Francia vivía su tercer confinamiento por covid-19. Cuatro años antes había tratado de entrevistar al autor cuando recibió el Premio FIL de Lenguas Romances 2017. Intenté todo en aquel momento: asedié a su editor francés con llamadas y correos, contacté a su agente, a su editor español y a personas de su entorno, sin resultado alguno. Cuando se publicó en español Yoga (2020), decidí probar suerte una vez más. Para mi gran sorpresa, una tarde recibí un correo electrónico suyo para convenir una fecha. Así que, pese a las restricciones de la pandemia, viajé para encontrarme con él. Su domicilio parisino le pareció lo más adecuado, pues no había ningún lugar público abierto. Distante y amable, escuchaba con suma atención y se tomaba un largo tiempo antes de contestar sin digresiones.
Ha declarado haber abandonado la ficción. Sin embargo, en Yoga se nota un verdadero gusto por narrar las historias que escucha o incluso las de los libros que lo han marcado y que nos cuenta a su vez con detalle.
Es cierto que ya no escribo ficción. Aunque relato y ficción son cosas distintas. Trabajo con un material que no es ficticio y, al mismo tiempo, utilizo las herramientas de la ficción, es decir, un tipo de narración y de montaje. No busco alejarme de la ficción, más bien me concentro en progresar en el arte narrativo. Ahora, no todo mi material es autobiográfico. De hecho, solo procedo así en un par de libros, Una novela rusa y Yoga, en los cuales no me limito a ser el narrador, también soy el protagonista. La mayoría de mis libros no son autobiográficos, como Limónov, El Reino o De vidas ajenas. Ciertamente estoy muy presente como narrador, pero no hablan de mí.
¿Compartiría la opinión de alguien como Philippe Lançon, quien, tras el atentado contra la redacción de Charlie Hebdo, considera agotada la ficción como lo muestra en El colgajo? ¿Usted tampoco cree ya en la ficción?
El hecho de que ya no escriba libros de ficción no implica una posición ideológica, una declaración de su agotamiento. A mi parecer, hay dos razones principales para escribir. La primera sería inventar, contar historias que imaginamos. La otra, contar su vida o bien cosas de las que hemos sido testigos. Son tropismos de igual importancia. Por eso no creo que exista una tendencia francesa a la autoficción. Se trata solo de una de las dos vías de expresión de sí. Por mi parte, he seguido un movimiento natural. Durante quince años, me pareció evidente escribir ficción, pero, desde hace veinte años, he optado por lo que hago ahora sin que sea un verdadero posicionamiento. Ahora bien, respecto a lo que dice Lançon, es en parte cierto. También lo siento, cada vez tengo menos ganas de leer novelas, aunque insisto, no hay nada ideológico.
Justamente Lançon dice que ya no lee novelas pues les ha perdido el gusto…
No sé si es propio de nuestra época o más bien de cierta edad de la vida. Se suele decir que con la edad ya no se leen novelas sino más bien memorias, correspondencias, que el gusto por la novela disminuye a lo largo de la vida. Cuando era joven me decían eso y me parecía ridículo, algo típico de viejos reaccionarios, aunque es un poco lo que me pasa hoy. Entre las pocas novelas que leo, hay varios latinoamericanos, por ejemplo, Juan Gabriel Vásquez, a quien conozco un poco. Me parece un verdadero novelista. En Latinoamérica, la novela sigue viva, no ha perdido aliento. En Francia, sobrevive con respiración artificial.
Me parece que su escritura se acerca más al ensayo —en el sentido que le daba Montaigne, citado por cierto en Yoga— que a la autoficción. ¿Reivindicaría esta filiación?
