Los aerostatos de Amélie Nothomb

Escribir para no desaparecer

Inteligencia Artificial / crítica / Mayo de 2024

Olivia Teroba

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Lo primero que llama la atención de la obra de Amélie Nothomb es su prolijidad. Ella misma afirma que escribe tres libros al año, de los cuales publica el mejor. Según cuenta en entrevistas, todos los días se levanta a las cuatro de la mañana, bebe un litro de té negro, se acomoda en el sofá y, acto seguido, escribe cuatro horas sin parar. Desde 1992, año de lanzamiento de Higiene del asesino, publica una novela al año. Hasta ahora, lleva treinta. ¿Qué nos puede decir esta numeralia acerca del contenido de sus libros? Como novelista experimentada, Nothomb conforma un universo en cada obra, enlaza sus obsesiones a una prosa mínima que con la rigurosa selección léxica y gramática (la traducción del francés la realiza Sergi Pàmies) busca enganchar a los lectores, llevarlos de emoción en emoción, a través del pudor, el desconcierto o la sorpresa, para arrastrarlos hacia una profunda intimidad.

​ Ocurre así en Los aerostatos, que apareció en Francia en 2020 y que recién publicó en español Anagrama. En la novela hallamos símbolos ya recorridos por Nothomb. Hay dos personajes centrales en esta historia: Pie Roussaire, un adolescente de dieciséis años con problemas de aprendizaje, y Ange Dalunoy, su profesora particular de francés. Apenas los separan tres años de edad, suficientes para que sus temperamentos sean muy distintos. Él es pretencioso, finge suficiencia y no pierde oportunidad de demostrar el desprecio que siente hacia sus padres, quienes mantienen sobre él una estricta vigilancia. Ella, en cambio, vive algo alejada del mundo para dedicarse a leer y estudiar. Es una persona que sabe encargarse de sí misma, pero es poco consciente de la forma en que se presenta ante el mundo, y por ello sufre de soledad.

​ Al inicio de la novela, ambos se encuentran en un punto crucial de su crecimiento, dispuestos a emprender una Bildungsroman paralela. Pero, en vez de hacerlo de manera aislada, se enlazan en un diálogo en el que se descubren incompletos, en una búsqueda del goce de la compañía. El aislamiento de Ange es apenas una actitud distraída, alejada del mundo objetivo; se adivina como una forma de evitar el daño. El de Pie es, en cambio, más concreto: una mansión, dinero, las formas sociales que implica la riqueza, la tiranía de los padres.

​ Sus conversaciones, que recuerdan a otras obras de Nothomb donde prepondera el diálogo, conforman una suerte de mayéutica. Pese a su corta edad, Ange es audaz y precisa, siempre tiene una respuesta. Dado que lleva la voz narrativa, es belga y estudia filología, es inevitable imaginarla como un alter ego de Nothomb, o al menos como su sombra. Su inteligencia y su belleza, que ella no parece notar, la sitúan en una posición privilegiada con relación a Pie y su entorno familiar.

​ La familia Roussaire es una caricatura de la riqueza; una exageración que apenas sale bien librada dentro de la historia gracias a la ingenuidad de Ange. Ella afirma no conocer lo que es un cambista, la profesión del padre, ni tampoco se sorprende de que este la contrate para “curar” la dislexia de su hijo, como si con aquella exagerada fortuna no tuviera acceso a un especialista en psicología o educación que le aclarara que dicho trastorno no tiene cura. Este detalle pasa desapercibido ante su avasalladora personalidad: Grégoire Roussaire es un neurótico con tanto tiempo libre que intenta llenar su vacío existencial presionando a su hijo, al punto de espiar sus lecciones. La desmesurada conducta paterna deja en evidencia, tanto para la protagonista como para los lectores, que Pie tiene razones de sobra para odiarlo y para estar harto de todo lo que tenga que ver con la autoridad, la cual incluye el hábito impuesto de la lectura.

​ Desde su planteamiento, la relación entre estos personajes parece poner en escena algunas preguntas y opiniones de la autora sobre el mundo contemporáneo. Apenas en la primera sesión, la profesora descubre que su alumno nunca ha leído un libro entero. Cuando reflexiona para sí, la muchacha piensa que la presunta “epidemia de dislexia” sobre la que ha leído tiene que ver con que el sistema educativo se ha vuelto demasiado complaciente con los alumnos. Se compara con Pie y concluye que el problema no son ni el internet ni los videojuegos, sino la pérdida de curiosidad. Esta idea le despierta una gran empatía hacia aquel muchacho porque a ella su madre le leía cuentos, sus padres la trataban bien y tuvo una adolescencia sin dramas. A petición del padre, Ange visita la casa con frecuencia para asesorar al joven y la conversación entre profesora y alumno no tarda en adquirir un tono de confianza. Ella lo reta constantemente; sus provocaciones despiertan al muchacho de su ensimismamiento. Al principio, él es incrédulo y receloso, pero esta misma oposición contribuye a formarle un criterio propio, indispensable herramienta lectora. Así, recorren juntos el camino de lo que parece ser el canon de la autora: Rojo y negro, La Ilíada, La Odisea y La Metamorfosis.

