dossier Feminismos NOV.2019

Por una maternidad subrogada completa

Fragmentos

Sophie Lewis

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Es sorprendente que dejemos a los fetos quedarse en nuestro interior. A diferencia de casi todos los animales, cientos de miles de humanos mueren cada año a causa de un embarazo y esto hace que los esfuerzos de las Naciones Unidas por detener la masacre en este milenio sean una burla. En Estados Unidos anualmente fallecen casi mil personas durante el alumbramiento y otras 65,000 “casi mueren”. Este problema es social, no sólo “natural”. La situación es tal por razones políticas y económicas: nosotros hicimos que fuera así. Sin duda la maternidad tiene sus satisfacciones; la natalidad es única. Por eso, aun cuando otros sufren profundamente su participación forzada en el embarazo, muchos de quienes quedan excluidos de la experiencia por distintas razones (ya sean cisgénero, transgénero o no binarios) se sienten profundamente despojados. Incluso así, y aun reconociendo por completo esta sensación de sublimidad que experimentan las personas durante la gestación, es notable que no haya un apoyo más concreto para la investigación cuya finalidad es solucionar el problema de la maternidad. El “milagro” diario que acontece en el embarazo, la producción de esa cifra mayor que uno y menor que dos, recibe más falsas promesas idealizadas que respeto. En efecto, la creación de una nueva proto-persona en el útero es una maravilla en la que se han involucrado los artistas durante milenios (y los filósofos psicoanalíticos durante casi un siglo). Muchos de nosotros no necesitamos que nos recuerden que somos, todos, el producto parpadeante, pensante y pulsante de un trabajo gestacional y sus secuelas igualmente laboriosas. No obstante, en 2017, una lectora y pensadora tan concisa como Maggie Nelson puede seguir afirmando casi incrédulamente, pero con un caso sólido que la respalda, que la escritura filosófica acerca de lo que realmente es el acto de la gestación constituye una ausencia en la cultura. Lo que más me fascina acerca del tema es la morbilidad del embarazo, las poco discutidas formas en las que, biofísicamente hablando, la gestación es un negocio inescrupulosamente destructivo. La mecánica básica, de acuerdo con la bióloga evolutiva Suzanne Sadedin, ha evolucionado en nuestra especie de tal manera que sólo puede describirse como una abominable casualidad. Los investigadores han descubierto (en experimentos en los que colocan células placentarias en cadáveres de ratones) que las células activas del embarazo “destruyen” (a menos de que se contenga su agresividad) todos los tejidos que tocan. Kathy Acker no citó estos estudios cuando subrayó que padecer cáncer era semejante a tener un bebé, pero estaba canalizando estos descubrimientos inconscientemente […].

