Lo que hicimos en la cama es un libro de historia que se enfrasca en el examen de uno de los muebles más importantes en nuestra vida: la cama. ¿Por qué dedicar páginas y páginas a ese objeto que se nos presenta como algo tan común y baladí? La cama, según nos revela la obra de los arqueólogos Brian Fagan y Nadia Durrani, es el centro de muchas actividades nodales para el ser humano. No por nada, pienso, ha motivado exquisitas piezas ensayísticas como “On Lying in Bed” de G. K. Chesterton o el “Discurso sobre las camas” de Salvador Novo. Ciertamente, algo esencial de nuestra humanidad queda registrado en sus acogedores lindes.
Construcciones verbales como “ropa de cama” para designar a la pijama y “estar en cama”, que refiere a hallarse enfermo, o el proferir “quiero llevarte a la cama”, invitación sugerente, muestran cómo este mueble da cabida a experiencias tan disímiles: el descanso, la enfermedad y el placer. Durante diez capítulos, Fagan y Durrani realizan un paseo panorámico por la historia de la cama a partir de éstos y otros temas como el parto, la muerte y los viajes. Logran que su lector se recueste en incómodas camas antiguas y se arrellane en inauditos lechos del futuro mediante un cúmulo de datos históricos que, gracias a un tono amigable, se leen de manera sumamente gozosa.
La óptica de este libro parece fiel continuadora de corrientes de investigación como la historia de la vida cotidiana, pues nos hace visitar el pasado no desde los ojos que se ciñen a los actos mayúsculos o los sucesos políticos y económicos que fatigan nuestros manuales escolares. En cambio, su lectura incita a la curiosidad por lo doméstico, satisface la sed de imaginar cómo era la conducta diaria de los seres humanos de otras épocas. No escrito para el especialista, sino para el lector peatonal, Lo que hicimos en la cama bien puede leerse como una modesta enciclopedia de datos curiosos. Hilvana ese tipo de excentricidades que nos complacería compartir en una sobremesa, pero que también nos permiten vislumbrar otros periodos históricos desde las minucias de la alcoba. Valgan algunas muestras seleccionadas entre las centenas de apuntes valiosos que reposan en esta obra.
El capítulo dedicado al dormir es uno de los más atractivos. Acostumbrados a la actual industria del sueño que se afana en encontrar las camas más mullidas, las almohadas más esponjosas, las pastillas más efectivas para descansar las ocho horas que nos dictan como obligatorias, resulta verdaderamente asombroso ver cómo distan las costumbres antiguas de las nuestras. Los lechos más arcaicos que conocemos, según nos dicen Fagan y Durrani, no estaban elevados ni tampoco al ras del piso, sino hundidos en él: fueron cavados hace setenta mil años en el suelo de las cuevas. Y no sólo hemos dormido horizontalmente, existen comunidades que se entregan al descanso en cuclillas. Antes de que la invención de la luz eléctrica hiciera perpetuo el sol, las personas dormían durante dos periodos de tres o cuatro horas que se veían interrumpidos por una vigilia dedicada a la oración, el quehacer, el sexo o el crimen. Algunos especialistas afirman que, si regresáramos a ese sueño bifásico, no tendríamos tantas dificultades para recuperar nuestra energía, por muy contraintuitivo que nos parezca ahora.
Aunque haya habido formas distintas para distribuir las horas de descanso, en todas las épocas han existido personas preocupadas por conciliar el sueño. Hay remedios usados hoy en día que datan de periodos antiquísimos. Uno de ellos es la valeriana, que toma su nombre de Publio Licinio Valeriano, emperador de Roma, quien la defendió a capa y espada de quienes se oponían a su uso. Los egipcios, por su parte, recomendaban un brebaje hecho de opio, lavanda y manzanilla. No obstante, a la par de estos buscadores, siempre han existido los detractores del sueño: aquellos que lo ven como una señal de debilidad y holgazanería. Alejandro Magno y Napoleón fueron admirados por su escaso dormir, lo cual se consideraba una muestra de masculinidad y poder. Y si hoy nos preciamos de ser grandes consumidores de café para paliar el furor al que nos obligan las demandas de la productividad, lejos nos encontramos de alcanzar el récord de Voltaire, cuyas obras debemos gracias a que, según dicen, dormía sólo cuatro horas y tomaba cuarenta tazas de café por día.
