“No lamentaré la muerte de mi hermano. Ni tampoco me estoy disculpando por mi insensibilidad”. El inicio de Condiciones nerviosas, la novela de Tsitsi Dangarembga que dio la vuelta al mundo y lo puso al tanto del doble proceso de colonización que sufrían las mujeres en Rodesia (hoy Zimbabue) en los años sesenta y, en realidad, en todos los países que viven procesos de conquista, fue leído como un distanciamiento emocional previo a la descolonización, como una condición para hallar la propia identidad, casi como una advertencia. Aclamada por autoras como Doris Lessing y Alice Walker y calificada como “la novela que el mundo estaba esperando” la historia de Tambudzai Sigauke es hoy vista como un Bildungsroman que describe la ruta de una mujer negra hacia la individuación. Pero la metáfora de la negritud puede extenderse a los habitantes de los países del llamado Tercer Mundo. Lo que distingue a la población de un país colonizado desde los ojos del colonizador es su falta de individualización. La posibilidad de sus moradores de ser referidos por otros como un grupo perfectamente identificable de una sola vez y para siempre; como un todo constituido por seres que tienen infancias semejantes en entornos semejantes que realizan tareas semejantes y cuyas vidas pueden ser narradas como una extensión de las de sus ancestros. Quizá la idea de individuo sea en efecto una invención del capitalismo. Con la Ilustración nace en Occidente la idea del individuo como alguien que tiene características particulares y merece un tratamiento social y político exclusivo que depende de su comportamiento como ciudadano. La idea del “yo” tan cara a las democracias occidentales —en particular a países como Estados Unidos donde el concepto de selfhood se aprende desde la primaria— no existe en las sociedades tribales, monárquicas, en sociedades constituidas como sectas ni en los totalitarismos. Por eso, el hecho de que una autora africana de 28 años, la primera mujer en escribir una novela en su país, más aún, la primera en escribir sobre la colonización de las mujeres veinte años antes de que su país ganara su independencia, fue parte de la noticia que acompañó su publicación. ¿Cómo fue posible que un fenómeno así se diera? ¿Y por qué Dangarembga no volvió a publicar sino hasta 2006? El título alude al prólogo de Sartre escrito para el libro de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, donde se alude a la condición del colonizado como un ser disociado por el colonialismo. Y, en efecto, la historia de la protagonista muestra la tensión entre su “paisaje interior” y la realidad que la circunda. Sin exhibirla como una declaración de principios, mostrándola a través del asombro y el uso de la ironía. Dejándonos ver que es mucho más difícil descubrir la violencia en lugares donde ésta se halla institucionalizada. Donde existen normas de educación y respetabilidad, donde existen modales. Como Inglaterra, por ejemplo. Para la protagonista, lo mismo que para la propia Tsitsi Dangarembga, era más fácil no verse afectada por el racismo en Inglaterra que cuando vuelve a Rodesia. Condiciones nerviosas narra el viaje de Tambudzai a Inglaterra y su proceso educativo dentro de una misión. La joven enviada por su familia hará lo imposible por conseguir una educación, pues cree que ahí está la clave para renunciar a su condición (que fue la de su madre, su abuela, sus ancestras). Lo primero de lo que se da cuenta es de su pobreza. Ésta es la forma de marginación más clara y determinante, por ser la más visible. Al llegar a su nuevo entorno es fácil comparar los enseres y objetos que existen en casa de su tío en la misión frente a los que tiene su hogar y el de otros en África. En cambio, no fue tan fácil percatarse del concepto impuesto de raza y el racismo. En Rodesia sabía lo que es ser africana, entre africanos. Y sabía del concepto de unhu que quiere decir “soy parte de un grupo”. “Estoy bien si tú lo estás” implica, según la autora, el unhu, y, por tanto, si necesitas algo que yo tenga te lo daré porque sé que tú harás lo mismo conmigo. Un concepto que no existe en la Inglaterra donde estudia ni tampoco, como descubre, en su tierra natal, cuando vuelve. Ese proceso de ida y vuelta la hace aprender lo que es ser negra. La historia de Tsitsi Dangarembga es también una lección de por qué no se puede sobrevivir como escritora del mismo modo en que lo hace un escritor. En todo caso, de por qué el camino no traza una línea recta. Le tomó cuatro años dar a conocer una novela que los escritores hombres no quisieron publicar en su país. La imposibilidad de llegar a públicos extensos con la literatura, deporte de minorías, la llevó por años a dedicarse en Alemania al cine. Y cuando pudo volver a África e invitar a autores a impartir talleres (“Rompiendo el silencio”, por ejemplo), lo hizo con la solicitud previa de que los habitantes de Zimbabue enviaran testimonios de violencia política y doméstica de forma anónima. A partir de esos relatos, los asistentes fueron invitados a escribir, aunque no de cualquier manera. Es fácil —o al menos común— leer estos testimonios desde el punto de vista de la víctima. En países como el nuestro es incluso parte de la tradición liberal y es lo que se espera. Más difícil resulta escribir la violencia desde el punto de vista del perpetrador. O desde uno mismo. Desde nuestra propia violencia. Esto es lo que Dangarembga les enseñó a escribir a los zimbabuenses. Hoy por primera vez en México contamos con la traducción al español de Condiciones nerviosas hecha por Nair Anaya, investigadora en la UNAM, especialista en literatura poscolonial y comparada, en una edición que lanza la Universidad Veracruzana. El enorme trabajo que implica dar a conocer esta obra y a su autora entraña una pregunta que está implícita a lo largo del libro: ¿Es mejor aliarse a quien tiene el poder —político, económico, editorial— y convencerse de que está uno bien, o es mejor identificarse con otros que no lo tienen pero que acaso sean en muchos sentidos como uno y estén haciendo las preguntas que importan?
Tsitsi Dargarembga, Condiciones nerviosas, traducción de Nair Anaya Ferreira, Universidad Veracruzana, México, 2016.