Al principio: ingenuidad, falsa calma y fantasías secretas sobre un deseado encierro para la escritura.
La justicia distópico-poética del encierro va poblando la nueva vida y coloca afectos, histerias y frivolidades. Concentra todo en un espacio. Nunca pensé que me calmaría no poder abrazar a mi madre (porque está lejos y a salvo)
Reflexiono sobre el lenguaje porque ahora casi todo es lenguaje. Elijo la palabra encierro (no confinamiento), pero me da cierto pudor porque pienso en encierros salvajes que pueblan la historia.
La literatura es siempre política, sí, pero pienso, ahora, en el lenguaje de urgencia. Aspiro a una mínima capacidad creativa o poética pero cuestiono, también, su pertinencia. Vivo con un médico y un niño. Sus palabras me resultan más importantes que las mías.
Hay un momento del día en que parece que todo sigue igual. Cuando voy a acostarme y bajo la persiana de mi dormitorio: miro la calle vacía y en calma. Esa imagen es la única igual que antes. Soy una nueva versión de la voyeur de siempre.
Revisito la idea de la literatura como resistencia. Me parece que ahora la literatura es refugio, posibilidad y certezas. Todo esto ya había pasado en nuestras lecturas pobladas de plagas y pestes. Por eso tengo un espacio solo mío que me proporcionan los libros leídos, sé vivir en un bestiario. Converso con Úrsula Iguarán y con La tres-veces-rubia y les pregunto cómo mantuvieron sus rutinas y su calma. Ellas me lo cuentan.
El duelo me sobrevuela. Pienso en aquellos que no pueden despedirse de los suyos y enterrarlos. Yo sí pude y por eso estoy tan bien acompañada por mis muertos.
Rechazo el uso de la retórica de guerra y el campo semántico que la acompaña: miedo, enemigo, armas, pelea. Todo eso multiplica exponencialmente la sumisión. También el control.
Mi único síntoma físico de estos días parece un castigo bíblico: me arde la lengua de manera intermitente. Me fijo demasiado en mi cuerpo y en sus funciones biológicas cotidianas. Me cronometro, me extraño, me escudriño.
La pandemia es como un espejo: a veces cóncavo y a veces convexo. Oscilo entre las epifanías de amor salvajes, dolorosas, muy expresivas y los idénticos precipicios. Soy una funambulista inesperada. Si esto dura mucho nos vamos a convertir en extraños correctos que conviven correctamente.
Escribo a ratos mi novela y trato de trasladar esta angustia real, este encierro real a mis personajes. Siempre había pensado que iba a ser una novela escrita en medio de la prisa y a salto de mata.
Un amigo poeta ha estado treinta y dos horas sentado en una silla, esperando cama en las urgencias del hospital 12 de octubre. Un alumno me escribe: “Tengo tanto miedo que solo deseo suerte”.
Es la primera pandemia online de la historia. Un universo digital de necedades y narcisismo pre-5G.
Hay un miedo abstracto y nuevo, difícil de controlar, y que solo cede ante mi autoinfantilización buscada. Me aterra caer en la adicción al encierro y acabar siendo un personaje híbrido de La autopista del sur y Casa tomada. Así, peleo por cultivar mis terapias íntimas de autoprotección del yo y hablarme bien a mí misma.
Hace poco paseábamos por ARCO en el recinto ferial de Madrid: ahora hay un hospital de campaña. Íbamos al cine en el Palacio de Hielo: ahora hay una morgue.
Me cuentan que muchas de las personas diagnosticadas de psicosis paradójicamente toleran bien el encierro compartido. Hay una identificación desde el miedo y el ensimismamiento. La paranoia ahora es colectiva.
Cambio de ritmo: interno y externo. Hay vericuetos inesperados en la realidad y en los espacios narrativos. He bajado a tirar la basura y me he cruzado con un tipo que llevaba la cara pintada como Jocker y paseaba a su perro.
Quiero volver a ser yo, a ser la mejor versión de mí misma o la más consciente y combativa. Quiero recuperar deliberadamente el personaje que a veces interpreto y que me hace feliz. Quiero actuar. Estoy harta de este formato de ser humano plano y minimalista en el que me he convertido. En la intérprete de una vida con pocas opciones de ampliación.
Ojalá consigamos atesorar memoria y recordemos las líneas rojas. Ojalá apuntalemos nuestra buena memoria. Ojalá alcancemos una mirada ética e incorporemos la piedad.
Madrid, 4 de abril de 2020
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Imagen de portada: Arcoíris sobre Madrid. Fotografía de Iván Castillo Otero, 2020. CC