Alarmante y pasmoso resulta el capítulo sobre el parto, otro de los mejores apartados de Lo que hicimos en la cama. Sorprende saber que las griegas de la Antigüedad eran inculpadas por la fealdad de sus hijos y, por lo mismo, les estaba prohibido ver monos estando encintas para evitar parir adefesios. O que, según relata Estrabón en su Geografía, el reposo postparto en los ibéricos no lo realizaba la mujer, sino el hombre, cuya esposa cuidaba de él. Otros apuntes resultan más que descorazonadores: como enterarnos de que los analgésicos fueron ilegales en la Inglaterra de los Tudor, después de la Reforma, por lo cual muchas mujeres tuvieron que dar a luz sin ayuda de los fármacos; y era tan alta la tasa de mortalidad entre las embarazadas que fue una costumbre retratarlas para conservar su memoria en caso de que fallecieran.
Página tras página, el libro convierte la cama en un detonante para la libre asociación de ideas. No es una historia cronológica, pues hace saltos en el tiempo e, incluso, divagaciones que le permiten tocar las fronteras del ensayo literario. El capítulo dedicado a la cama como lecho mortuorio se anima a hacer un brevísimo repaso por las últimas palabras de personajes célebres —como Sócrates, Stalin y Churchill— que complacería al Mark Twain de “Last Words of Great Men”. La holgura con la cual está escrito Lo que hicimos en la cama permite que sus autores hagan algunas confesiones personales esporádicas: afirman que, por fines de investigación, decidieron intentar el método “Miracle Morning”, que invita a levantarse a las cinco de la mañana; nunca antes, dicen, fueron tan productivos, pero después de una semana se dieron cuenta de que no era una opción sostenible para sus estilos de vida.
Eso sí, al libro se le puede reprochar que la estructura no cronológica, el entusiasmo de sus autores y cierto descuido los lleva a repetir algunos datos. Por ejemplo: definitivamente, pasma saber que los escribas llevaban un acucioso registro de cada momento en la vida sexual del emperador chino, pero una sola mención de este hecho hubiera bastado para que los lectores no olvidáramos tan perturbadora información. Dado que Fagan y Durrani son investigadores en universidades de Estados Unidos e Inglaterra, el libro hace un gran acopio de datos pertenecientes al ámbito angloparlante. Esto, más que un demérito, pienso, puede tomarse como una invitación a seguir escribiendo sobre estos asuntos tan recreativos como didácticos en otras latitudes. Ya Salvador Novo lanzaba una provocación al señalar la suntuosidad y exuberancia de las camas de Carlota, Maximiliano y Porfirio Díaz o al hablar de aquella donde murió Juárez. Pero la pregunta sigue abierta: ¿qué dicen de nuestros próceres, caudillos y villanos aquellos lugares donde pasaban sus horas de sueño?
Lo que hicimos en la cama es una lectura idónea para satisfacer nuestra curiosidad antropológica. Nos permite contemplar el mundo desde el relativismo: recordamos que nuestros usos son unos entre miles. Es así como desactivamos la forma rutinaria con la que vemos nuestro entorno para sorprendernos de lo que podría parecernos insignificante. No se pregunta qué tanto podemos decir de un objeto como la cama, sino qué dice ese objeto de la experiencia humana a lo largo de los siglos. Es, por tanto, un libro que toma a un mueble como móvil de investigación, pero que pronto termina por convertirse en una rica historia de nuestra intimidad y vulnerabilidad.
Chesterton abogaba por el “noble arte de quedarse en la cama” porque se imaginaba que únicamente al encontrarse tumbado con la vista fija en el techo, un artista como Miguel Ángel pudo imaginar cómo reconstruir los orígenes del mundo en la bóveda de la Capilla Sixtina. Aunque no necesitemos razones para disfrutar de nuestros colchones más allá del amanecer, como aseguraba el ensayista inglés, el libro de Fagan y Durrani es un excelente pretexto para suspender la marcha de los días y gozar de la cama como sitio de lectura. Hacer de ella una planicie desde donde también podemos peregrinar por diversas épocas y regiones sin tener que levantarnos nunca.
Trad. Víctor Altamirano. Fondo de Cultura Económica, México, 2023.
Imagen de portada: Vishnu reclinado sobre la serpiente Shesha, ca. 1775-1800. The Walters Art Museum, dominio público.