En su búsqueda de identidad, Hanif Kureishi (Londres, 1954)1 supo hacer que el camino se elevara a su encuentro. A partir de sus intereses (“la música, las drogas, la moda y la literatura”), construyó historias que se ubican en esa frontera donde la honestidad se convierte en cinismo; es ahí donde radica la fuerza de su perspicacia. Antes de él, los jóvenes como Kureishi —hijo de madre inglesa y padre pakistaní— eran invisibles y pertenecían a “un sistema que de veras nos odiaba”. Muy joven, luego de abandonar las clases de filosofía del King’s College para escribir teatro en el Court Royal Theatre, su guion de Mi hermosa lavandería (1985) fue nominado al premio Óscar y su novela El buda de los suburbios (1990) fue leída con fervor por los adolescentes de Londres, al grado de que hoy día es una referencia para los colegios británicos. Luego de tantos años, Kureishi prefiere no dar entrevistas fuera de Inglaterra. De algún modo su personalidad se ubica en ese límite sobre el que va y viene con su escritura: es a un tiempo arrogante y tímido; profesor de literatura y hooligan; puede citar a Beckett y Chéjov, pero la frase que repite cuando habla en público es esa con la que Johnny Rotten de los Sex Pistols cantó la muerte de la esperanza: “There is no future”. Cuando una pregunta no le gusta, la evade con una salida que mezcla sinceridad e ironía. Le gusta sentirse “un escritor de humor, en la misma tradición de Martin Amis o Angus Wilson”. De aquel día en 2008 cuando recibió la Orden del Imperio Británico, recuerda: “voltée la medalla y vi que decía: por Dios y por el Imperio… no hay mejores cosas que las que no existen. Me parece hermosamente inútil que luego de todos estos años de esforzarme por ser aceptado, lo haya logrado. Ahora soy uno de ellos”. El colegio de Bromley donde estudió Kureishi es el mismo por el que pasaron David Bowie, Billy Idol, Johnny Rotten y Siouxsie Sioux. En Karim, el personaje central de El buda…, Kureishi rememora los problemas que tenía ahí por ser “un inglés de los pies a la cabeza, casi”. Cuarenta años después, Hanif actúa como alguien a quien aún le sorprende en lo que se ha convertido, pero está acostumbrado a esa sorpresa. Para esta entrevista, tiene puesta una playera del álbum Blackstar de Bowie. Usa en los dedos meñiques anillos gruesos con figuras de animales. Mueve la nariz de manera permanente y tiene un ligero tic que lo hace fruncir el ceño, así que cada tanto parece que gruñe. Más que un intelectual, tiene la pinta de un viejo punk, inglés y estoico. La contradicción es la marca de sus personajes, que forman parte de la sociedad a la que pertenecen y están marginados por ella. El tema de la transgresión cruza por todo su trabajo. Cuando le pregunto si esa fuerza para quebrantar las reglas es la manera de sacar a la gente de su indiferencia, Kureishi retoma su idea de que estamos atrapados en la era moderna: “Tenemos los fundamentalismos extremos del Islam y del neoliberalismo. La transgresión termina por ser tu peinado o alguna otra marca de individualidad. Hay una diferencia entre transgresión con estilo y la verdadera transgresión, que significa encontrar nuevas maneras de vivir. Eso es cada vez más difícil en una época en que el capitalismo global lo acapara todo”. De todas formas, como Chéjov y Dostoyevski, autores a los que recuerda de manera permanente, Kureishi disfruta de la sorpresa que le causa “la catástrofe cotidiana”, a la que agrega el matiz del humor, esa característica definitiva de su literatura: “Tengo el humor de mi familia. Aunque el mundo es terrible, trágico, violento, implacable, cruel, nihilista, es también muy divertido. Encuentro al mundo gracioso, aunque a veces, eso sí, es como una mala broma”. Su generación creció escuchando punk y la furia era el motor que conducía la esperanza de terminar con todo esquema de autoridad. Por esa manera de mirar el mundo con ira y perspicacia, Kureishi intuyó antes que nadie el horror del terrorismo y fue pionero en escribir sobre el fundamentalismo islámico, con su novela El álbum negro (1995) y el guion de la película Mi hijo, el fanático (1997). Los protagonistas de esos relatos se mueven entre el nihilismo de la cultura pop y la estructura estricta del islam radical. Al final, lo que triunfa es la búsqueda del