literatura, o más bien de la búsqueda de la verdadera literatura —aquella que pone en riesgo a quien lee y escribe, y que ha desaparecido del panorama cultural actual— su tema principal. Esa literatura que se obliga a mantener los ojos abiertos ante el horror del mundo, a meter la cabeza en lo oscuro y saltar al vacío.

​ A partir de diversos recursos narrativos —diario, correspondencia, reproducción de archivos de época ficticios—, la novela explora el dilema entre la sumisión y la emancipación al que todo escritor africano se enfrenta: heredero de una doble tradición, africana y francesa, se ve obligado al exilio para existir como escritor, pues en países donde las lenguas originarias son mayoritariamente orales y solo una élite tiene acceso a los libros, quien escribe en una lengua africana tiene difícil acceder al reconocimiento mundial. Irónicamente, el premio Goncourt (el mayor galardón en lengua francesa) convirtió a Mbougar Sarr en el primer escritor del África subsahariana en recibirlo desde su creación en 1903 y mostró la resistencia aún existente a aceptar sin etiquetas reductoras a un escritor africano. En efecto, una incomprensión en torno a su obra y un aura de exotismo continúan rodeándolo. De manera premonitoria y en tono humorístico, la novela pone en escena lo que trae consigo tal “reconocimiento del centro”, el único que en el fondo cuenta para el círculo literario africano. Durante sus largas tertulias, los personajes disertan sin fin acerca de “las ambigüedades, a veces confortables, a menudo humillantes” de su situación de escritores africanos (o de origen africano) en “el mundillo literario francés”, y alertan del peligro de dejarse encerrar, como sus predecesores, por la mirada occidental que

les exigía al mismo tiempo que fuesen siempre auténticos —es decir: distintos— y, sin embargo, similares —es decir: comprensibles (dicho de otra manera: comercializables en el medio occidental en el que evolucionaban)—.

​ Como en Bolaño, los escritores deben tomar posición y enfrentarse al canon que define lo que es o no literatura, ya sea prolongándolo, perturbándolo o destruyéndolo. Una gran disyuntiva divide al círculo literario de la diáspora, que se ve obligado a decidir entre la ruptura o el diálogo con la cultura europea. Se perfila así la tentación de romper definitivamente con Europa y volver a las lenguas africanas para fundar una tradición literaria propia, protegida de influencias externas, como defiende el personaje de Musimbwa, escritor congolés que decide abandonar París y volver a su pueblo natal, donde sus padres fueron asesinados cuando era niño. Tal es el caso también de escritores como Boubacar Boris Diop, autor en francés del magnífico Murambi, el libro de los huesos (2000) y fundador de la editorial senegalesa Jimsaan que —caso excepcional en la edición francesa— publicó de manera conjunta La más recóndita memoria de los hombres con la editorial parisina Philippe Rey. Para autores como él habría que renunciar al francés y volcar los esfuerzos en hacer florecer una literatura en lenguas africanas.

Wells Missionary Map Co., África, *ca*. 1908. Library of Congress Wells Missionary Map Co., África, ca. 1908. Library of Congress

​ Pero el escritor también puede tender puentes, establecer un diálogo entre tradiciones, como hace Mohamed Mbougar Sarr cuando convierte la literatura africana en su tema principal. Varios personajes se inspiran en escritores existentes, como Siga D., que retoma rasgos de la senegalesa Ken Bugul, o el mismo Elimane, que permite situar en primer plano nuevamente a Yambo Ouologuem, autor maliense de Deber de violencia (1969) y ganador del prestigioso premio Renaudot en 1968, quien se retiró de la vida pública tras haber sido acusado de plagio. La más recóndita memoria de los hombres es, en cierto modo, un homenaje a Ouologuem, una manera de reconocer su deuda, pues gracias a él, nos dice Mbougar Sarr, se volvió el escritor que es hoy. Así, en su novela hace del plagio el punto clave e incomprendido de la poética de Elimane, para quien la literatura era un gran espacio de juego donde la referencia, el guiño y la intertextualidad ocupaban un lugar fundamental. Sin embargo, como muestra lo ocurrido a Ouologuem, no a cualquiera se le permite subvertir el canon: de haber sido un escritor blanco se hubiera reconocido e incluso celebrado su gesto creativo, su toma de libertad, su irreverencia. Pero ni los intelectuales africanos ni la élite cultural francesa de la época se lo perdonaron. En su novela, Mbougar Sarr se otorga entonces el derecho de perturbar el canon occidental al cuestionar la noción misma de plagio a través de la tradición oral africana, en la que un cuento pertenece a quien lo narra durante el momento en que lo hace y después vuelve a la memoria colectiva, enriquecido con cada nueva aportación.

​ Nuevas intertextualidades permitirán salir del enfrentamiento Europa-África y abrir otras vías. De ahí la importancia de la literatura latinoamericana no solo en la intriga, sino en la construcción de la novela misma. A la influencia de Bolaño —presente desde el título y el epígrafe con un pasaje de los Los detectives salvajes— se suman las de Borges, Sabato y, entre líneas, la de Lezama Lima. Como parece decirnos Mohamed Mbougar Sarr, para escribir realmente, es decir, jugándose la vida, habría que exiliarse, ser siempre y en todo lugar extranjero, pues la única patria posible para quien escribe es la literatura:

Entonces ¿cuál es esta patria? Tú la conoces: evidentemente, es la patria de los libros: los libros leídos y amados, los libros leídos y despreciados, los libros que soñamos con escribir, los libros insignificantes que hemos olvidado y que ya no sabemos siquiera si llegamos a abrir alguna vez, los libros que fingimos haber leído, los libros que no leeremos nunca pero de los que no nos separaríamos por nada del mundo, los libros que esperan su hora en una noche paciente, antes del crepúsculo deslumbrante de las lecturas del amanecer. Sí, dije, sí: seré ciudadana de esa patria, seré leal a ese reino, el reino de la biblioteca.

​ Entre la fe desmesurada en la literatura “como respuesta, como problema, como vergüenza, como orgullo, como vida”, y la desesperanza al comprobar sus límites ante el sufrimiento social, La más recóndita memoria de los hombres muestra la fuerza de la ficción para decir y pensar el mundo contemporáneo.

Rubén Martín Giráldez (trad.), Anagrama, Barcelona, 2022

Imagen de portada: Wells Missionary Map Co., África, ca. 1908. Library of Congress