1. SE ABRE EL TELÓN
El habla y la escritura son danzas discretas que brotan de la boca y de las manos, pero al teorizar, a menudo nos olvidamos de las bases biológicas y corporales sobre las cuales se ancla nuestro pensamiento. En este texto reflexionaremos acerca del significado que producimos a través del movimiento de nuestros cuerpos; es decir, aquella materia que nos constituye como personas y que no meramente ocupa espacio, como otros objetos, sino que palpita, pulsa y piensa.
El presente escrito trata específicamente sobre la sintaxis de los elementos de la danza. Siguiendo la oración “colorless green ideas sleep furiously” de Noam Chomsky, que desarrolla en su trabajo Syntactic Structures (1957), analizaremos cómo la danza genera sentido a partir de sus propios bloques estructurales. Así como Chomsky explicita las estructuras del lenguaje que lo constituyen, el baile también genera mensajes y, a través de su propia sintaxis, permite que el movimiento abra vetas de significado.
Iremos de lo simple a lo complejo, estableciendo una analogía entre la comunicación verbal, proposicional y la corporal cárnica. En este sentido, la lengua usa palabras y el cuerpo gestos. Revisaremos las similitudes y después las diferencias. La reflexión de estas páginas se generó de la mano de la coreógrafa Claudia Lavista, así como del proceso de montaje de su obra, Óxido, durante nuestra estancia Fulbright-García Robles, en la Universidad de Texas, Austin, a inicios del año presente. Afortunadamente, bastan dos personas con la misma curiosidad para comenzar un diálogo; con un puñado se crea una coreografía.
2. PRIMER ACTO: EL GESTO Y LA PALABRA
Consideraremos al gesto y a la palabra como las unidades mínimas de significado de la danza y de la comunicación proposicional. Una primera similitud entre ellas es que, tanto el gesto como el lenguaje oral (y escrito), dependen fuertemente de la expresión que surge del cuerpo, de la carne que movemos para expresar una intención.
Los gestos nos remiten a un sistema de comunicación animal. Decimos sí o no, a partir de ellos; podemos acercarnos o alejarnos. Igualmente, logramos entendernos con otras especies a partir de ciertos movimientos. Mi perro Lucrecio se agacha y me hace una reverencia para invitarme a jugar. Le respondo con el mismo ademán y comenzamos a perseguirnos. La reverencia, el inclinarse, es una forma intencional de decir que podemos reducirnos, achicarnos, que no vamos a atacar, pero que estamos dispuestos a movernos en relación al otro. Si lo pensamos respecto a la gran historia evolutiva, ambos mamíferos somos más semejantes que diferentes; en esencia, somos un mono conviviendo con un lobo.
El lenguaje de señas también es gestual. Aunque no lo hayamos estudiado, lo utilizamos todo el tiempo. Decimos “espera”, “ven”, “gracias”, “de nada”, “hola” y “adiós” con las manos. Así también, los gestos faciales nos permiten transmitir información. Sin éstos, la ironía, el sarcasmo, así como muchas formas de picardía y otras sutilezas serían difíciles de transmitir. Visto desde esta perspectiva, el gesto y la palabra oral son muy similares, con la diferencia de que el primero se ancla en el movimiento del cuerpo y no en la transmisión del sonido. Sin embargo, también hay una diferencia crucial.
A saber, el significado en el gesto tiene una estrecha relación con la acción que lo produce. El signo, aquello con lo que se hace referencia, y el significado, eso a lo que referimos, se entrelazan. Si te empujo, en la acción misma se halla el significado. Esta acción expresa una distancia entre los individuos involucrados. Por el contrario, si me acerco, expreso el deseo de proximidad con el otro. El gesto, entonces, suele representar lo que significa, como una onomatopeya expresada en movimiento. Por el contrario, las palabras no evocan icónicamente su significado, el término “tiburón”, por ejemplo, no significa, en sí mismo, un peligro.
