Sofía Táboas (Ciudad de México, 1968) conoce íntimamente los materiales, su mutabilidad, su transformación y la manera en la que pueden modificar y ser modificados por el espacio. En su obra los materiales trabajan un doble turno, como proceso y como objetivo.
Dorso (2011) es un pedazo de alberca recortado de su entorno original: las ruinas de lo cotidiano, lo contemporáneo, lo no específico. Este objeto permanece inmóvil con una indefinición alarmante. Los mosaicos venecianos esperan el agua que no va a llegar; no está el agua, pero sí está. Los mosaicos, esas pastillas de vidrio de color azul, agua metonímica, son gotas-pixel que se acomodan en el plano contenedor de las paredes de la alberca. El agua no tiene forma propia: adquiere la forma de aquello que la contiene. Puede incluso ser esfera, un minúsculo planeta color Acapulco. Una esfera alberca, en donde ya se ha omitido por completo la posibilidad de contener. Esta esfera, una gran gota de agua sólida, agua rígida, agua que duele al tacto, quizá. El adentro es ahora el afuera.
Algunas veces el agua definitivamente sí está. En Filtro lama (2011) Táboas construye un acuario-ventana que, lleno de algas, se enturbia a lo largo del tiempo de la exhibición, bloqueando la vista. Otras veces el agua estuvo y dejó huella, como en Permeabilidad traslúcida (2010-2011), una serie de interacciones de papel india con agua. La levedad del material responde al contacto líquido, convirtiendo el soporte en la imagen misma del encuentro. También hay aguas sólidas que se convierten en luz. En Azul extensivo (2016) Táboas reúne vidrios de tonos de azul en secuencia y, cuando se ven de cerca, aparece una corriente que fluye, como si estas láminas de material tuvieran agua encerrada.
En la obra de Sofía Táboas el agua permanece.
Todas las imágenes son cortesía de la artista y kurimanzutto, Ciudad de México / Nueva York
Imagen de portada: Dorso, 2011. Mosaico veneciano, hierro, cemento, ladrillo. 90 x 200 x 120 cm