​ Como si traer a colación la novela de Kafka propiciara un cambio en los personajes, después de su lectura se transforma el ritmo de la novela. Por fin, el alumno despierta sus sentidos a la belleza. Anuncia con entusiasmo haber leído por su cuenta El diablo en el cuerpo, y al mismo tiempo se declara a su profesora. Para aliviar la tensión entre ellos, Agne lo lleva al museo. Los siguientes libros que comentan son los favoritos de la filóloga: “El baile del conde de Orgel”, de Raymond Radiguet y La princesa de Clèves, de madame de La Fayette. En este punto, el juego metaliterario se vuelve hilarante. El propio alumno apunta que ambos libros tratan de la misma situación en que él se encuentra ahora, atormentado por un amor no correspondido.

​ Pero el asunto aquí es otro. Poco a poco, Ange ha tendido un hilo a su alumno, con la intención de permitirle encontrar la salida de su laberinto. Se trata de un tejido delicado, hecho de puro placer: un placer que se nutre de la sensibilidad y la inteligencia, y que una vez encontrado despierta el deseo. “Tenemos vida cuando sentimos deseo”, le dice Ange a Pie. Y esto nos devuelve a la poética de Nothomb. La autora parece querer recordarle a un mundo, cada vez más enajenado por el entretenimiento y alienado por el trabajo, que el placer debe conservarse como elemento intrínseco de la vitalidad.

Michele Angelo Petrone, *El tacto que cura*, s/f. Wellcome CollectionMichele Angelo Petrone, El tacto que cura, s/f. Wellcome Collection

​ En Metafísica de los tubos, novela que transita el linde de la autoficción y la autobiografía, Nothomb narra su propio despertar a la edad de dos años y medio, gracias al placer de probar por primera vez chocolate blanco. Según su propia versión de los hechos, antes de eso no tenía conciencia de sí misma, de ser un “yo”. Poco después de describir esta transición, afirma que “el placer despierta la mente y la empuja tanto a la virtuosidad como a la profundidad”. Es una premisa que permea no solo esta novela, sino muchos otros de sus libros y su obra como totalidad. El deseo se define por inalcanzable, y en ese sentido la obra de Nothomb es infinita: no tiene otro objetivo más que el goce de crear con la palabra, evocar una sensualidad de la que el mundo carece, despertar emociones en otros a través de personajes que, como ella misma, persisten en imponer su sensibilidad ante el vacío.

​ En su escritura podemos encontrar paralelismos constantes con mitos griegos o textos católicos, además del tono propio de los aforismos. Contrario a lo que pudiera pensarse, dichas estructuras y estilos no enrevesan la narración, al contrario: la simplifican al evocar pulsiones y desencantos inscritos en la cultura occidental. Como los cuentos del Asno de oro o el Decamerón son inagotables porque son infinitos los motivos que pueden variar en las historias de la gente, al tiempo que sigue habiendo un reconocimiento en el sentir más íntimo.

​ Así, la autora se aleja del “narrador autoritario” que, según Olga Tokarczuk, prepondera en la actualidad, sobre todo en la autobiografía y la autoficción, al centrarse demasiado en sus particularidades. En cambio, construye un “narrador tierno”, que es propio de la parábola. No tiene que ver con la persona gramatical que narra, sino con la forma de contar. “El héroe de la parábola es a la vez él mismo, una persona que vive bajo condiciones históricas y geográficas específicas, pero al mismo tiempo va mucho más allá de esas circunstancias concretas”, afirma la premio nobel.

​ En el recorrido bibliográfico de Los aerostatos es evidente que Nothomb conoce y entiende la tradición y la pone en marcha en un nuevo contexto. Por eso encontramos la tensión de los lazos familiares, la majestuosidad e inflamabilidad de la adolescencia —de la que los zepelín son una metáfora—, la soledad y la frustración al saberse sola en un mundo que no está hecho para un alma sensible. El encuentro —que parece el único posible, la única salvación del desasosiego— ocurre gracias a la belleza, que los protagonistas encuentran no solo en la lectura, sino también en la música y en la apreciación del mundo natural.

​ Cabe aclarar que ninguno de los elementos de la trama mencionados, al conocerse por adelantado, podrían arruinar la lectura de esta obra. En Nothomb, la historia es muchas veces un pretexto para plantear cuestiones filosóficas, emociones, sensaciones y poner a dialogar inteligencias. Incluso es posible adelantar que el final de esta novela, como en el teatro griego, es la catarsis. Pero, como el público de los espectáculos antiguos, podemos disfrutar de mirar de nuevo la historia que ya conocemos. Es imposible salir de ninguno de los libros de esta autora sin haber sentido algo. Este sentir, lo ha dicho Nothomb hasta el cansancio, es para ella un despertar que quiere propiciar en otros, y un sitio donde ella quiere permanecer. Ha dejado claro, sin pretensiones ni aspavientos, que en ello se le va la vida entera.

Anagrama, Barcelona, 2024Anagrama, Barcelona, 2024

Imagen de portada: Michele Angelo Petrone, El tacto que cura, s/f. Wellcome Collection