El uso de palabras nos permite expresar algo que no se encuentra en el código mismo. El significado puede estar lejos del significante. Por ejemplo, “blanco” está escrito en negro. Esto se ilustra en el vocablo “palabra” que tiene similitud con “parábola”, una trayectoria que une dos puntos, pero no los conecta con una línea recta, sino que hace una curva. De este modo, como si fuera el movimiento de una flecha, significar nos traslada desde el signo hasta el significado. Las palabras son unidades de significado que, al juntarse, pueden formar estructuras más complejas que nos remiten a un significado lejos de ellas. El lenguaje, al referir, abre un espacio entre lo escrito y lo descrito.
Sin embargo, hay excepciones. Dentro de la comunicación verbal, existe una subcategoría que vale la pena mencionar: los verbos performativos. Se trata de aquellos cuya acción se realiza en cuanto son pronunciados, como si se tratara de un hechizo lingüístico. El filósofo John Searle dirigió la atención a esta peculiaridad, en su obra Speech Acts: An Essay in the Philosophy of Language (1977). Cuando digo “corro”, no estoy corriendo. Pero cuando expreso “te lo prometo”, estoy prometiendo algo; tiene un efecto en el mundo. Los verbos performativos —como “declarar”, “prometer”, “bautizar”, etc.— transforman la realidad social al ser pronunciados. En este sentido, los verbos performativos están más cercanos al gesto, pues la acción, el significado del verbo y su enunciación están íntimamente relacionados.
Una gran diferencia entre el gesto y la palabra escrita se observa cuando consideramos la evolución del lenguaje, pues únicamente la segunda es, en sí misma, un grabado. La escritura es un registro porque se asienta, como una cicatriz de pensamiento en el tiempo. Al escribir, dejamos una huella, lista para ser decodificada por algún intérprete. Estas palabras aquí escritas, por ejemplo, reposarán hasta ser leídas. La palabra escrita tiene la ventaja de la permanencia y, por ende, posee reminiscencia. Por el contrario, el gesto, como la palabra oral, tiende a lo efímero; cuando termina, se desvanece. Se esfuma tras su ejecución. Aun si grabamos un gesto en un video, la grabación no es, en sí misma, un gesto.
El gesto, como unidad mínima de significado en danza, es una acción que tiene una intención específica en la puesta en escena. Este significado está constituido por movimientos más cortos, como las sílabas que, juntas, hacen a las palabras. Sin embargo, el gesto es la acción con un plan, lleva un mensaje, una intención específica y es el bloque básico para la construcción comunicativa en danza. El mensaje que se transmite al danzar es un movimiento cargado de significado, como el puño que se levanta para pedir silencio o la mano que se agita para decir adiós.
Así como cuando la poesía usa las palabras de manera expresiva y concienzuda, la danza utiliza la ejecución del movimiento con fines profundamente comunicativos. Los gestos se vuelven el eje crucial para la comunicación consciente con la audiencia, lo cual no descarta, por supuesto, que en la vida cotidiana también haya gestos involuntarios o inconscientes, que expresan algo y que son interpretables.
Por otro lado, del mismo modo que existe una clasificación de las funciones de las palabras a nivel sintáctico (artículos, sustantivos, verbos y adjetivos) y cada una tiene un uso distinto, habríamos de considerar las distintas funciones de los gestos en danza. Así, tal vez, podríamos tener una comprensión más precisa de los mensajes que se desean transmitir mediante el movimiento, pues, como continuaremos observando, el lenguaje dancístico posee posibilidades expresivas de las que carecen los lenguajes verbal y escrito.
## 3. SEGUNDO ACTO: LA FRASE CORPORAL Y LA ORACIÓN
Al enfocarnos en el siguiente nivel de estudio de la lengua, el sintáctico, nos confrontamos con tres opciones. Podríamos hablar de sentencias, enunciados u oraciones. Las sentencias refieren, a menudo, a los mandatos jurídicos, mientras que un enunciado indica, por lo general, algo que no tiene un propósito determinado. Por su parte, las oraciones y su verbo “orar” nos invitan a pensar en el aspecto creativo de las palabras, quizá por su tinte religioso. Oramos con la esperanza de que algo suceda. Si bien estos tres conceptos pueden utilizarse como sinónimos, no tienen exactamente los mismos usos ni las mismas connotaciones. En general, si existen dos palabras, hay dos significados.
