Eran los primeros días del año académico 1943 en la Escuela Nacional Preparatoria, por entonces todavía en su sede histórica del Colegio de San Ildefonso, en la calle de Guatemala. El joven profesor de Cálculo Diferencial e Integral, el ingeniero Javier Barros Sierra, comunicó a sus alumnos del último año de la Preparatoria que tenía pensado escribir un libro de texto sobre la materia del curso, para lo cual al final del año escolar revisaría los cuadernos de apuntes de todos sus alumnos y escogería uno o dos para apoyarse en ellos al prepararlo. Oscar de Buen López de Heredia era entonces un adolescente de diecisiete años recién llegado a la Ciudad de México. Había salido de una España desgarrada por la Guerra Civil y pasado un par de años en Morelia junto con su madre, sus hermanas Berta y Ana María y su hermano Sadí. Oscar era uno de los alumnos del curso de Cálculo a los que se había dirigido el profesor Barros Sierra. Ordenado y metódico como siempre fue, De Buen tomó notas a lo largo del año, las pasó en limpio y preparó unos apuntes que, llegado el final del curso, fueron seleccionados por el profesor como los que más le servirían para la elaboración de su libro. Barros Sierra le pidió los apuntes a De Buen, y éste orgulloso se los entregó a su respetado profesor. Durante mucho tiempo, De Buen no volvió a saber nada de esos apuntes. En 1958 el ingeniero Javier Barros Sierra dirigía la Facultad de Ingeniería y Oscar de Buen López de Heredia ya se había consolidado como un destacado profesor de la materia Estabilidad de las Construcciones, que impartía en el tercer año de la carrera de ingeniería civil. Ese mismo año, la Universidad Nacional Autónoma de México publicó la segunda edición del libro Introducción al cálculo diferencial e integral, cuyos autores eran el doctor Roberto Vázquez García, Investigador del Instituto de Matemáticas, y el propio ingeniero Javier Barros Sierra. La primera edición, a cargo de los mismos autores, se había publicado en el año 1946.
Durante la década de los cincuenta del siglo pasado, Barros Sierra y De Buen siguieron cultivando una relación de mutua consideración y respeto. Así, al salir publicada la segunda edición de su libro de cálculo, el ingeniero Barros Sierra obsequió un ejemplar del texto al ingeniero De Buen, autografiándoselo con la frase “A mi amigo y colega Oscar de Buen, con mi especial estimación y en compensación (un poco tardía) a ciertos apuntes que le sustraje. 24-X-58”. A pesar de esta significativa declaratoria, De Buen siguió sin saber nada de sus referidos apuntes… Lo anterior cambió casi sesenta años después, cuando ya habían pasado muchos años del deceso del ingeniero Barros Sierra y Oscar de Buen, todavía activo pero casi totalmente recluido en su casa con severos problemas de movilidad, recibió la visita de su sobrina, la doctora Alicia Gamboa de Buen, hija de su hermana Berta e investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM, quien sin previo aviso sacó una carpeta de su bolsa y le preguntó si esos apuntes eran suyos.
La carpeta, sobra decirlo, contenía los desaparecidos apuntes que Oscar de Buen había entregado a su profesor Javier Barros Sierra al final del año académico 1943, justo antes de ingresar a la Escuela Nacional de Ingenieros. Ante la sorpresa y el asombro de De Buen por la súbita aparición de esos originales que había dado por perdidos, Alicia le explicó que unas semanas antes, hablando con un amigo suyo, el licenciado Ernesto Azuela Bernal, éste le comentó que al darse a la tarea de arreglar su biblioteca había aparecido una carpeta de apuntes firmada por Oscar de Buen. Como él no conocía a nadie con ese apellido salvo a Alicia, pensó que podría tratarse de algún familiar y decidió entregárselos a ella, con el desenlace relatado. ¿Cómo llegaron los apuntes a manos del licenciado Azuela? Ésta parte es la más especulativa del relato, pues el autor no lo sabe con certeza. Parece ser que en tiempos de la publicación de la primera edición del libro, allá por los años cuarenta del siglo pasado, la oficina editorial de la Universidad Nacional estaba a cargo del licenciado Félix Azuela Padilla, padre de Ernesto Azuela, quien como parte de sus actividades recibió la encomienda de preparar la publicación del libro del doctor Vázquez García y el ingeniero Javier Barros Sierra y consecuentemente le fueron entregados los originales del texto y diversos materiales de apoyo. Lo anterior no es más que una especulación informada que, sin embargo, ayuda a aclarar esta historia con la cual, en el primer aniversario del fallecimiento de Oscar de Buen, honramos la memoria de dos ilustres ingenieros y universitarios que pusieron su talento, sus conocimientos y su condición de hombres de bien al servicio de su profesión, de la UNAM y de México.
Imagen de portada: Página del cuaderno de apuntes del ingeniero Oscar de Buen López de Heredia, 1943