Me siento cercano a Montaigne, pero no pretendo compararme con él. Lo que me gusta de su obra y que ha aportado mucho a mi trabajo es su extraordinaria libertad, su fidelidad a la expresión de sus ideas, dudas, recuerdos… Pero esa lección de libertad en el pensar implica también no dejar que una especie de superyó nos bloquee y aceptar pensar lo que pensamos, ser quienes somos. Montaigne es un compañero muy valioso pues su ejemplo permite liberarse de la culpabilidad. Hay algo en él que tiende a la aceptación de sí. Aunque, contrariamente a él, soy más bien un autobiógrafo narrativo. Tengo una pasión por el relato, para mí la narración cuenta más que el pensamiento.
Siempre me ha sorprendido su manera de dirigirse directamente al lector y su último libro no es la excepción. Incluso cuando habla de cosas muy dolorosas, como la depresión o su estancia en el hospital psiquiátrico, no pone distancia, al contrario, nos conduce a su intimidad. Aborda situaciones que podrían resultar vergonzosas y que nos han enseñado a ocultar.
Es algo espontáneo. Me gustan los libros donde percibo una voz que me habla. Y a mi vez intento suscitar una relación amistosa con el lector dirigiéndome a él. Me parece importante crear cierta intimidad con los lectores. No escribo solo por eso, pero sí en gran parte. Para mí, lo único que podría suscitar vergüenza son las malas acciones, que también he cometido, pero no es lo que me importa compartir. Más bien me interesa exponer mis flaquezas, mis defectos, que forman parte de la vida. Tal vez es exhibicionista, pero sobre todo creo que es útil, pues a la gente le hace bien conocer mis desgracias justamente porque solemos callarlas al pensar que son vergonzosas. Cuando me leen pueden decirse “ah, también él se ha sentido así o ha actuado de tal manera poco gloriosa…”. De ahí que cuente trastornos del estado de ánimo, incluso psíquicos, pues mucha gente los padece y les cuesta hablar de ellos. Es muy liberador que alguien más los aborde, así que no me avergüenza hacerlo.
Le han reprochado su narcisismo, pero usted ve en el uso del “yo” más bien una marca de honestidad.
Bueno, la honestidad no impide el narcisismo. Claro que soy narcisista pero no únicamente. También hay honestidad en hablar en nombre propio. No me gustan los discursos que no están encarnados, necesito que alguien los asuma. No creo en las ideas al aire.
El periodismo ocupa un lugar importante en su vida. En Yoga adquiere casi una dimensión terapéutica, al ser una manera de salir de sí, de ir hacia los demás.
Es fundamental para mí. He tenido siempre mucha suerte en mi práctica del periodismo. Comencé en los años ochenta, una época muy favorable pues los periódicos tenían dinero y podían enviar periodistas al otro lado del mundo. Hoy es muy difícil. He podido continuar ejerciéndolo como escritor profesional y espero continuar toda mi vida. En efecto, el periodismo permite salir de sí y encontrarse con lo inesperado. Tengo la fortuna de trabajar con medios y redactores de confianza que me dan la posibilidad de escribir artículos extensos, pues el reportaje necesita espacio. En el fondo, la única diferencia entre escribir un reportaje y un libro es la extensión, a tal punto que reportajes míos se han vuelto libros. Eso ocurrió con Limónov. El reportaje inicial fue como una maqueta para el libro que hice después. No es nada original lo que voy a decir, pero veo dos familias de periodistas: una se sitúa en el análisis, la opinión y se ocupa del editorial, la tribuna; la otra va al terreno y se ocupa del reportaje. Yo pertenezco a la última. No tengo ningún desprecio por la primera familia, es solo que me cuesta formarme una opinión y expresarla. En cambio, me gusta ir a cualquier sitio y ver cómo se encarnan las historias humanas, con sus contradicciones y ambigüedades, y hacer percibir en mi escritura la complejidad de las situaciones. Por ejemplo, sería incapaz de escribir un editorial sobre los migrantes, pero sí soy capaz de ir a Calais y hacer un largo reportaje. Si algún talento poseo, es más bien el de un narrador y no el de un ensayista que expresa su visión. Aunque la columna vertebral de mi trabajo sea escribir libros, la escritura de guiones y el periodismo son mis muletas, pues me apoyo en ellos para salir de esos momentos en los que doy vueltas sin encontrar la solución cuando escribo un libro. Los guiones, o filmar películas, como también lo he hecho, suponen arrancarse de la soledad de la escritura y trabajar con otra gente. Implican obligaciones, exigencias.
