Los científicos y la toma de decisiones
La ciencia se vuelve cada vez más un bien común. La historia nos muestra que sus productos no pueden ser capturados sólo por algunos y que, al final, benefician a todos. Es bueno que exista una interfase dinámica entre ciencia y sociedad, donde la ciencia y los científicos se enriquezcan con el espíritu público.1
Muchos de los problemas que enfrenta la humanidad actualmente, como la pérdida de la biodiversidad, las enfermedades emergentes, la contaminación ambiental o la desigualdad económica, ocurren en sistemas complejos, con múltiples relaciones entre elementos de diversos tipos, que son difíciles incluso de definir dado que se estructuran en diferentes escalas y cuyo comportamiento es complicado predecir debido a la forma en la que cambian en el tiempo. Un ejemplo es un cafetal de sombra, en el que existen intrincadas relaciones entre los diferentes insectos que afectan a las plantas del café, ya sea como plagas o alimentándose de estas últimas. En estos ecosistemas una misma especie puede tener un efecto positivo y uno negativo sobre otra, dependiendo de los intermediarios. Estas relaciones limitan la capacidad de los ecólogos para entender y predecir de forma certera lo que pasaría si se elimina una especie o si se cultivan las plantas de café de otra manera. Enfoques reduccionistas, como eliminar directamente una plaga mediante un insecticida, pueden tener efectos inesperados precisamente por lo intrincado de las relaciones que conforman el ecosistema. Una característica fundamental de los sistemas complejos es que son, hasta cierto punto, impredecibles. Podemos entender un sistema de la mejor forma posible y, sin embargo, este entendimiento siempre tendrá algo de incertidumbre. De hecho, en los sistemas con comportamiento caótico hay un grado irreductible de impredictibilidad dado que un mismo sistema en dos condiciones prácticamente idénticas puede desarrollar comportamientos radicalmente distintos, debido a la sensibilidad a las condiciones iniciales.2 Tenemos entonces que, para muchos sistemas de estudio, los científicos no pueden hacer predicciones completamente certeras sino sólo acercarse a una explicación parcial del fenómeno y a una predicción más o menos exacta de su comportamiento futuro. No es que los científicos no puedan producir verdades “absolutas” (esta discusión se la podemos dejar a los filósofos de la ciencia), sino que en algunos casos no pueden hacer predicciones ni emitir recomendaciones completamente certeras. Por otro lado, muchos de los problemas que enfrenta la humanidad requieren soluciones urgentes. El cambio climático, la contaminación ambiental y el uso de organismos genéticamente modificados o transgénicos, son problemas acuciantes que requieren decisiones a diferentes escalas: en términos de acuerdos internacionales, políticas públicas o de estrategias de manejo a nivel local y comunitario. Si no se toman decisiones pronto sobre la adaptación al cambio climático, por ejemplo, podrían ocurrir efectos irreversibles como la pérdida de especies o ecosistemas completos, la desaparición de zonas costeras, la desertificación de áreas que ahora son fértiles, etcétera. De igual forma, una comunidad debe tomar decisiones sobre el uso de tecnologías como los transgénicos antes de que la inercia del mercado y sus aparentes beneficios empujen a sus miembros a adoptarlos sin conocer las implicaciones ecológicas y económicas a largo plazo. En muchos de estos problemas existen visiones encontradas entre diferentes participantes del debate. Están involucradas las empresas contaminantes, el gobierno —que debe implementar regulaciones—, y los dueños de las tierras boscosas, que capturan carbono y disminuyen el calentamiento global. Están también, por ejemplo, los empresarios que fabrican transgénicos, los agricultores (que pueden adoptar estas tecnologías o ver contaminados sus cultivos con la adopción que hagan sus vecinos) y los