Editorial

Populismos / editorial / Diciembre de 2022

Guadalupe Nettel

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El término populismo, nos dicen los expertos, apareció por primera vez en la Rusia del siglo XIX y, desde entonces, ha conocido facetas tan diversas que hoy resulta muy difícil explicar con precisión qué significa. Si bien la palabra se asoció durante largo tiempo a movimientos de izquierda dirigidos exclusivamente a convencer a campesinos y obreros, a lo largo de los dos últimos siglos hemos visto nacer y prosperar también populismos de derecha. De ahí que más que una ideología se le considere un modus operandi. En el siglo XXI, este proceder está conociendo un auge global sin precedentes, tanto en los países considerados tercermundistas, como en aquellos que se erigen como los más desarrollados en términos de democracia. Con esta edición, la Revista de la Universidad de México quisiera arrojar un poco de luz, o al menos iniciar una discusión alrededor del tema. Para ello, hemos recurrido a politólogos de renombre internacional como Benjamin Moffitt, Carlos Illades o Mauro Barberis, pero también a periodistas que durante años han cubierto la realidad de países como El Salvador o Venezuela. Entre ellos debemos destacar a Boris Muñoz y María Luz Nóchez, así como a narradores interesados por temas de política como Jorge Volpi, David Trueba y João Paulo Cuenca, novelista y columnista perseguido durante el régimen de Jair Bolsonaro. Sin importar cuáles sean sus programas de gobierno, nos dicen estos autores, o los valores que aseguran defender, políticos como Trump, Bukele, Chavéz, Putin, Ortega y Bolsonaro, entre otros, practican una nueva forma de gobernar muy semejante. Avezados en los oficios del espectáculo, los políticos populistas aprovechan los espacios públicos y las plataformas digitales para construir una relación directa, y pretendidamente horizontal, con los ciudadanos. En sus discursos despliegan a menudo promesas imposibles de cumplir, “hechos alternativos” e incomprobables, arrebatos en contra de un ciudadano o contra enemigos más abstractos ante los cuales, nos dicen, debemos permanecer unidos. Esa manipulación psicológica, esas cortinas de humo y de ruido, los ayudan en ocasiones a pasar las leyes y las reformas que más los benefician. Entre los factores que han contribuido a la propagación y el éxito de esta forma de hacer política están sin duda la desigualdad y la pobreza. En un planeta donde muchas personas no cuentan con acceso a los servicios de higiene, salud y educación más elementales, los líderes populistas capitalizan el legítimo resentimiento y la desesperanza a cambio de unas cuantas frases con las que las mayorías puedan identificarse, sentirse comprendidas. No solo los pobres caen en la trampa de la demagogia. En países como Holanda y Dinamarca, los políticos de ultraderecha convencen a grandes sectores de la población enunciando las frases xenofóbicas que muchos piensan y pocos se atreven a decir. Las redes sociales, asegura Barberis, juegan un papel preponderante en los populismos modernos. Espacios en donde triunfan los exaltados sobre quienes argumentan con moderación constituyen un entorno más que favorable para amplificar los discursos de odio y polarización. También las religiones con actitudes expansionistas han contribuido a estas victorias tras negociar previamente algunas recompensas, tal es el tema del ensayo de Loris Zanatta. La prensa que en otros siglos constituyó el contrapeso y fue juez de todos los poderosos, y que un día llegó a ser considerada como “el cuarto poder”, parece haber claudicado ante el auge de las plataformas de Internet y sus nuevas reglas. Una prensa que ya no considera a su público como lectores, sino como “consumidores” de noticias —primates con una capacidad de atención no superior a los veinte segundos—, se vuelve forzosamente amarillista con tal de conseguir “likes” y “retuits” que le permitan vender espacios de publicidad a sus patrocinadores. El reto de defender la libertad de expresión se vuelve entonces cada vez más urgente. Sin embargo, el peligro mayor del populismo no consiste en la facilidad con la que este proceder permite conseguir votantes —finalmente esas son reglas de la democracia—, sino en la tentación a la que con frecuencia sucumben los líderes carismáticos de convertirse en tiranos, un escenario que hemos visto ocurrir en diferentes épocas y latitudes. ¿Cómo evitar esta situación? ¿Cómo defender la libertad y propiciar una forma más pausada, más honesta de hacer política? Nosotros no tenemos la respuesta. Sin embargo, esperamos, querido lector, que los textos aquí reunidos te den pistas, y quizás algo de claridad, para empezar a buscarla.

Imagen de portada: Black Sheep, 2020. Pixabay [CC]