Sophia Pinheiro, de la serie MÁTRIA, 2019. Cortesía de la artista

Los genes activos en el desarrollo embrionario también están implicados en el cáncer y no es la única razón por la que en el embarazo del Homo sapiens (en palabras de Sadedin) se comete una especie de “masacre” biológica. El tipo específico funcionalmente raro de placenta con el que tenemos que trabajar (placenta hemocorial) es lo que determina que la entidad, que Chikako Takeshita llama “el madrefeto”, se desgarre a sí misma en el interior.1 En lugar de sólo interactuar con la biología del gestante a través de un filtro limitado o conformarse con ofrecer secreciones libremente, esta placenta “digiere” todo a su paso en camino a las arterias de su anfitrión, garantizando el acceso pleno a la mayoría de los tejidos. Sadedin explica que los mamíferos cuyas placentas no “rompen las paredes del útero” pueden abortar sencillamente o reabsorber a los fetos no deseados en cualquier etapa del embarazo. Para ellos, “la vida sigue casi con la misma normalidad durante el embarazo”.2 Por el contrario, un humano no puede arrancar una placenta en caso de cambiar de opinión (o, por ejemplo, por una sequía repentina o el inicio de una guerra) sin el riesgo de una hemorragia mortal. Nuestro embrión crece enormemente y paraliza al sistema arterial mayor que lo alimenta mientras que eleva, al mismo tiempo y a nivel hormonal, la presión sanguínea y el suministro de azúcar. Un estudio de 2018 reveló que el trastorno por estrés postraumático posnatal afecta al menos al tres o cuatro por ciento de las dadoras de vida en Reino Unido (es probable que el porcentaje en Estados Unidos sea mucho mayor, en especial entre mujeres negras).3 No hay duda de por qué los filósofos han cuestionado si los gestantes son personas.4 Parece imposible que una sociedad permita que ocurran cosas tan siniestras de forma habitual a entidades con personalidad jurídica. Dada la biología de la placentación hemocorial, el hecho de que muchas de quienes tenemos úteros “viables” caminemos por ahí en un estado de implantabilidad física (sin píldora, ni DIU) debe ser visto por derecho como la cosa más extraordinaria. Sin duda, en muchas partes del mundo ha sido relativamente sencillo detener la gestación justo al principio del proceso sólo porque se presentó un aborto común y corriente (que incluso pasó inadvertido), o porque el gestante ha tenido acceso a abortivos (gracias a un amigo o amiga informado). En 2008, Aliza Shvarts se autoinseminó con esperma fresco y luego se practicó un “autoaborto”, una y otra vez, ingiriendo píldoras, cada mes durante nueve meses, a modo de proyecto artístico.5 Tengo curiosidad de saber cómo fue ese perverso experimento de iniciar y detener la labor. Los verdaderos pensamientos no defensivos de Shvarts al respecto quedaron, por desgracia, destruidos por un muro de lamentaciones de la derecha. No es de sorprender, dado que uno esperaría sentirse bien después de ser liberado de un trabajo continuo que no está dispuesto a hacer, que en general la experiencia de finiquito produzca sentimientos de alivio y de haber recibido cuidados. Como lo demuestra Erica Millar en Happy Abortions, las emociones negativas constantes son extremadamente escasas en lo que respecta a practicarse un aborto.6

Solución gestacional

Desde hace mucho tiempo, el embarazo ya se ha “tecnosolucionado” sustancialmente para aquellas personas cuyas vidas realmente “importan”. En el capitalismo y el imperialismo, la gestación segura (o al menos respaldada médicamente) por lo general ha sido un privilegio de las clases altas. A lo largo de la historia, la atención médica de primera que los ricos han podido costear durante la gestación de sus hijos ha sido complementada en fechas recientes con una “tecnología” que absorbe el 100 por ciento del daño desde el punto de vista del consumidor: la labor humana de un “vientre gestacional subrogado”. La maternidad subrogada, tal como lo reportan los medios de comunicación, comenzó a tener auge a nivel global en 2011. Aproximadamente en 2016 la industria comenzó a sufrir una serie de contratiempos: Tailandia y Nepal prohibieron la maternidad subrogada por completo en el futuro próximo; otros grandes núcleos (India, Camboya y México) legislaron en contra de todas sus formas, excepto los acuerdos de maternidad subrogada “altruista” para parejas heterosexuales. Aun así, sigue habiendo “clínicas para tratar la infertilidad”, privadas y con fines de lucro en todos los continentes, que enlistan vientres subrogados disponibles para alquiler, los cuales permanecerán, según dicen, genéticamente alejados por completo de los bebés que los usuarios se lleven al final del proceso. Pero, tal como lo predijeron los comentadores más sagaces, las prohibiciones a la maternidad subrogada no la detienen sino que, por el contrario, fomentan el comercio de bebés, provocando que las trabajadoras gestacionales estén más vulnerables que nunca.7