consumidores de los productos agrícolas, que deben decidir de manera informada. A este entorno de toma de decisiones urgentes y con valores en disputa, Silvio O. Funtowicz y Jerome Ravetz, epistemólogos y matemáticos que escribieron a finales de los noventa una serie de artículos recogidos en el libro La ciencia posnormal,3 lo llaman un entorno “turbulento”. En su libro estos autores definen tres tipos de ciencia que se practica para resolver problemas de importancia para la sociedad: cuando hay poca urgencia, pocos valores en disputa y la incertidumbre también es baja, aparece la ciencia aplicada. Ahí el científico simplemente utiliza conocimientos bien establecidos para desarrollar tecnología, por ejemplo, con un mínimo de factores desconocidos o fuera de control. Cuando se resuelven problemas medianamente urgentes pero con pocos valores en disputa, y con un cierto grado de incertidumbre, es útil la consultoría profesional. Aquí estaría, por ejemplo, el papel de un médico estableciendo un tratamiento para un paciente que tiene una enfermedad curable. Cuando debemos tomar decisiones urgentes y sujetas a múltiples visiones, y además la ciencia disponible tiene un alto grado de incertidumbre, entonces tendremos lo que para Funtowicz y Ravetz es la ciencia posnormal. Es decir, una ciencia que está más allá de la visión de Kuhn,4 en la que los avances científicos implican una acumulación gradual de conocimiento y de problemas no resueltos, hasta que se hace necesaria una revolución científica y un cambio de paradigma. Este esquema epistemológico kuhniano no es aplicable cuando se trata de resolver problemas que no pueden esperar a que se elimine la incertidumbre mediante un cambio de paradigma. En estas condiciones posnormales, la incertidumbre inherente a la información científica puede utilizarse para sesgar las decisiones hacia uno u otro lado, dependiendo de los intereses de cada participante del debate. En otras palabras, si no se maneja adecuadamente la incertidumbre, la información que aporta el científico al debate pierde su valor e incluso puede aumentar la confusión entre los participantes. Para ser útil en estos debates, el científico debe hacer explícita la incertidumbre inherente a sus recomendaciones, así como transparentar su postura frente a los diferentes intereses en conflicto. Lo mismo deben hacer los demás participantes, de manera que la información científica se tome de la forma más objetiva posible, evitando utilizar la incertidumbre para favorecer a alguno de los argumentos.
Las discusiones sobre estos fenómenos y sus causas son ejemplos muy claros de situaciones turbulentas (hay urgencia, múltiples valores en conflicto y además es mucho lo que está en juego). Aunado a esto, la información científica sobre el clima, un sistema complejo por excelencia, tiene un alto grado de incertidumbre. De entrada, sabemos que es casi seguro que si no hacemos nada, la temperatura se elevará mucho más que si hacemos todo lo posible por evitarlo. Pero incluso si actuamos, la predicción de lo que podría pasar tiene un amplio margen de error alrededor de un promedio.5 Este margen de error corresponde, justamente, a la incertidumbre con la que se puede predecir el clima futuro, y es resultado de un conjunto de incertidumbres acumuladas en los modelos y supuestos que se hacen respecto al clima del planeta, su dinámica y el efecto de los gases de efecto invernadero. Es evidente que, de no manejarse adecuadamente, esta incertidumbre se puede utilizar para desacreditar la información que proveen los científicos y argumentar —como de hecho muchos políticos estadounidenses hacen hoy en día— que el cambio climático ni siquiera existe. Si a esto le agregamos el interés de las compañías petroleras y demás industrias contaminantes por seguir emitiendo gases de efecto invernadero a la atmósfera, tendremos un entorno para la toma de decisiones bastante difícil para el científico y para la sociedad en general.
