Apenas cumplió los ocho meses de embarazo, Ángela salió de Venezuela rumbo al sur de Brasil para encontrarse con su familia. Pero el confinamiento la tomó por sorpresa en Manaos, una ciudad amazónica. Tuvo a su bebé lejos de su familia y “bajo una pandemia”. Para ella no fue nada fácil. Después de dar a luz tuvo que hacer cuarentena con su hijo recién nacido porque ambos habían estado expuestos al coronavirus. “Fue bastante difícil cómo las personas nos miraban”, recuerda Ángela. Daniel, en cambio, es hondureño. Tiene 27 años y por lo pronto está en un albergue para migrantes en el Estado de México. Él aguarda para renovar sus documentos migratorios. Con la pandemia su espera se ha prolongado. No tiene trabajo y dice que encima de todo en México las personas lo miran mal porque creen que trae el virus desde Honduras. Como Daniel, Marco, un salvadoreño de 42 años, también espera en el mismo albergue. Para él la pandemia ha tenido un impacto en la salud mental de los migrantes: “La gente está traumada, la desestabilización es psicológica”, dice Marco. Luis es un escritor venezolano. Trabajaba en una editorial en Bogotá hasta que la empresa lo liquidó por problemas económicos derivados de la pandemia. Como no tenía para pagar la renta y comprar comida decidió regresar a su país de origen. Dado que algunos aeropuertos están cerrados y las fronteras más restringidas, Luis decidió unirse a un grupo de venezolanos que regresaban a pie a su país. “Fue muy difícil pues caminamos durante 16 días hasta que llegamos a la frontera”. Aunque logró llegar a Venezuela, no pudo ingresar porque las fronteras estaban cerradas. Él, como Daniel y Marco, también ha tenido que adentrarse en otro tipo de espera y enfrentar así los tiempos de pandemia. Éstas son sólo pequeñas muestras de los más de 65 testimonios de voces migrantes que componen el Mapeo Polifónico, una pieza del proyecto (In)movilidad en las Américas y COVID-19. Desde mediados de marzo del 2020 más de 45 investigadores de 19 países de Norteamérica, Centroamérica, Sudamérica y El Caribe, interesados analítica, ética y políticamente en la cuestión migratoria, nos juntamos vía remota.Sabíamos que la llegada del COVID-19 había agarrado a solicitantes de refugio —regionales y extracontinentales— en medio de sus trámites; a familias migrantes y a niños y adolescentes no acompañados en cruces transfronterizos; a detenidos en estaciones migratorias hacinadas o en vuelos de deportación; y a miles de migrantes irregularizados en sus trabajos precarizados, sin posibilidad alguna de detener su carga laboral para entrar en cuarentena. Estábamos conscientes, además, de que los cierres fronterizos atentan contra el derecho a la libre movilidad y al refugio, y que la pandemia exacerbaría el hipernacionalismo, reforzando la imagen del extranjero como “carga pública” o como quien encarna al virus, elementos que intensifican la xenofobia y el racismo. Cuando apenas iniciaba la primera ola de COVID-19 en el continente americano, nos preguntamos: ¿qué repercusiones tienen el cierre y el fortalecimiento de fronteras, el incremento del control a la movilidad, las múltiples crisis y en general la pandemia en las vidas de los miles de migrantes, solicitantes de asilo y refugiados que transitan por o viven en los países del continente? Responder esa pregunta suponía, además, poner en el centro la tensión entre movilidad y control para comprender cómo se modifica en un contexto de pandemia. La formación social de las Américas es incomprensible sin atender a las formas históricas de movilidad que la han configurado. Todos los países del continente han sido y/o siguen siendo emisores y receptores de flujos trasnacionales, mientras que otros se han convertido, además, en espacios de tránsito y de retorno voluntario y/o forzado. En la última década, hasta las Américas han llegado flujos de personas extracontinentales; se ha multiplicado la migración intrarregional y los tránsitos sur-sur. La movilidad en el continente es hoy protagonizada por desplazados internos, deportados, solicitantes de refugio, migrantes irregularizados adultos, y por niños y adolescentes que emigran solos o acompañados. Por eso éste es un continente donde las formas de movilidad migrante no cesan; de ahí que proliferen, a la par, las formas de control. Por un lado, el peso de Estados Unidos ha sido definitivo para delinear la geopolítica para restringir la movilidad en la región. Ése es el país que más