Creo en los aviones, en las hormigas rojas, en la azotea de los vecinos y en su ropa interior que los domingos se mece, empapada, de un hilo. Creo en los tinacos corpulentos, negros, en el sol que los cala y en el agua que no veo pero imagino, quieta, oscura, calentándose.
Creo en lo que miro en la ventana, en el vidrio aunque sea transparente. Creo que respiro porque en él pulsa un puño de vapor. Creo en la termodinámica, en los hombres que se quedan a dormir y amanecen tibios como piedras que han tomado el sol toda la noche. Creo en los condones. Creo en la geografía móvil de las sábanas y en la piel que ocultan. Creo en los huesos sólo porque a Santi se le rompió el húmero y lo miré en su arrebato blanco, astillado por el aire y la vista como un pez fuera del agua. Creo en el dolor ajeno. Creo en lo que no puedo compartir. Creo en lo que no puedo imaginar ni entiendo. En la distancia entre la Tierra y el Sol o la edad del Universo. Creo en lo que no puedo ver: creo en los ex novios, en los microbios y en las microondas. Creo firmemente en los elementos de la tabla periódica, con sus nombres de santos, Cadmio, Estroncio, Galio, en su peso y en el número exacto de sus electrones. Creo en las estrellas porque insisten en constelarse aunque quizá estén muertas. Creo en el azar todopoderoso, en las cosas que pasan por ninguna razón, a santo y seña. Creo en la aspiradora descompuesta, en las grietas de la pared, en la entropía que lenta nos acaba. Creo en la vida aprisionada de la célula, en sus membranas, núcleos, y organelos. Creo porque las he visto en diagramas, planeta deforme partido en dos con sus pequeñas vísceras expuestas. Creo en las arrugas y en los antioxidantes. Creo en la muerte a regañadientes, sólo porque no vuelven los perdidos, sólo porque se me han adelantado. Creo en lo invisible, en lo diminuto, en lo lejano. Creo en lo que me han dicho aunque no sepa conocerlo. Creo en las cuatro dimensiones, ¿o eran cinco? Creí fervientemente en el átomo indivisible; ahora creo que puede romperse y creo en electrones y protones, en neutrones imparciales y hasta en quarks. Creo, porque hay pruebas (que nunca llegaré a entender), en cosas tan improbables e ilógicas como la existencia de Dios.
Imagen de portada: Mark Rothko, Sin título, 1952.© Artists Rights Society (ARS), Nueva York.