Existen incertidumbres importantes con respecto al efecto que tiene la introducción de un gen sobre las características morfológicas o fisiológicas de una planta, sin controlar el sitio en el que se inserta dicho gen. También son inciertos los efectos de la liberación de estos genes en campo abierto, donde podrían afectar la variación genética de los demás tipos de maíz y finalmente, tampoco se puede afirmar de forma inequívoca de qué manera estas plantas tienen un efecto sobre la salud de los consumidores. También en este caso existen valores distintos y fuertes intereses en disputa. Por tomar un ejemplo reciente, a finales del 2016 nos enteramos6 de que la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, que produce muchos reportes oficiales sobre el uso de estas tecnologías y sus riesgos potenciales, tiene un claro sesgo a favor de los organismos genéticamente modificados debido al conflicto de interés de muchos de sus miembros, que trabajan al mismo tiempo en universidades públicas y en la industria biotecnológica. En relación con el maíz transgénico, el principio precautorio —que recomienda que cuando haya riesgos desconocidos de una tecnología se limite su uso hasta que se cuente con más evidencia— no necesariamente ha logrado que los interesados en introducir la tecnología demuestren esta ausencia de riesgos. Tampoco los científicos han hecho transparentes sus posturas en muchas ocasiones: la situación actual en relación con los permisos de siembra de maíz transgénico en México ejemplifica a la perfección cómo diferentes partes, científicos e instituciones regulatorias, hacen uso de diversos estudios para apoyar sus posturas, sin que exista un debate abierto y una evaluación conjunta de la evidencia y su incertidumbre por parte de todos los interesados.
Si bien se han identificado factores genéticos que desencadenan estas enfermedades, existen múltiples factores sociales y ecológicos que modulan su desarrollo, y hacen muy difícil una predicción de las condiciones exactas que darán lugar a una enfermedad. Mucho menos pueden planearse adecuadamente la efectividad de un tratamiento o una estrategia de prevención. También en estos casos hay fuertes intereses en juego: por referirnos a una noticia reciente, la empresa farmacéutica Teva, de origen israelí, admitió haber pagado sobornos a médicos de hospitales públicos en México para que recetaran un medicamento suyo.7 En problemas de salud, debería darse más importancia a la participación de los pacientes, que pueden tener una perspectiva diferente sobre su propia salud y los riesgos de un tratamiento determinado. Uno de los caminos para complementar la información médica en vista de la incertidumbre es crear comunidades de práctica que implementen estrategias de prevención mediante el conocimiento colectivo y el aprendizaje adaptativo.
La participación transparente de los científicos en una consulta o un proceso de toma de decisiones implica una postura ética, que requiere que el científico admita que en algunos casos no puede hacer recomendaciones completamente certeras. Además, esta postura ética requiere que el científico revele sus intereses y sus fuentes de financiamiento, de manera que en la discusión puedan evaluarse sus recomendaciones, así como el grado de incertidumbre que tiene sobre ellas, de manera completa. De esta forma se enriquecen y transparentan el debate y la evaluación de las recomendaciones. Como he expuesto anteriormente, la visión de los científicos acerca de algunos problemas complejos es incompleta, por la alta incertidumbre inherente. Sería deseable, entonces, que esta visión sea complementada con otros saberes, que pueden enriquecer el conocimiento e incluso disminuir las incertidumbres. Así, el científico se volvería un participante más en el proceso de toma de decisiones, lo cual sería más útil para la sociedad.
Una versión modificada de este artículo se presentó en el Encuentro L@s Zapatistas y las ConCiencias para la Humanidad, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, el 2 de enero de 2017.
Imagen de portada: taufuuu, Bamboo Complexity, 2014.
R. Dijkgraaf, “Are There Barbarians at the Gates of Science?”, Nautilus, 2016, núm. 35. Disponible aquí [Todas las traducciones son del autor] ↩
La teoría del caos, desarrollada durante la segunda mitad del siglo XX, estudia el surgimiento de diferentes patrones dependiendo de ligeras variaciones en las condiciones iniciales del desarrollo de un sistema. Véase, por ejemplo, aquí ↩
S.O. Funtowicz y J. Ravetz, La ciencia posnormal: ciencia con la gente, Icaria Antrazyt, Barcelona, 2000. ↩
T.S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, 4ª edición. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2013. ↩
Puede consultarse: Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, Cambio climático. Informe de Síntesis. Disponible aquí ↩
Stephanie Storm, “National Biotechnology Panel Faces New Conflict of Interest Questions”, New York Times, 27 de diciembre del 2016. Disponible aquí. ↩
“Farmacéutica Teva admite que su subsidiaria pagó sobornos a médicos en México”, Animal Político, 23 de diciembre del 2016. Disponible aquí. ↩