La religión Yoruba en Cuba, más conocida como Regla de Ocha o santería, es uno de los más potentes y admirables ejemplos de resistencia cultural en la historia americana: en un contexto violento de varios siglos de destrucción social y cultural de los esclavizados, de represión e intolerancia religiosa sistemática y de asimilación forzada, los africanos y sus descendientes lograron transmitir y preservar una compleja herencia cultural. En el centro de ésta se encuentran las historias o leyendas que conforman la compleja narrativa mitológica de los dioses Yoruba, más conocidos como los Orishas. Estas historias (significado literal de patakkín), comparables con las que fueron preservadas en la tradición escrita por Hesiodo u Ovidio, cuentan las andanzas, conflictos, bondades y rasgos de personalidad de los dioses que acompañan a los humanos y que, de alguna manera, conforman también una especie de enciclopedia psicológica. Cada una de estas historias es una de las piezas del enorme mosaico mitológico y religioso que le da sentido a los gestos, a la danza, a la música, a la magia y a las formas con que los creyentes se visten, comen, piensan en ellos mismos e interactúan en la sociedad.
A los mellizos les gusta estar divirtiéndose siempre. No es por nada que son hijos de Changó y Ochún. Durante cierto tiempo les dio por tocar unos tamborcitos mágicos que les había regalado Yemayá, su madre adoptiva. Por entonces el diablo puso trampas en todos los caminos y comenzó a comerse a todos los humanos que caían en ellas. Ni hombres, ni mujeres, ni viejos, ni niños se escapaban de su voracidad. Entonces los Ibeyis se pusieron de acuerdo y Taewo agarró por uno de aquellos caminos, mientras Kainde lo seguía oculto en la espesura. Taewo iba tocando su tamborcito con tanto gusto que el diablo se quedó embelesado. Le advirtió para que no fuera a caer en la trampa y se puso a bailar. Pero cuando Taewo se cansó, Kainde salió del bosque y ocupó su lugar. Porque el problema era que aunque el diablo estaba muy cansado, no podía dejar de bailar mientras los tamborcitos mágicos estuvieran sonando. Y cuando estaba agotado, los Ibeyis le hicieron jurar que retiraría todas las trampas. Así fue como los Ibeyis salvaron a los hombres y ganaron fama de poderosos, porque ningún otro orisha ha podido ganarle una pelea al diablo.
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Changó tenía muchas mujeres, aunque su favorita era Ochún. Una de esas mujeres era Obba, quien en cierta ocasión fue a preguntarle a Ochún cuál era el secreto que le había ganado el favor de Changó. Ochún le dijo que era necesario retener a los hombres por el estómago, y que el secreto estaba en ofrecerles sus manjares favoritos. Se brindó entonces para enseñarle a preparar una sopa deliciosa. Cuando Obba regresó para aprender a hacer la sopa, se encontró con que Ochún tenía un pañuelo amarillo en la cabeza que le tapaba las orejas. En la sopa flotaban dos setas. Ochún le dijo a Obba que las setas eran sus orejas y que Changó quedaría encantado con ese plato. Cuando Changó llegó, probó la sopa, la encontró muy buena y se retiró con Ochún. Algunos días después llegó el momento en que Obba debía ocuparse de Changó y, muy contenta, se cortó una oreja y la echó en la sopa que estaba preparando. Cuando Changó llegó, se disgustó al encontrarse a Obba desfigurada y, luego, al tomar la sopa, se asqueó por encontrar dentro una oreja humana. Furioso, repudió a Obba, quien lloró tanto que sus lágrimas formaron un río y luego lagos y lagunas. Desolada, se retiró del mundo, buscó la soledad, y desde entonces vive en el cementerio, donde guarda las tumbas.
Fuente: Natalia Bolívar Aróstegui (comp.), Los orishas en Cuba, Editorial José Martí, La Habana, 2017. Selección y nota de David Beytelmann.