En El naufragio de las civilizaciones habla de un año decisivo, 1979, que generó un zeitgeist, un espíritu del tiempo, producto de las revoluciones conservadoras. ¿Cómo podemos definir este zeitgeist?
Pienso que hoy vivimos en un mundo que sigue condicionado por los acontecimientos de finales de los años setenta y que tiene varios elementos relevantes desarrollados en aquel momento: una importante ruptura de identidad cuyo evento más significativo fue la Revolución iraní en febrero de 1979, pero también otras, a veces un poco olvidadas, como el ataque a La Meca el mismo año o el comienzo de la guerra en Afganistán, cuyas repercusiones reales van más allá de aquel país y afectan al resto del mundo. Por lo tanto, al mismo tiempo que ocurre ese quiebre se produce en Occidente una “revolución conservadora”, como la llamó Margaret Thatcher, en mayo de 1979 con la llegada al poder de la propia Thatcher en Reino Unido, seguida de Reagan en Estados Unidos. Ésta ha sido decisiva para muchos países porque estableció un nuevo estándar en la forma de gobernar, caracterizado por un capitalismo desinhibido, una voluntad de limitar el papel del Estado y una cierta desconfianza hacia las autoridades supranacionales, ya sean europeas o no. Ambos fenómenos en conjunto explican muchas cosas en el mundo de hoy.
Su ensayo Identidades asesinas, que fue publicado hace ya más de veinte años, marcó un parteaguas. Parece que aquella tesis se ha exacerbado más, quizá debido al fracaso del modelo integrador, especialmente en las sociedades avanzadas que supuestamente darían un ejemplo.
Este último libro, El naufragio de las civilizaciones, es la tercera entrega de una serie de ensayos reflexivos sobre el mundo de hoy con una cierta continuidad. En el primer volumen, Identidades asesinas, traté de decir que el principal problema de nuestro tiempo es cómo definir o redefinir la noción de identidad, cómo gestionar identidades desencadenadas en todo el mundo y cómo armonizar las sociedades donde existen afirmaciones identitarias que son a menudo contradictorias. Me parece que el grito de alarma que lanzaba con el título Identidades asesinas desafortunadamente es hoy más actual que antes. Las identidades en todo el mundo son cada vez más mortales y tengo la impresión de que si realmente no cambiamos el paradigma, si realmente no cambiamos de actitud frente a la cuestión identitaria, si no le damos a nuestros contemporáneos la posibilidad de reclamar afiliaciones múltiples que pueden parecer contradictorias, si uno no puede definirse, por ejemplo, a la vez como español y catalán, como inglés y europeo, como escocés, británico y europeo, si no podemos darles la posibilidad de reclamar completamente sus membresías a aquellos que, como yo, han emigrado de un país a otro y no quieren renegar de su origen ni quedarse al margen de su país de adopción, entonces estamos apostando por la generación de conflictos mortales.
Por el título del libro parece que la lección no se ha aprendido en absoluto y que este grito de alarma llega demasiado tarde.
No se ha aprendido, es verdad. Es una lucha difícil, pero no diría que es demasiado tarde porque no tenemos derecho a decirlo. Sólo existe un planeta, tenemos que vivir juntos aquí y organizar nuestras relaciones. No podemos decir ahora “nos damos por vencidos”. ¿Nos damos por vencidos para hacer qué? ¿Masacrarnos los unos a los otros? Existen problemas serios que hasta ahora no hemos podido abordar de manera efectiva, problemas extremadamente graves y amenazantes para los que no presentamos soluciones válidas: estoy pensando en el problema del clima y en muchos otros, y la cuestión de la identidad es uno de ellos. Es tarde, pero no tenemos más remedio que abocarnos a la tarea, encontrar soluciones e implementarlas.