ha endurecido sus políticas migratorias, el que más detiene y deporta a migrantes, sobre todo latinos continentales y caribeños, y el que ha transferido el monitoreo a terceros países en la región. Por otro lado, en la última década los países de las Américas se han cerrado ante la cuestión migratoria y han reforzado sus formas de vigilancia, mientras un violento discurso xenófobo se normaliza en las sociedades receptoras. El COVID-19 vino a arremeter entonces en una geografía de antemano signada por la tensión entre movilidad y control, que se magnifica en contextos desiguales. Ése es el caso de nuestro continente: la pandemia desnudó la salvaje e irresuelta desigualdad estructural, desatando afectaciones que apenas empezamos a avizorar. A la emergencia sanitaria hoy se suma el colapso económico y el de los sistemas de protección social, hechos que en conjunto asolan las vidas de las poblaciones más vulnerabilizadas, siempre racializadas, como aquellas en condición de movilidad. Así surgió (In)Movilidad en las Américas y COVID-19, un proyecto colectivo, digital, trasnacional, trilingüe (en español, portugués e inglés) y en construcción, cuyo foco analítico lo constituyen la movilidad, el control y sus desiguales repercusiones espaciales.1 Desde que se tejió esa juntura virtual, once equipos nacionales hemos mapeado información de prensa sobre la situación migratoria y las medidas estatales en la región. Produjimos así un análisis a dos escalas. Por un lado, una ficha nacional que refleja la situación en cada uno de los países que son parte del proyecto.2 Por otro, una reflexión comparada que, a escala trasnacional, muestra complejas situaciones comunes en las Américas. Entre otras: el cierre fronterizo y la hipervigilancia; la suspensión del derecho al refugio; la configuración de espacios de confinamiento transfronterizo; la desposesión de derechos de trabajadores migrantes; la niñez y adolescencia migrantes al borde, y las respuestas sociales que contrastan entre luchas migrantes y xenofobia al interior de los espacios nacionales. El mapeo a dos escalas nos permitió crear un archivo digital sobre la memoria del presente. No obstante, ese archivo nos resultaba limitado, pues no incluía la experiencia encarnada y situada que puede dar respuestas radicalmente más contundentes a esa misma pregunta inicial. Son las voces migrantes las que producen una narrativa contrahegemónica en torno a cómo el control en un contexto de pandemia y de múltiples crisis exacerbadas se resiente entre las personas que resisten. Así, creamos un mapeo de múltiples voces migrantes de diversas edades, géneros, nacionalidades, procedencias étnicas y orientaciones sexuales que, desde diversas localidades del continente, dan cuenta de la experiencia cotidiana de (in)movilidad que se vive en los tiempos actuales. Haciendo uso de redes sociales y tecnológicas, migrantes y refugiados enviaron vía WhatsApp los testimonios que conforman el Mapeo Polifónico.3 Más de 65 voces relatan los efectos que la pandemia ha tenido en las vidas migrantes, no sólo en términos materiales, sino también en relación con su existencia y sus emociones, así como las distintas formas que han encontrado para sobrellevar la contingencia. Sus voces nos hacen pensar que la (in)movilidad, la espera y el confinamiento no son pasivas y que, a pesar de las medidas de control y la precarización exacerbada, ellos sostienen y cuidan sus vidas. De manera particular el Mapeo Polifónico y, de modo general, (In)movilidad en las Américas y COVID-19 proponen otras narrativas para pensar la migración más allá de, o a pesar de, la frialdad de los datos y la verticalidad y violencia del control: una contranarrativa donde las vidas migrantes, sus luchas, sus cuidados y sus voces van siempre primero.
Imagen de portada: Proyecto (In)movilidad, diseño de ACHU! Studio
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Los países incluidos en el proyecto son: en Sudamérica, Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Uruguay y Venezuela; en Centroamérica, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala; en El Caribe, Haití, República Dominicana, Cuba y Puerto Rico; en Norteamérica, México, Estados Unidos y Canadá. ↩
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Disponible aquí. Si eres migrante, refugiado o trabajas con población migrante y quieres contribuir con testimonios para el Mapeo Polifónico escríbenos a covid19inmovilidad@gmail.com ↩