Su manera de reunir cosas a primera vista incompatibles, como el yoga y la depresión, caracteriza su escritura, su gran dominio del montaje, como se lee también en un libro como De vidas ajenas.
Para nada son incompatibles. Le puede parecer arrogante de nuevo, pero se lo voy a decir: a través de mis encuentros, a través de mi persona intento experimentar, entender, lo que significa ser un ser humano y eso incluye el yoga, la depresión, el amor… La razón por la cual tantas cosas que a priori no tienen relación y aparecen en un mismo libro es porque me pasaron a mí, o porque fui su testigo. El relato de una experiencia individual permite captar muchísimas cosas en apariencia dispares pero que encuentran su coherencia en torno a una persona.
Para conseguir que funcione esa estructura compleja, que sea fluida y clara, ¿hace un plan? ¿cómo escribe?
No hago ningún plan, o más bien, cada día hago un nuevo plan que anula el precedente. Finalmente se parece mucho al trabajo de montaje en el cine, del cual he aprendido mucho, pero no en términos visuales, sino de ensamblaje. En el fondo, lo que me gusta es que haya mucho material disponible, como ocurre con los rushes del rodaje en cine: al principio no sabe uno cómo juntarlos, pero poco a poco uno comienza a entender la lógica subyacente.
En ese libro, como en el resto de su obra, se muestra en extremo atento a lo que ocurre a su alrededor. Observamos cómo se deja afectar por lo que ve o lee. ¿La empatía le parece importante al escribir?
Es curioso, me doy cuenta ahora con su pregunta, no lo había pensado antes. En realidad, no soy empático. Soy más bien alguien autista y la manera en que puedo ir hacia los demás es la escritura. Logro salir de mi ensimismamiento y percibir algo en el otro solo cuando escribo. Siento entonces que puedo crear finalmente un vínculo. Necesito escribir para tener acceso a la empatía, es mi técnica para acceder al otro. No es porque sea empático que escribo, más bien, como no lo soy escribo para serlo.
¿Diría que tiene buen ojo para encontrar temas interesantes?
Me reconozco ese talento y con temas que a primera vista carecen de sentido, como ese par de jueces cojos que se encargan de casos de sobreendeudamiento en De vidas ajenas. Incluso con Limónov fue así. Recuerdo que a mi editor francés, Paul Otchakovsky-Laurens, le pareció una pésima idea. El mismo Herralde me dijo que estaba loco al dedicarle un libro a ese fascista ruso, a un canalla así. Cuando recibió el libro me dijo: ahora sí me sorprendiste, lo conseguiste.
¿El origen de su interés sería esa “solidaridad incondicional con el insondable dolor que entraña la condición humana” de la que habla el psicoanalista Pierre Cazenave y que usted cita en De vidas ajenas?
No puedo sino estar de acuerdo con Pierre Cazenave, lo ha dicho todo: el peor sufrimiento es el que no se puede compartir y la peor desgracia es tener la felicidad cerca y no verla.
Me parece que esa solidaridad va más allá de la empatía pues realmente trabaja los vínculos. Si hay algo político en su escritura sería justo esa manera de reunir pese a la diferencia.
Me da gusto que lo diga y si es así me haría muy feliz. Espero que tenga razón.
Esta entrevista forma parte del libro El azar hace bien las cosas. Diecinueve entrevistas con escritores de lengua francesa, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2023. Se reproduce con el permiso de la autora y los editores.
Imagen de portada: Heather Spears, Manos con orejas de barro. Wellcome Collection