Suena la Sinfonía número 8 de Schubert. El público espera a que se abra el telón, pintado por José Clemente Orozco, en el Palacio de Bellas Artes. El año es 1943. La Orquesta Sinfónica Nacional inunda el recinto y, desde la oscuridad, surge la estrella de la danza mexicana vestida de blanco: Gloria Campobello. Es la transformación del cuerpo en ave, el desplazamiento de lo inasible, una mujer sostenida por la raíz mínima de las puntas de sus zapatillas.
Protagoniza la historia de una niña que despierta de la infancia a la juventud. En su camino, encuentra al Amor, la Vanidad, el Egoísmo, la Hipocresía, el Odio y, finalmente, el Dolor. La pieza coreográfica, titulada Umbral y creada por ella en colaboración con Orozco, fue aplaudida por la crítica y descrita como “un golpe violento de modernidad”. La ocasión era el estreno del Ballet de la Ciudad de México, creado por Nellie y Gloria Campobello con el apoyo de Miguel Alemán, Martín Luis Guzmán y Orozco. En los años siguientes, la intérprete principal de todas las temporadas del ballet fue Gloria, reconocida como la prima ballerina en México.
Cuando tenía catorce años, la artista descubrió su camino a través del derrumbe minucioso y exacto del espíritu de Anna Pávlova en el escenario. Entonces decidió que conduciría su vida por los trazos del cuerpo. Su hermana se unió al propósito y juntas comenzaron su carrera en la danza. Fueron alumnas de Carmen Galé y de las hermanas Costa; mejoraron su técnica con los bailarines polacos Carol Adamchevsky y Stanislava Potapovich, y tomaron clase en la escuela de Lettie Carroll, quien las hizo debutar frente a un público en 1927. Gloria se distinguió desde el principio por su brillo insólito. Ella y su hermana formaron una pareja dancística donde Nellie interpretaba al varón. Juntas recorrieron distintos estados y comunidades del territorio mexicano con un espectáculo que los testigos describían como fascinante y prometedor.
La Revolución mexicana había desestabilizado la cultura de la nación. En los años veinte y treinta, la búsqueda de una identidad nacional bulló en el arte y en la reformulación de los valores estéticos. El gobierno de José Vasconcelos impulsó las Misiones Culturales, cuyo fin era cohesionar a la sociedad a través del arte, la cultura y la educación. Las hermanas Campobello participaron en ellas, y a través de las Misiones entraron en contacto con expresiones dancísticas que se convirtieron en parte fundamental de su carrera.
En 1931 el bailarín de origen ruso Hipólito Zybin propuso la primera iniciativa de una escuela oficial de danza: la Escuela de Plástica Dinámica, cuya sede era un salón del edificio de la Secretaría de Educación Pública, donde las hermanas Campobello enseñaban bailes mexicanos. Ese mismo año juntas crearon el Ballet de masas 30-30, una pieza coreográfica donde participaron cientos de bailarinas. Nellie, vestida de rojo y descalza, con una antorcha en la mano, levantaba a las otras mujeres de su sueño, cubiertas cada una por su propia falda. Sus manos sostenían auténticos rifles. Se trataba de una representación poética de la revolución. La obra tuvo múltiples funciones a las que acudió un público sin precedentes. Se presentó en el Estadio Nacional, en el Palacio de Bellas Artes y en regiones lejanas a la Ciudad de México. Pero el proyecto de la Escuela de Plástica Dinámica no funcionó. Sin embargo, en 1932 las hermanas Campobello lo retomaron con el apoyo de artistas como Diego Rivera, Julio Castellanos, Roberto Montenegro, Carlos Chávez y, por supuesto, Orozco, quien desde joven estuvo interesado en la danza. Con el tiempo, él y Gloria desarrollarían una relación amorosa. En un momento en el que solo se podía obtener formación a través de las escuelas extranjeras, surgió la Escuela Nacional de Danza, que formó a casi todos los bailarines pioneros en México. Poco tiempo después de su fundación, cambiaron su sede al Palacio de Bellas Artes.
Las alumnas de Gloria recuerdan el cuarto piso: salones gigantescos, reflejos en lugar de muros, pasillos largos, mármoles de Carrara, un espectáculo olfativo de madera, escaleras estrechas, formas de caracol en lugares inesperados, el agua de la regadera blanca sobre el sudor, las vetas del suelo, tantos espejos rodeados de luz, pianos en todas partes, focos que parecían animales luminiscentes, zapatillas extraviadas y la cortina de cristales que mostraba el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Recuerdan a Gloria con su traje de tehuana y sus medias. Guiaba a sus alumnas mediante el orden y la pasión. Más tarde describirían su mirada “transparente, como siguiendo un camino lejano que solo ella conocía”. Su mano izquierda sostenía casi siempre un cigarrillo.
