Las islas
mira y no las descuides. las islas son mundos aparentes. cortadas en el mar transcurren en su soledad de tierras sin raíz. en el silencio del agua una mancha de haber anclado sólo aquella vez y poner los despojos de la tempestad y las ráfagas sobre las olas. aquí los cementerios son hermosos y pequeños y están más allá de las ceremonias. me he bañado para sentarme en la yerba es la zona de brumas donde acontecen los espejismos y vuelvo a sonreír. no sé si estás aquí o es el peligro empiezo a ser libre entre esos límites que se intercambian: seguro amanecerá.
las islas son mundos aparentes
coberturas del cansancio en los iniciadores
de la calma
sé que sólo en mí estuvo aquella vez la realidad
un intervalo entre dos tiempos
cortadas en el mar
soy lanzada hacia un lugar más tenue
las muchachas que serán jóvenes una vez más
contra la sabiduría y la rigidez
de los que envejecieron
sin los movimientos y las contorsiones del mar
las islas son mundos aparentes manchas de sal
otra mujer lanzada encima de mí que no conozco
sólo la vida menor
la gratitud sin prisa de las islas en mí.
Virutas
Virutas alrededor del árbol
—como si la madera pudiera
protegerlo del asfalto cómplice—,
cuando un aire retardado en su humedad
lo atrapa.
Si vuelvo por la sombra que la vejez necesita,
y el framboyán merece que lo acompañe
un rato en soledad.
Si el azul es el límite
que mi ojo aún contempla a destajo,
acercándome a él con suavidad
pisando cosas del verano
con esa intensidad de los objetos
que conmueven la pisada,
las circunstancias:
su interdicto hacia un metro
cuadrado de voluntad,
y perfección:
hasta llegar al borde de la esquina
que resplandece como todo borde
(impreciso)
entre hojas tardías que sobresalen
lúgubres ya: entre un pobre bien
y tanto mal que fueran del otoño,
su resaca.
II
Entonces, baja una pareja
desde una camioneta
con su perro suelto
y atado por detrás.
Otra señora camina con el suyo,
apretujado.
Parece que se fajarán
por la diferencia de tamaño entre ambos,
pero no ocurre más que una mirada
de resignación.
Todos de paso comienzan la mañana
acompañados de sus amos,
con espacios seguros para atarlos
a un sueño común
y me quedo quieta,
petrificada
pensando en el poema que saldrá
de las leves somnolencias
y artimañas ajenas,
con una canción country
que me persigue en la mente.
Sin sospechar que las virutas tiemblan,
bajo el ritmo de la desazón que avanza
mientras el sol ilumina este lugar,
sin lugar.
Poema del libro inédito “Dársenas”.
Imagen de portada: Howard Russell Butler, La costa desde la isla, ca. 1900. Smithsonian American Art Museum. CC.