placer. Sobre esos trabajos, Kureishi afirma que tan sólo escribió acerca de las cosas que presenció, desde “los años del final de la fiesta, algo decadente y vacío”, hasta nuestros días: “En los setenta hicimos todo para destruir las cosas, deshacernos de lo que tuviera que ver con autoridad. Luego, esa fuerza osciló de regreso de forma terrible, en una especie de fascismo religioso. Creímos que habíamos liquidado esa forma de autoridad anticuada y paternalista, pero volvió con el horror que ya conocemos”. Hanif Kureishi narra en tiempo presente. Hace al lector cómplice de los actos de sus personajes. No tiene piedad para mirarse a sí mismo y son bien conocidas las historias donde su familia se ha enfrentado públicamente con él, acusándolo de usar sus vidas íntimas como material para sus libros. Sobre el precio que ha tenido que pagar por tocar y exponer sus sentimientos, Kureishi minimiza las consecuencias: “Tengo 60 años y he escrito desde que tengo 20. Ha sido un gran placer hacer una vida a partir de ser escritor. El precio no ha sido alto. Ha sido de verdad muy buena diversión. El dolor de ser artista está muy exagerado”. Agrega que lo que le interesa es “escribir sobre cómo quedamos reducidos por el deseo”, ese motor que conduce a sus personajes a la búsqueda, reconocimiento y fracaso amoroso. Kureishi volvió al centro de la atención literaria con Intimidad (1998), un relato en primera persona que acompaña a Jay, un escritor cuarentón, la noche en que decide abandonar a su esposa e hijos. La novela, de trasfondo evidentemente autobiográfico, causó furor entre la crítica y el público. Intimidad es un retrato de lo lujuriosa e inútil que es la masculinidad de la edad madura, en una cultura más dispuesta a llenarnos de excusas que a propiciar la sinceridad. Kureishi rememora: “cuando se publicó ese libro, mi teléfono no dejaba de sonar… eran periodistas de todo el mundo, dispuestos a darme una buena madriza. Pensé que debía haber escrito algo bueno si la gente estaba tan enfadada. Claro que no era mi intención hacerlos enojar, pero al pasar por una separación, es necesario dejar a las personas, y no crees que sea tan necesario que ellos deban dejarte a ti. Mucha de esa amargura y rencor del libro es tan sólo que escribía lo que sucedía del modo que sucedía”. El padre de Kureishi mantuvo durante toda su vida un trabajo como burócrata en la embajada de Pakistán y dedicó sus desvelos a escribir novelas que fueron invariablemente rechazadas. Fue también quien incentivó en Hanif el deseo de convertirse en escritor. En Mi oído en su corazón (2004), a partir de que recupera el manuscrito de una novela de su padre, Kureishi pone a la luz la relación con su familia, en un ensayo donde se mezclan las reflexiones de un padre con los recuerdos del entorno del artista, que forman parte de su realidad literaria. Actualmente, Kureishi es profesor de literatura en la Universidad de Kingston y vive en West London. Del mismo modo que hizo su padre, ha fomentado la carrera de escritores de sus propios hijos. Cuando le pregunto qué escucharán esos chicos cuando pongan el oído en el corazón de su padre, Hanif sonríe por primera y única vez: “No sé qué será lo que ellos escuchen o qué harán de mí, pero es terrible tener niños, porque los amas tanto, pero luego también los odias. Es insportable odiar tanto a tus propios hijos. Cuando son adultos, la relación se hace mucho más tranquila. Es una nueva manera de relacionarse y sólo puedo decir que estoy muy complacido de que los gemelos y yo hayamos alcanzado eso”.
Imagen de portada: Hanif Kureishi durante el Hay Festival Querétaro, 2017. Foto: Eduardo Loza.
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Su libro más reciente es The Nothing, que será lanzado en español, tal como el resto de su obra, bajo el sello Anagrama. El protagonista de este thriller es Waldo, un anciano egoista y misógino que vive atado a una silla de ruedas. A través de los ruidos que se cuelan a su alcoba, comienza a nutrir la sospecha de que su esposa Zee, 22 años menor que él, tiene un amorío con Eddie, un amigo mutuo que pasa cada vez más tiempo en su casa. Una historia que en palabras de Kureishi tiene “pasión, arrepentimiento, esperanza, ira, furia, amargura, cobardía y celos. Hay todos esos tonos en esa pieza”. ↩