Sophia Pinheiro, de la serie MÁTRIA, 2019. Cortesía de la artista

La prohibición de la maternidad subrogada desplaza, aísla y criminaliza a las trabajadoras gestacionales orillándolas a moverse en la clandestinidad y, a menudo, a mudarse a tierras extranjeras, donde se arriesgan a que se les enjuicie junto con sus jefes y agentes negociadores, lejos de sus redes de apoyo. En julio de 2018 treinta y tres camboyanas embarazadas fueron detenidas y acusadas en Nom Pen, junto con sus jefes chinos por “delitos relacionados con la trata de personas”.8 Por otro lado, un especialista en infertilidad que vive en Bombay comenzó a reunir trabajadoras kenianas para que fueran vientres subrogados inmediatamente después de que la Suprema Corte de India se declarara en contra de la maternidad subrogada comercial y para beneficio de las personas homosexuales. Por medio de la fertilización in vitro, el especialista implanta en las kenianas embriones de sus clientes homosexuales. Ya embarazadas, estas trabajadoras vuelan de regreso a Nairobi tras 24 semanas de monitoreo en India. Los bebés nacen en hospitales designados en Nairobi, donde los clientes pueden recogerlos. El médico asegura que no ha violado la ley india, porque no ha interactuado con clientes homosexuales dentro de ese territorio: lo único que ha hecho, técnicamente, es ofrecer la fertilización in vitro a quienes buscan “atención médica” en Kenia. En otras palabras, los médicos simplemente sortean las lagunas jurídicas transportando a las madres a otro país, exponiéndolas a mayores riesgos, al tiempo que expanden y diversifican sus sociedades comerciales en todo el mundo. 9 La tendencia hacia la maternidad subrogada comercial no constituye una transformación cualitativa en la forma de reproducción biológica que actualmente destruye (como demuestran las estadísticas de mortalidad antes mencionadas) la vida de tantas personas adultas. De hecho, la biotecnología capitalista no hace nada para solucionar el problema del embarazo en sí, pues ése no es el problema que atiende. Responde exclusivamente a la demanda de paternidad genética, a la que aplica la lógica de la subcontratación. Aunque el desarrollo sigue siendo desigual y provisional, queda claro que lo que propone el capitalismo al alienar y globalizar de esta manera la maternidad gestacional subrogada es, como siempre, una opción que involucra trasladar el problema a otros lugares. El trabajo gestacional no está desapareciendo ni se está volviendo más sencillo a medida que choca con varias barreras regulatorias para salir al mercado abierto. Dejemos que los pobres hagan el trabajo sucio, donde sea más económico (o conveniente) reclutarlos.

Bebé siendo extraído del vientre de su madre por cesárea, 1483. Wellcome Collection. BY

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Claramente, si estoy gestando un feto, puedo sentir que tengo una relación con esa parte (fetal) de mi cuerpo. Dicha “relación” podría incluso fundamentar la sociabilidad que surge alrededor de mí y del niño si nace y cuando lo haga, asumiendo que seguimos cohabitando; sin embargo, también podría conceptualizar el trabajo de una forma completamente distinta: fundamentando una palabra social alterna. Quizá jamás vea (o desee ver) a mi producto vivo: ¿acaso no estoy fundamentando, aun así, un lazo con el mundo a través de ese nacimiento? Lo que es más, las personas a mi alrededor podrían fantasear que están en una relación con el interior de mi vientre e incluso estarían en lo “correcto”, en tanto que la contaminación y la sincronización de los cuerpos (hormonal y epigenéticamente) ocurren de muchas maneras (hasta ahora poco comprendidas). Sencillamente no podemos generalizar acerca de “lo social” sin conocer los detalles específicos del parto en sí. Y, sin importar el “sustento” que ofrece la relación gestacional, el tejido de lo social es algo que entretejemos retomando el punto donde se quedó la gestación, encontrándonos mutuamente como los extraños que somos siempre, adoptándonos uno al otro, piel con piel, formando vínculos amorosos y abusivos y prosperando en la camaradería. Afirmar lo contrario es naturalizar y, por lo tanto, irónicamente, devaluar ese tabú ideológico del “vínculo madre-feto”. ¿Qué tal si reimaginamos el embarazo, y no sólo su consecuencia prescrita, como un trabajo supeditado al capitalismo, es decir, como algo dentro de lo cual hay que moverse con dificultad y contra lo cual hay que luchar con miras a un horizonte utópico sin trabajo y sin valor? Por supuesto, a pesar de la idea de una ausencia en la cultura, estoy lejos de ser la primera persona en involucrarse con la maternidad subrogada y el embarazo en el marco del trabajo gestacional.

