Un escritor camina con tranquilidad por Tlatelolco. Hay un sol agradable. Un clima agradable. Todo es agradable hasta que un malón caótico de personas se le viene encima, lo esquiva, y sigue sin rumbo por las calles del centro mexicano. Escapan de un edificio porque comenzaron los temblores. Otra vez. El escritor no entra en pánico pero se asusta. Bastante. Vino más de treinta veces a esta ciudad pero todavía se sorprende. El escritor se llama Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) y esa, quizá, sea su mayor virtud. A los 64 años, Caparrós todavía se sorprende. No importa si viajó literalmente por todo el mundo. Si ya publicó más de treinta libros entre novelas, crónicas, guiones, ensayos. Si ya escribió sobre todos los países de América Latina. Si ya recorrió y escribió sobre pueblos y ciudades de toda la Argentina. Si ya estuvo en México tantas veces que hasta pensó en quedarse a vivir. La capacidad de sorpresa es lo contrario a la naturalización. Y lo natural invisible a la duda, entre otros sentidos. Sorprenderse es no aceptar que lo que está sucediendo es lo que tiene que suceder. Es lo contrario a lo divino. Lo opuesto a la fe. Una inteligencia laica. Por eso lo primero que hace en su último libro, Ñamérica, es preguntarse si el continente que nombramos como América Latina no es, en realidad, un error, un concepto poco certero para intentar analizar la identidad de toda esta tierra que invadieron los españoles hace más de quinientos años. ¿Y si América Latina no existe? ¿Y si lo que existe en realidad es un continente unido por “una lengua”, donde lo importante no es la patria sino la multiplicidad de culturas motorizadas por un sistema que, acá, no será el español sino su forma americana: el castellano? Ñamérica (publicado bajo el sello Literatura Random House) es, entre otras cosas, una voluminosa investigación sobre la(s) identidad(es) de un continente anclado en un idioma que tiene una letra particular para un sonido particular. Un sonido que está presente en el francés, en el portugués, en el italiano, en el rumano; pero que en todas estas lenguas necesita dos letras para componer lo que, en la nuestra, se sintetiza en una: la ñ. Desde esta premisa, Caparrós despliega distintas estrategias narrativas —la crónica, el ensayo, la rigurosidad periodística, la investigación histórica— para deconstruir la historia de un territorio compuesto solo por los países de habla hispana al que llamará Ñamérica. Brasil, para el autor, es un continente en sí mismo. Brasil es otra cosa. Por eso quedará afuera. Al menos por ahora. Dice a poco de comenzar. “Si Latinoamérica existiera, serían dos: una hecha de un solo país, otra de veinte; una con cierto peso en el mundo, la otra menos; una que habla portugués, la otra castellano”. Los indicadores comparativos entre las dos latinoaméricas son elocuentes. El Producto Interno Bruto (PIB) per capita de Brasil es de 6 mil 796.8 millones de dólares con una población de 210 millones de habitantes, esparcidos en un territorio de 8.5 millones de kilómetros cuadrados. La Ñamérica de la enciclopedia Caparrós tiene un PIB de 7 mil 202.6 millones y está compuesta puntualmente por diecinueve países, y 420 millones de habitantes repartidos —muy desigualmente— en doce millones de kilómetros cuadrados.1 Ya con el nuevo territorio delimitado, bien apretado en sus números, Caparrós apunta y avanza contra la manada de lugares comunes, comodidades académicas y correcciones políticas que pastorean en la llanura de la progresía intelectual. En su primer tranco embiste contra uno de los clásicos del latinoamericanismo intelectual. Dice del best seller que mundializó a Eduardo Galeano:
De las venas abiertas de América Latina caía almíbar: ese almíbar amargo que te endulza la desgracia con el relato de injusticias que siempre fueron culpa de otros, ese almíbar amargo de sentirse víctimas.