En su libro hace un recorrido del siglo XX desde un punto de vista privilegiado. Ha sido testigo de muchos conflictos y hay varios momentos en los que sugiere que el mundo podría haber pensado en una síntesis, similar a esta idea de identidades múltiples. Posibilidades de puntos de encuentro entre los bloques este-oeste, como su ejemplo de Aldo Moro en Italia, entre norte y sur o entre religiones, lo que nos lleva al Levante donde usted nació, que podría irradiar un modelo de convivencia. ¿Hay un espacio para esto hoy en día?
Con respecto al Levante, es cierto que esta región tiene una importancia muy simbólica. Para Europa es la puerta de al lado, por lo que hay consecuencias tangibles de los eventos que tienen lugar en Oriente. Para el resto del mundo, incluido el continente americano, lo que caracteriza a esta región es ser el lugar de nacimiento de las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Sus seguidores en todo el mundo están mirando hacia esta región. Si al hacerlo vieran un ejemplo de vida común armoniosa que funciona, se habría extendido por todo el mundo una sensación de bienestar: que todo es posible, que uno puede vivir en estas sociedades de forma pacífica. Lo que sucede es exactamente lo contrario: el mundo entero ve el ejemplo mismo de la incapacidad para vivir juntos, del conflicto permanente, y creo sinceramente que este contraejemplo del Levante difunde ondas destructivas. Creo que no fue inevitable, a pesar de los desafíos. Diría que la historia reciente, el periodo del cual hablo en mi libro, cuando abrí los ojos y viví los eventos de mi región y del mundo, se caracteriza por muchas oportunidades perdidas. Con el ejemplo de Aldo Moro uno se pregunta si realmente existía una posibilidad de hacer una síntesis entre un mundo occidental, que hubiera puesto más énfasis en el aspecto social, y un mundo comunista, que hubiera evolucionado hacia una sociedad pluralista políticamente, o quizá se trataba sólo de una característica local italiana que no podría haber ido más lejos, pero sin duda era una oportunidad perdida. Y como ésa hay muchas; la caída del Muro de Berlín es otro ejemplo. Estoy convencido de que alguien como Gorbachov quería una democratización de la sociedad y de que deberíamos haberlo apoyado en lugar de socavarlo. Esto es lo que dijo el diplomático estadounidense George F. Kennan, gran especialista en relaciones con la URSS, el hombre que forjó la idea de contención:
“aguarden, hemos luchado por décadas para que triunfe la democracia sobre el sistema totalitario, y ahora que ganamos, en lugar de difundir las democracias por doquier, lo que nos interesa es romper Rusia porque le tuvimos miedo y preferimos no volver a tenerle miedo más tarde.”
Una clara oportunidad perdida. Hoy los estadounidenses entienden que fue un error empujar a Rusia hacia un nacionalismo revanchista que ahora vemos manifestarse…
¿Cree que los estadounidenses entienden eso?
Creo que hay personas que lo entienden. Obviamente los líderes no. Ha habido una sucesión de liderazgo en Estados Unidos, y hoy hay un presidente del que se habla de manera obvia porque las cosas se exhiben tan claramente en todo el mundo que ni siquiera se necesita una demostración. Pero justo antes del mandatario actual había otro que era intelectualmente sofisticado, pero que cometió, por ejemplo en Siria, el mismo tipo de errores. Prometió algo que tenía un significado en el plano de los principios, pero cuando llegó el momento no cumplió sus promesas debido a cálculos cínicos. Y diría que en los treinta años transcurridos desde la caída del Muro de Berlín todos los líderes estadounidenses han ido en la misma dirección, es decir, no han podido tener una actitud coherente hacia el adversario de ayer, y han sido incapaces de construir un nuevo orden mundial en el que además habrían ocupado el centro. Hoy nos encontramos en un mundo sin un orden real; estamos en la jungla. Hay países que aumentan su poder y otros que tienen cuentas que saldar con el pasado. Todo eso, en mi opinión, podría haberse evitado. Podríamos haber construido un orden mundial que funcionara y el primer beneficiario habría sido Estados Unidos. Creo que les habría ayudado a garantizar su posición privilegiada y, al no jugar esa carta, minaron su propia posición, y ahora van a batallar cada vez más y probablemente no van a ganar porque van a dedicarse a una reconquista de su poder extremadamente costosa y difícil. Una vez más, las últimas décadas han sido de oportunidades perdidas.