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Aunque no hago un llamado a la reducción10 en la fabricación de bebés, mi propuesta tiene el objetivo de asestar un golpe al voraz apetito de la sociedad burguesa por bebés propios y legítimos (“por lo menos, [bebés] blancos y sanos”), como especifica Barbara Katz Rothman, probablemente usando la palabra sanos con ironía, en el sentido de ausencia de alguna discapacidad).11 El régimen casi obligatorio de la “maternidad”, al tiempo que se reivindica en referencia a una transición no diferenciada de la “vida misma”, está profundamente implicado en las estructuras que estratifican a los seres humanos en términos de su valor biopolítico en las sociedades actuales. Si, como revela Laura Mamo en su encuesta sobre embarazos en la comunidad queer en la era de la tecnociencia, la nueva máxima es “Si puedes embarazarte, debes procrear”,12 esa máxima, al igual que muchas cosas “universales”, disciplina a todo el mundo, pero en realidad sólo se aplica a unos pocos (clase dominante). Mientras los asuntos de la comunidad LGBT y el conflicto migrante en ocasiones se separan del conflicto de clases, cualquier entendimiento del sistema de estratificación “económica” reproductiva estará incompleto sin la experiencia de las lógicas cissexistas, antihomosexuales y xenofóbicas que controlan las desviaciones de la imagen de una familia legítima unida en un hogar “saludable”.13 Quienes consumen drogas, quienes buscan abortar, las mujeres solteras sexualmente activas, las mujeres negras, las mujeres que se defienden de los hombres, las trabajadoras sexuales y las migrantes indocumentadas son a quienes con más frecuencia se encarcela por violar esta norma parental. No han sido protegidas por el hecho de que la familia de la actualidad ya no es necesariamente heterosexual, y los estados hacen cada vez más concesiones al hogar “homonormativo” mediante la legislación del matrimonio igualitario.14

Ana Galvañ, Madre, 2018. Cortesía de la artista

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La intuición que sustenta mi postura experimental puede parafrasearse de la siguiente manera: la gestación es un trabajo y, como tal, tiene un género inherente e inamovible. A la fecha, el género de la gestación ha sido ambiguo. No me refiero a la intensificación de la voz propia en el embarazo, el tapiz de nuestras piernas con vello hirsuto y ni siquiera a la antigua creencia de los griegos de que era un deber directo, análogo al de morir en la batalla de los hombres si eran llamados. Ni siquiera estoy pensando en la identidad de género heterogénea de quienes gestan. En cambio, en un contexto en el que los economistas políticos están hablando constantemente de la “feminización del parto”, me parece que la clasificación del trabajo según el género no es tan clara como parecería. La tesis de la feminización del parto, que asume lo que es la “feminidad” y luego describe las tendencias globales hacia el parto emocional y la precariedad (perdón, flexibilidad) del trabajo en esos términos, no puede aplicarse aquí. Los lugares de trabajo para la fabricación asalariada de bebés del siglo XX no se ajustan bien a ese modelo. Las madres subrogadas gestacionales comerciales no son “flexibles”. Se supone que no deben ser sentimentales, sino estar comprometidas, ser pura tecné, músculo no creativo. Puede que los sueños de un útero artificial se hayan abandonado en la década de 1960, pero desde que el perfeccionamiento de las técnicas de fertilización in vitro les permitió a los cuerpos gestar por completo material extraño, los seres humanos se han convertido en el componente asexual de la “tecnología” del eufemismo Tecnología de Reproducción Asistida. Si las feministas quieren desnaturalizar el género del trabajo reproductivo de forma más general, debemos dejar de (re)imponer el género a la gestación y a las gestantes en particular.

