[16°52’25.4”N 99°53’08.2”W]
Cómo ubico en un mapa
el día en que nací,
el hospital en que mi madre dijo
esto es el mundo.
Cómo hallo en el tiempo
una imagen que no existe más
en la memoria,
si la memoria no puede medirse en latitudes.
A qué altura
el afilar de un beso,
qué latitud incrusta los recuerdos
cuando armo mi propia geografía.
Por qué a veces la imagen me devuelve
un instante que aún revolotea
aunque esté atravesado por los años;
alguna coordenada
que la razón lamenta haber perdido
y otra que no deja vivir
de tan presente.
[19°20’38.4”N 99°09’25.7”W]
Tendríamos que vivir mucho para aprender a amar,
olvidar en principio que el corazón no es
la mejor analogía,
que el amor está más cerca del vientre
y la respiración
como un puro
que no admite descuido
ni abandono,
que encenderlo de nuevo no funciona sin cortarle de tajo
lo quemado.
Y con esa intuición
se apaga
porque nadie contesta al otro extremo.
[32°42’37.2”N 117°07’19.5”W]
A veces uno viaja para encontrar la casa
o persigue a la madre,
al padre,
a la hermana que supo crecer sola.
Viaja tres mil kilómetros de punta a punta
pidiendo que el avión no desplome,
que dure un poco más su liviandad
hasta que el peso
caiga
después de nueve años
de remesas
y llamadas truncas.
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Los lugares que soy
o los que he sido,
los que existen
y los que fui matando
los he dejado aquí
como recordatorio.
Estas piedras van a formar mi casa
y estos poemas serán mi geografía.
De El viaje y lo doméstico, Praxis / Secretaría de Cultura de Guerrero, 2017.
Imagen de portada: Anni Albers, DRXVII.