“…no importa donde empieces / pues ahí volverás / de nuevo.” Parménides
Reducida al máximo,
mi madre se ha vuelto una copa de agua
y una velita.
Ya ni siquiera una vela grande
que no hay en los mercados ahora,
sino una muy pequeña que me quedaba en la gaveta
y cuesta encender su pabilo,
iluminándola.
Agua y vela consumidas,
corriendo por un manantial que imagino
detrás de la casa y que, por momentos,
suena alto detrás de la copa:
como agua que se lleva a mi madre
hasta el mar de una piscina ajena,
de todo lo que fuimos al hundirnos
bocarriba en el falso cielo azul:
“sube la cadera, mete la barriga” —decías—,
entre las posturas de ser una hija.
Todo lo que tengo al bajar las escaleras:
uvas caletas, pinos, palmas mochas,
y algunas frases sueltas de consuelo.
Necesidad de otro cielo al que aferrarme
para saber que estarás protegida:
“hasta mañana si dios quiere, mamá”
—pedía cada noche antes de acostarme—.
Pero dios se olvidó de mi mensaje
y amanecí huérfana —más vieja, quizás—,
de una vejez intermediaria entre nosotras
con treinta años de diferencia.
Entonces nací otra vez al parirte,
recostada al césped que olía a musgo
y el codo creció triangular a la mirada suya
en el espejo arrancando los objetos
por encima del viento.
La incertidumbre es como los objetos
que arrastramos de otra vida
(ahora, nuestra)
que no ha llegado aún,
pero que vuelve.
¿Qué es lo que esperas ahora
“…cruzando la línea que separa
el coraje de la locura?” —preguntas—,
¿sorprenderme?
Esa grandura de las palabras
que en días así son como velas pequeñas
que no logran encenderse.
¿Hasta dónde habrás ido “recogiendo la pita”
con lo poco que va quedando ya de tiempo,
de país —los hijos, lejos—
y ansiedad.
Miedo de no poder diferenciar,
la pérdida de las cosas.
Poema inédito de un libro en proceso.
Imagen de portada: Fotograma de Pilar Moreno y Ana Endara, Para su tranquilidad, haga su propio museo, 2021