Comuna gestacional

Full surrogacy now” [Maternidad subrogada completa ya], “otra maternidad subrogada es posible”: en la medida que estos sentimientos intercambiables implican un programa revolucionario (como a mí me gustaría que fuera), yo propondría que las siguientes invitaciones le dieran vida. Hablemos de las condiciones de la posibilidad de una gestación de código abierto, completamente colaborativa. Preveamos una forma de manufacturarnos unos a otros sin competencia. Sostengámonos unos a otros con hospitalidad, destrocemos las nociones de paternidad hereditaria y multipliquemos las solidaridades verdaderas y amorosas. Construyamos una comunidad de cuidado basada en la camaradería, un mundo sustentado en la amistad y la amabilidad en lugar del parentesco. En lo que concierne al embarazo, dejemos que todos los embarazos sean de todos. Derroquemos, en pocas palabras, el concepto de “familia”.

Sol Díaz, Una mujer elegante se ilumina desde adentro, 2019

Tomado de Sophie Lewis, Full Surrogacy Now, Verso Books, Nueva York, 2018. Se reproduce con autorización.

Imagen de portada: Sophia Pinheiro, de la serie MÁTRIA, 2019. Cortesía de la artista

  1. Chikako Takeshita, “From Mother/Fetus to Holobiont(s): A Material Feminist Ontology of the Pregnant Body”, Catalyst: Feminism, Theory, Technoscience 3: 1, 2017. 

  2. Suzanne Sadedin, “Why Pregnancy is a Biological War Between Mother and Baby”, Aeon, 4 de agosto de 2014, aeon.co. 

  3. BBC News, “Post-Natal PTSD: ‘I Relived Childbirth Over and Over Again’”, 28 de noviembre de 2018. Acerca del trauma del nacimiento: Linda Villorosa, “Why America’s Black Mothers and Babies are in a Life or Death Crisis”, New York Times, abril de 2018. 

  4. Susan Bordo, Unbearable Weight: Feminism, Western Culture, and the Body, University of California Press, Berkeley, 1993. 

  5. Ana Grahovac, “Aliza Shvarts’s Art of Aborting: Queer Conceptions and Resistance to Reproductive Futurism”, MAMSIE 5: 2, 1-19. 

  6. Erica Millar, Happy Abortions: Our Bodies in the Era of Choice, Zed Books, Londres, 2017, p. 4. 

  7. Carolin Schurr, “‘Trafficked’ into a Better Future? Mexico Two Years after the Surrogacy Ban”, HSG Focus magazine, Universität St. Gallen, enero de 2018. 

  8. Associated Press, “Pregnant Cambodian Women Charged with Surrogacy and Human Trafficking”, 6 de julio de 2018. 

  9. Sharmila Rudrappa, “How India’s Surrogacy Ban Is Fuelling the Baby Trade in Other Countries”, Quartz, 24 de octubre de 2017. 

  10. Mi involucramiento con “haz parientes, no bebés” puede consultarse en el artículo “Cthulhu Plays No Role For Me”, Viewpoint magazine, 2017. Ver Donna Haraway, Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene, Durham, NC: Duke University Press, 2016, y la revisión subsecuente del argumento de Haraway, donde nuestra conversación en curso continúa, en Donna Haraway y Adele Clark, (eds.), Making Kin, Not Population: Reconceiving Generations, Prickly Paradigm Press, Chicago, 2018. 

  11. Barbara Katz Rothman, Recreating Motherhood, Rutgers University Press, New Brunswick, 2000, p. 39. 

  12. Mamo, Queering Reproduction, p. 228. 

  13. Melinda Cooper, Family Values: Between Neoliberalism and the New Social Conservatism, Zone Books, Cambridge, 2017; Laura Briggs, Somebody’s Children: The Politics of Transracial and Transnational Adoption, Duke University Press, Durham, 2012; Anglea Mitropoulos, Contract and Contagion: From Biopolitics to Oikonomia, Minor Compositions, Nueva York, 2012; Shelley Park, “Adoptive Maternal Bodies: A Queer Paradigm For Rethinking Mothering?”, Hypatia, 21: 1, 2006, pp. 201-26. 

  14. Ryan Conrad (ed.), Against Equality: Queer Revolution, not Mere Inclusion, AK Press, Oakland, 2014.