¿Dónde están, partisanos de todos los valles, Tarzán, Riccio, Sparviero, Saetta, Ulises? Muchos duermen en tumbas decorosas, los que quedan, con el cabello blanco le cuentan a los hijos de los hijos cómo, en el lejano tiempo de las certezas, rompieron el asedio de los alemanes allá donde pareciera flotar la telesilla. Unos compran y venden terrenos, otros roen de sus pensiones oficiales o se arrugan en los organismos públicos. De pie, ancianos: no hay licencia para nosotros. Reencontrémonos. Regresemos a la montaña, lentos, cansados, con las rodillas vendadas, con tantos inviernos a las espaldas. Nos parecerá dura la cuesta del sendero, nos parecerá duro el camastro, duro el pan. Nos miraremos sin reconocernos, desconfiados los unos de los otros, plañideros, sombríos. Como entonces, haremos guardia para que no nos sorprenda al alba el enemigo. ¿Cuál enemigo? Cada uno es enemigo de cada cual, quebrado cada quien por su propia frontera, la mano derecha enemiga de la izquierda. De pie, viejos, enemigos de sí mismos: Nuestra guerra nunca termina.
Traducción de Renata Parés.
Imagen de portada: Perspectiva de La Città Nuova, Antonio Sant’ Elia. 1914.