SONIA: El lugar de una puta no es entre putas, porque no quiero repetir el criterio de la homogeneidad.
El lugar de una puta es romper con los parásitos, como ya lo he dicho antes.
El lugar de una puta es dejar de verse como víctima.
El lugar de una puta es la dignidad intransigente.
La dignidad intransigente es la manera de romper con toda la humillación que sobre vos recae y recoger todos los detalles de tu vida, desde tu ropa, tus gestos, tus sentimientos, y entender que cada uno de esos pedacitos de vos son políticos.
El lugar de la puta es tomar la esquina no para interpelar la esquina, sino para desde la esquina interpelar a toda la sociedad, porque desde ya toda la sociedad pasa por la esquina de la puta.
El lugar de la puta es desnudar toda la hipocresía y toda la doble moral.
El lugar de la puta es poner en crisis todo el universo de mujeres.
Porque deja en la indefinición el universo de las mujeres-no putas.
La puta deja clara la forma en que la palabra puta atraviesa la vida de todas las mujeres.
Si nosotras nos pensamos, ella no tiene sino que pensarse a sí misma como puta.
El lugar de la puta es la fuerza que puede poner en evidencia la cadena masculina de complicidades en la cosificación del cuerpo de las mujeres.
El lugar de la puta es decir que el Estado es un Estado proxeneta, sea un Estado del bienestar, neoliberal, globalizado, capitalista o socialista.
MARÍA: Para mí el lugar de la puta es de la anfitriona del cambio social.
Para mí el lugar de la puta es el de la amante de la vida como le nombramos nosotras en las jornadas de octubre en Bolivia.
El lugar de la puta es el de la que tiene las claves y los misterios para desactivar el cuerpo violento de violadores, de chantajistas y de hipócritas. Porque así como el ama de casa puede recoger todo su saber sobre la vida y devolverlo como fundamental a la vida humana, así como la lesbiana puede recoger todo su saber sobre su cuerpo y devolverlo a todas las mujeres, así la puta puede recoger todo su saber sobre el otro violento y prostituyente y devolverlo a las mujeres. En ella y desde ella en rebelión es que muchas cosas se pueden aclarar. Si ella desactiva los mecanismos de cosificación que sobre su cuerpo y su placer recaen es una tarea que nos va a llover y mojar de agua fresca a todas.
Por eso proponemos nosotras el cruce de miradas: que la puta se vea en la vendedora y la vendedora en la puta y que la monja se vea en la puta y la puta en la monja. Ese cruce de miradas donde la mera enunciación de nuestras diferencias se hace insuficiente.
Ya no decimos:
Soy puta,
Soy lesbiana,
Soy loca,
Soy vieja,
Soy joven,
Soy del sur,
Soy del norte,
Soy argentina,
Soy boliviana.
Porque ese discurso se hace, además de insuficiente, egocéntrico. Ese discurso es testimonial y te lleva a negociar siempre desde tu condición sin poder ponerla en cuestión ni encontrar ni ver a la otra.
Pasamos de esa enunciación de las diferencias a la construcción de alianzas prohibidas e indigestas como la que está en la base de este libro.
Provocamos que a ti te pregunten: ¿y qué haces con una lesbiana? Y a mí me pregunten: ¿y qué haces con una puta?
Lo que hacemos juntas tiene una fuerza que desde nuestras parcialidades de unas y otras sería imposible. Lo que hacemos juntas es rotundo y contundente. Confunde y perturba más, porque no responde a lógicas inteligibles para el patriarcado.
La alianza prohibida es la fuerza subversiva interpeladora y no la enunciación de las diferencias. Y en esa alianza prohibida la puta es el lugar de aquello que ha sido condenado como inmoral y culposo.
Por eso es que el desorden que con ella generamos juntas pone en cuestión el orden de la familia patriarcal.
Ella, la expulsada de la comunidad y de la familia, puede moverse al centro de las sensibilidades sociales y poner en crisis al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque todos son sus “clientes”.
No sólo planteamos entonces mirar la sociedad desde el lugar de la puta, sino también desde ese lugar desatar subversión, cambio y transformación.
Nos planteamos arrancarles a los lugares de tortura ya no sólo dolor y testimonio, sino desobediencia y osadía de pensar en la felicidad.
Arrancarle a la esquina mi propia vida y la vida de otras.
Arrancarles a las mujeres en situación de prostitución, viejas y con sida, la mirada interpeladora hacia el Estado, el proxeneta y el prostituyente.
Su mirada hacia el padre de familia y hacia la madre decente y de su casa. Hacia la tecnócrata que cobra por usarla de portada de informes y hacia la trabajadora social y la enfermera que la usan como imagen del horror. Podemos darle la mano a esa vieja esta noche que terminamos el libro para decirle que no la van a volver a usar como trapo con que limpiar el cuerpo, la salud y la violencia del prostituyente, del proxeneta, de la familia, del Estado o la Iglesia. Este gesto y este sentido de cambio e interpelación a ella le devuelven su muerte y a nosotras nos devuelven nuestros cuerpos y nuestras vidas.
Con amor,
Sonia y María
Fragmento tomado de María Galindo y Sonia Sánchez, Ninguna mujer nace para puta, Cooperativa de Trabajo Lavaca, Buenos Aires, 2007, pp.192-195