Comencemos señalando algunas similitudes entre la oración y la frase corporal. Primero, en ambos casos se requiere que alguien ejerza una acción con la intención de expresar algo. Segundo, puesto que son medios expresivos, se necesitan dos partes: alguien que produzca el significado (el mensaje) y alguien que lo reciba. Puede ser que esas dos funciones sean ejecutadas por la misma persona, que el emisor y el receptor sean el mismo individuo, como cuando en la intimidad hablamos con nosotros mismos. De la misma manera, cuando escribimos también somos nuestros propios lectores. Y, de forma semejante, cuando bailamos, podemos ser nuestros propios destinatarios y brindarnos un mensaje. Si además nos observamos, ocurre otro desdoblamiento.
Notemos ahora una diferencia. Mientras que la oración tiene un núcleo (el verbo) que nos permite darle sentido a la relación entre sujeto y objeto, la frase corporal no lo tiene, pues es, más bien, una concatenación o suma de acciones, de gestos. Por lo tanto, este tipo de frase ocurre mientras se ejecuta, como una secuencia de verbos performativos del movimiento, como si cada expresión corporal fuera una promesa.
Supongamos, por ejemplo, que haces un primer gesto: tus brazos se expanden hacia arriba, por encima de tus hombros. Después, caminas hacia enfrente, aún con las extremidades extendidas. Finalmente, terminas con un movimiento en cuclillas, para hacerte lo más pequeño posible. La frase corporal, puesta así, expresa: hacerse grande, avanzar y hacerse pequeño; mientras que la oración declara: “hacerse grande y luego pequeño”. La diferencia recae en que la oración expone el acto y la frase lo encarna. Además, la frase tiene otras dimensiones expresivas que se adhieren al movimiento. Notemos algunas de ellas.
En primer lugar, tiene la capacidad de desarrollarse a distintas velocidades. Se puede ejercer la misma expresión corporal con diferentes niveles de energía. La danza butoh, por ejemplo, enfatiza la quietud, la lentitud. El significado que podemos deducir, la forma en que afecta ese movimiento a los espectadores, será drásticamente diferente si la misma acción se realiza en un minuto o en una hora. Además, la frase puede repetirse. La misma secuencia puede continuar y, conforme se reitera, su significado varía y se acentúa. En esto, ambos medios de comunicación (el verbal y el corporal) vuelven a ser similares. Pensemos en cuando se repite la misma palabra para enfatizar una orden: “para, para, para” o “sigue, sigue, sigue”, no significan lo mismo que solamente decir “para” o simplemente “sigue”. La iteración afecta el significado.
En segundo lugar, la frase puede tener muchas direcciones. Mientras que nuestras oraciones escritas van de izquierda a derecha, la frase dancística tiene, al menos, una posibilidad de expresión esférica. Todos los vectores están a disposición, mientras que la capacidad técnica lo permita; diferentes ángulos de movimiento pueden proporcionar diferencias en el significado del mensaje. No es lo mismo observar a alguien alejándose que acercándose, subiendo que bajando. Esta posibilidad no está disponible en el lenguaje escrito convencional. El texto escrito, además de que suele tener una dirección de lectura, está fijo, quieto.
Finalmente, el lenguaje corporal puede, literalmente, tocarnos. Nuestro cuerpo se expresa con el calor, la presión y las sensaciones. Mi cuerpo puede cargar a otro, levantarlo. Puedo sostenerte. Puedo ser sostenido. El cuerpo ejecuta verbos. En cambio, lo verbal nos permite elaborar abstracciones complejas. ¿Cómo transmitir la diferencia entre creer y conocer sin usar palabras? ¿Podríamos expresarnos de forma tan nítida sin el uso de oraciones? La verdad es que no. Pero, aunque los modelos de comunicación sean distintos, no se excluyen: se suman y se complementan.