Es ahí donde presiona Caparrós, quien desde hace ocho años vive en España. Después de detenerse en las atrocidades de la conquista-genocidio-invasión española, se dirige a donde realmente quiere ir. Caparrós no vino a contarnos la barbarie de los Reyes Católicos ni a desmantelar las redes de inteligencia estadounidense que sostuvieron a las peores dictaduras del continente. Eso ya lo hicieron él y otros. Ahora Caparrós va mucho más atrás para saltar mucho más adelante: ¿De qué estamos hechos los ñamericanos? ¿Hacia dónde nos dirigimos en un continente que produce pobres cada vez más pobres y ricos más ricos? En Ñamérica, el autor escapa del maniqueísmo histórico y de la idealización de los pueblos preexistentes a la colonia para subrayar que el conflicto —uno de ellos— se origina en las relaciones de poder que compusieron las nuevas —y las antiguas— clases dominantes ñamericanas y ya no en el genocidio originario:
Las víctimas de la terrible invasión católica habían sido victimarios tenaces, pero se ha inventado una imagen ingenua idílica inocente de esos buenos salvajes roussonianos. Y es cierto que había, bajo su yugo, millones de inocentes.
En una suerte de meta ejercicio, el escritor argentino parece preguntarse, preguntarnos: sí, ya sabemos lo que hicieron ellos. ¿Y nosotros? ¿Qué hicimos nosotros para estar como estamos? ¿A quién acusamos de este desastre? Matemos a los padres, insinúa Caparrós, porque:
así, entre otras cosas, podemos seguir echando la culpa del maltrato actual de los ñamericanos pobres a aquellos conquistadores, aunque nuestros países ya llevan dos siglos independientes de ellos, gobernándose solos.
Así es como estamos, consigna Caparrós: mientras el diez por ciento más rico se queda en promedio con el 37 por ciento de la renta de su país, uno de cada diez ñamericanos no come lo suficiente. Todo ante el aumento de la urbanización de nuestras ciudades como nunca antes se vio en la historia: de 115 a 320 millones en sesenta años. Por eso, Ñamérica también puede ser una historia de las ciudades, una crónica citadina, un ensayo sobre el urbanismo postcolonial. En la cartografía ñamericana, México será la ciudad desbocada. El Alto no será un barrio más de La Paz sino la ciudad inesperada. Bogotá, la ciudad rescatada. Caracas, la ciudad herida. La Habana, la ciudad detenida. Buenos Aires, la ciudad abrumada. Managua, la ciudad sacudida. Y, quizás en un último impulso provocador, la ciudad capital se fijará en Miami. Cada una de estas urbes será la cabecera de playa para contar los distintos ritmos culturales que tenemos los ñamericanos, pero también para explicar cómo se constituyeron las economías —y los mercados y los trabajadores— que actualmente conforman los sistemas productivos de todos estos países. Así, en Ñamérica la historia de la banana podría ser la historia de un continente. Ahí también está Caparrós, caminando en la mayor finca del país que más bananas exporta en el mundo. Puede ser en esa finca de Ecuador; puede ser en Ecatepec —el municipio con más femicidios de México—; puede ser en la funeraria de un barrio violento de Bogotá; al oído de un reguetonero ignoto en La Habana o atento al discurso del trapero más famoso de la Argentina. Donde sea, Caparrós va a romper el puzzle para repensar el lugar que tiene cada pieza en la Ñamérica del siglo XXI. En la Ciudad de México, un personaje retratado con aires de homenaje llamado Juanvilloro (así, todo junto) le sugiere por dónde escarbar. En Miami, será al revés. La ciudad que es síntesis de la migración económica y de la asfixia del capital lo ayudará a escarbar en las personas, en los ñamericanos en el exilio. Lejos de la solemnidad de los escritorios y de las conferencias, el Caparrós en acción, en el territorio, se parece más a Columbo, el protagonista de la serie estadounidense de los años setenta que, como detective de Los Ángeles, investigaba los delitos más complejos con la apariencia —y el despiste— de un policía novato. En Managua, desde donde gobierna un ex guerrillero, la tensión y la pregunta constante girarán, justamente, en torno a la revolución: la de los años ochenta, cuando ese guerrillero terminó con una dictadura, y la actual, donde es acusado de dictador. “¿Cómo empieza una revolución? ¿Por qué empieza una revolución?” es lo primero que se pregunta poco antes de terminar este libro, en gran medida alimentado por una serie de crónicas que el escritor publicó en El País Semanal. Un kinesiólogo experto no necesita de una radiografía para detectar el ligamento roto. Le basta tocar. A Caparrós le basta caminar. Sabe exactamente lo que está buscando, ese troquelado por donde se recortan los conflictos que construyen identidad. En definitiva, Caparrós sabe que conoce muy poco. Sabe, también, que el ejercicio del desconocimiento es condición de posibilidad para la sana práctica de la sorpresa.
Imagen de portada: Fotografía de Ferran Feixas, 2019. Unsplash