Parece que los George F. Kennan sensatos son minoría en favor de los Brzezinski y los Cheney, ese tipo de políticos que tienen una visión a corto plazo extremadamente belicista. Usted habla en su libro de falta de liderazgo. ¿Deberíamos esperar que llegue un líder ilustrado o la mano invisible de Adam Smith nos salvará en algún momento? ¿Podemos encontrar un margen para actuar y alcanzar un poco de equilibrio, quizás a través de las políticas culturales?
No creo en los hombres providenciales y no creo que debamos esperar su aparición. Lo que debemos esperar es que los líderes del mundo tengan un comportamiento decente, actitudes que ganen la confianza de sus conciudadanos y sus contemporáneos. Lamento hoy que ninguno de los líderes de las grandes naciones tenga ninguna autoridad moral real. Ciertamente, esto también está relacionado con el debilitamiento del papel de la cultura. No es poca cosa que en Estados Unidos haya habido durante un periodo suficientemente largo, y hoy nuevamente, una actitud de denigración de la cultura, sobre todo de parte de los líderes. Recuerdo a un candidato presidencial que especialmente quería evitar decir que sabía idiomas extranjeros porque consideraba que eso podría disminuir las posibilidades de ser elegido. Me acuerdo de una ocasión en la que George W. Bush, al escuchar una entrevista con su rival Al Gore hablando sobre Merleau-Ponty, concluyó que el candidato demócrata nunca iba a convertirse en presidente. Hay una glorificación de la ignorancia, del analfabetismo y es dramática porque estamos en un momento en el que el conocimiento se ha extendido, en el que tenemos al alcance de nuestros dedos todo el saber de la humanidad. Denigrarlo en lugar de tratar de extenderlo es una de las plagas del mundo actual.
También habla del entumecimiento del pensamiento crítico. Las democracias tienden a ser manipuladas y reducidas a polarizaciones. ¿Hay un papel para los periodistas o deberíamos consumir este entretenimiento informativo que alimenta los canales?
El papel del periodista ha cambiado hoy. Antes estaba encargado de entregar la información, mientras que hoy ésta proviene de todas partes. La confianza entre el lector y el periodista depende de que este último pueda evaluar cierta información y decir si es confiable, si proviene de una fuente respetable o si es una noticia falsa, intoxicada. Esta función de los medios de comunicación es mucho más importante que antes. Yo diría que ha habido una evolución, como la de la pintura cuando llegó la fotografía. Ya no se pretendía reproducir la realidad, sino reproducir los sentimientos y la atmósfera. Y creo que el progreso en muchas áreas está cambiando el papel que podemos desempeñar. Para el periodismo, en lugar de sólo informar, se trata de evaluar los datos, de introducir la razón y la experiencia para poder sopesar la información.
Me gustó mucho la cita final de Calderón de la Barca que aparece en El naufragio de las civilizaciones: “No siempre lo peor es cierto”. Hay que tener esperanza, ¿no es verdad?
Nunca debemos decir que no hay esperanza. No tenemos el derecho. Por mucho que la literatura advierta y muestre los peligros, no cumple un papel anestésico donde uno le diga a la gente: vayan con los ojos cerrados, todo se arreglará eventualmente. Es necesario estar alerta y, al mismo tiempo, uno no tiene derecho a decir que no vale la pena, que todo está perdido. En lo más profundo de mí, sé que no es así. Probablemente pasaremos por periodos difíciles, pero después de eso no vendrá el fin del mundo; será necesario reconstruirlo sobre otras bases.
Imagen de portada: Claude Truong-Ngoc, Amin Maalouf, Wikimedia Commons by-sa 3.0