## 4. TERCER ACTO: LA OBRA Y EL TEXTO
La obra (o puesta en escena) y el texto son la suma de frases corporales y oraciones, respectivamente, que transmiten un mensaje complejo y completo. ¿Cuál es su diferencia? Para dirimir entre estas categorías, propongo que nos concentremos sólo en la obra coreográfica y el texto filosófico y nos preguntemos si el propósito principal de la pieza es la verdad o la belleza. Cuando la intención es principalmente estética, se trata de una obra y, cuando la meta es epistémica, un texto. Dicho de otra manera, cuando la filosofía cierra y acota las posibilidades de significado, la obra dramática lo abre, ya que evoca distintas interpretaciones.
Para hacer la comparación, tomemos a la obra literaria como punto medio. Por un lado, utiliza el lenguaje escrito como medio de transmisión de ideas, como el texto de filosofía. Ofrece un escenario, plantea una situación y utiliza ejemplos para analizar una idea. Pero, por el otro, sus fines son principalmente artísticos. La literatura, en general, tiene un compromiso con la fantasía. Por eso, no podemos tomar lo que cuenta como si fuera llanamente verdadero.
¿En qué se parecen una obra coreográfica y una literaria? Ambas nos cuentan una historia, establecen metáforas, nos invitan a interpretar lo que narran. Las dos tienen la capacidad de referir a aspectos reales, fuera del escenario, ser políticas e incluso contestatarias. Proponen ideas y conjuntan un sistema de significados. Existe un mensaje dirigido al espectador, al que le provoca emociones y, con suerte, también reflexiones. Sin embargo, la danza, como la literatura, no pueden ser falsas.
¿En qué se parecen, finalmente, la obra de danza y el texto filosófico? Ambas expresiones pueden ser formas de terapia. Nos brindan herramientas para afrontar la vida y estar mejor en el mundo. Las dos tienen temas, tratan asuntos y, en ocasiones, ofrecen respuestas. La danza y la filosofía nos inspiran y, si las practicamos, nos fortalecen. Nos enseñan cómo movernos en el espacio sin tropezar con el otro, de modo que se actúe en conjunto en pro de un propósito común. Por ejemplo, Óxido versa sobre las estructuras verticales en contraposición con las horizontales. Plantea el derrocamiento de las primeras para hacer una transición hacia las segundas. Desde el lenguaje simbólico, la obra tiene movimientos que hacen que la interpretación y sus significados sean accesibles para el público.
La danza, a través de la reflexión, nos enseña a caminar con y para el otro. La filosofía, aplicando los conceptos, nos guía para definir y entender mejor dónde vivimos. El diálogo y el baile son habilidades y formas de comunicación que se aprenden y que implican una cooperación entre los humanos. Los beneficios de éstas se aprecian en la sociedad: una que sea capaz de producir obras coreográficas y textos filosóficos que nos interpelen estará sana, pues sabrá cómo moverse y determinarse a sí misma.
5. SE CIERRA EL TELÓN
En este texto se propuso una sintaxis de la danza. Comienza por los gestos, movimientos ejecutados con intención comunicativa y que se interrelacionan entre sí hasta completar una frase corporal. La suma total de estas frases completa la obra coreográfica. Los gestos, a diferencia de las palabras, tienen la ventaja de expresarse utilizando, típicamente, diferentes velocidades y direcciones. Además, al tiempo que el gesto y su significado están íntimamente relacionados, pues la acción misma significa y es significada, el movimiento palpitante del cuerpo invita a pensar e imaginar. Por el contrario, las palabras, al volverlas texto estático, están detenidas en el tiempo y solidifican las ideas; quedan grabadas y ganan permanencia.
El lenguaje de la danza palpita en el presente, efímero, caliente, humeante; el lenguaje escrito parece vivir en otro tiempo: el instante registrado se transforma en pasado, frío, pero apuntando hacia el consumo. No obstante, al final, todo mensaje depende de la carne y la energía que lo crea y filosofar es, también, bailar con las ideas.
Imagen de portada: Retrato de la bailarina y actriz Loie Fuller de pie, mirando de frente con los brazos extendidos frente a un tocón de árbol, 1896. Library of Congress ©.