En 1940 las hermanas Campobello publicaron Ritmos indígenas de México, un libro desarrollado a partir del estudio de todos los ritmos del territorio. Les interesaba investigar las danzas indígenas que no tenían influencia española, pues consideraban que no eran conocidas y valoradas lo suficiente, y criticaban a los extranjeros que concebían dichas danzas desde el exotismo, sin percatarse de su profundidad. Deseaban penetrar en el origen de su arte para lograr un acercamiento sensible y hondo: “¿Dónde acaba la verdad y empieza la leyenda? […] Este fin es bien distinto de lo que muchas personas enamoradas de la leyenda folclórica podrían esperar. Nos concretamos a recoger los movimientos corporales plásticos, en su valor técnico y en su perfil local”, expresaron las hermanas en el prólogo. En 1942 fundaron su propia compañía, el Ballet de la Ciudad de México. La orientación de la danza era nacionalista, pero los valores estéticos del ámbito cultural cambiaron y comenzó una búsqueda por consolidar una danza clásica “internacional”. Las más memorables coreografías de Gloria en una primera etapa fueron Cinco pasos de danza, inspirada en la danza de los concheros; La danza de los Malinches, que retomaba algunos pasos de un baile ritual del pueblo huave; y La virgen y las fieras, inspirada en la danza ritual otomí de la Huasteca hidalguense. De la segunda época destacan Evocación, homenaje a la máxima figura del ballet romántico, Marie Taglioni; Las sílfides, a partir de la obra del coreógrafo ruso Michel Fokine, con música de Chopin y escenografía de Julio Castellanos; Alameda 1900, con escenografía de Castellanos; Pausa, con música de Beethoven y escenografía de Orozco y, la preferida de muchos, Umbral. Además, firmó con Nellie las coreografías de Ballet 30-30, Barricada, Clarín, Biniguendas de plata y Tierra, entre muchas más.
En su tercera temporada, el Ballet recibió como invitados a la bailarina británica Alicia Markova y al coreógrafo y bailarín Anton Dolin —a principios de los años cuarenta, Gloria le había traducido del inglés al español Divertissement, un libro donde él mismo relata sus impresiones cuando conoció al bailarín ruso Nijinsky—. Esa vez Gloria bailó junto con ellos. Al regresar a Nueva York, Dolin habló a la prensa sobre la magnífica bailarina que era Gloria, quien poseía “una excelente figura, un sentido dramático muy profundo y una gran sensibilidad artística”.
La niña de oro, como algunos solían llamarle, nació el 21 de octubre de 1911 y creció junto a su media hermana en el paisaje montañoso de Hidalgo del Parral. Vivían en la 2da Calle del Rayo, sus nombres eran Soledad (Gloria) y Francisca (Nellie). Solo contaban con el apellido de su madre, Rafaela Luna. Fue idea de Francisca cambiar sus nombres a Gloria y Nellie; después adoptaron el apellido de su padrastro, Campbell, y lo castellanizaron. Gloria siguió a su hermana a la Ciudad de México e hicieron su proyecto de vida juntas. Nellie dirigía los pasos de ambas y se encargaba de dar dimensión pública a sus carreras; Gloria sostenía el ritmo a través de la danza y su vocación por la docencia. La astucia y la inteligencia de las hermanas las llevaron no solo a sobrevivir en el medio artístico, sino a trascender en un mundo casi exclusivo de hombres.
A Gloria no le gustaban las entrevistas y aunque existen pocos registros de sus palabras, alguna vez habló de la relación con su hermana: “Mi historia está ligada íntimamente con la de Nellie, somos hermanas en la sangre y en el arte”. La presencia de Gloria también fue fundamental para la historia de Nellie, su desarrollo como artista y su trascendencia en la cultura mexicana.
Al final de su vida, Gloria cayó en una depresión profunda causada por el fallecimiento de Orozco. Se conocieron en los años treinta, en una reunión organizada por la periodista Alma Reed. Comenzaron a hacer trabajo creativo juntos y se volvieron amantes. Gloria tenía un baúl lleno de cartas de Orozco, pero solo conocemos las últimas tres, que él le envió después de su ruptura, justo antes de morir, donde expresa su gran amor y admiración por ella y le pide que vuelva con él. Conocemos también un apunte suyo trazado en papel que recreaba un dibujo que hizo Gloria en el aire.
Nellie, para ayudarla a salir de su dolor, organizó una función de ballet y el 17 de diciembre de 1949 Gloria apareció en escena una sola vez para interpretar Umbral. A petición de su hermana continuó dando clases, pero no volvió a ser la misma. La última pieza que bailó en público, en 1958, fue otra vez la que había creado con Orozco. Diez años después falleció de cáncer.
La historia de Gloria Campobello ha permanecido detrás del telón. La figura de Nellie, aunque olvidada también durante un tiempo, fue avasalladora por distintas razones: su vida pública, el manejo de su propio personaje y la naturaleza del registro de su expresión artística: la escritura permanece. En aquel tiempo no hubo forma de capturar los movimientos de la danza de Gloria, la textura de sus gestos, el trazo de sus manos, los ángulos de la dimensión plástica de su cuerpo, la inclinación de sus brazos, la trayectoria de sus piernas, la intención entre sus pies y el cielo. Solo conocemos su desempeño como bailarina a través de testimonios y registros fotográficos donde aparecen destellos de su figura contrastada por la luz.
Por fortuna, podemos imaginarla y vislumbrar sobre las hermanas aquello que solo se encuentra a través de la poesía. A propósito, Nellie escribió: “Vamos al campo/ hermana/ brincaremos/ los arroyos/ nos burlaremos/ de las peñas/ saltando por encima/ de ellas/ Llegaremos al cerro/ al más alto y orgulloso/ allí nos detendremos/ triunfantes/ plenas de luz/ riéndonos de todo/ como dos soberbias/ y mirándoles en la/ cara pediremos/ perdón a las estrellas”.
Imagen de portada: Retrato de Gloria Campobello por Gilberto Martínez Solares, 1932. Cortesía Museo del Estanquillo