“Yo, desde ahora, me declaro, clara y sinceramente, pintora” Ana Gallardo
Como sucede en piezas epistolares, Estudio I para la restauración de un perfil: Ensayo de lectura III (2020) de Ana Gallardo (Argentina, 1958) parte de una paradoja: la existencia concreta, material y cierta de un conjunto de cartas frente a la ausencia severa del cuerpo que las escribe y de aquel al que se dirigen. A fin de cuentas, toda carta expone tanto una ilusión como una ausencia. Actualmente expuesto en la Sala10 del Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), este video explora esa paradoja yuxtaponiendo algunas cartas escritas por la madre de la artista en la década de los cincuenta con imágenes de la casa que Mónica Baptista restauró al final de los ochenta, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Localizada en el número 12 de la calle Seminario, la construcción se hizo sobre el centro ceremonial de Tezcatlipoca a finales del siglo XVII y, más tarde, después de haber sido residencia familiar, sirvió como escuela de educación religiosa. El video inicia en el exterior de esa casa y se dirige lentamente hacia adentro. La cámara registra tanto el faldón y el panel de la puerta principal como las ramas, quizás, de una buganvilia. En su interior retrata innumerables piezas de arte religioso, muros vacíos, encalados; una cama tendida sólo con sus sábanas; los dinteles que terminan de dibujar varias puertas; el trabajo de forjado que protege los barandales; la herrería de las ventanas en el segundo piso, y una escalera que, en su descenso, al girar hacia la izquierda, llega a un patio vacío y muy iluminado. Mientras eso sucede, una voz en off lee las cartas que Carmina le envió a José Carlos, con quien se casaría más tarde. Pero en su recorrido la cámara registra, además, a la autora sosteniendo las cartas con las dos manos. Sin embargo, a diferencia de lo que hace en la voz en off no las lee, las murmura. Sus labios se mueven con la discreción y el cuidado que corresponden a los rezos. Quizás ese desfase o esa lectura de dos cauces corresponde a la intención entrevista en su conversación con Cuauhtémoc Medina: “Me propuse unirlas [a estas dos mujeres] y recorrer la casa religiosamente. Casualmente me vestí con un vestido negro: parezco una monja que ‘sana’ la casa”. Siguiendo esta línea, mientras la lectura en voz alta dibuja e invoca a los espectros de Mónica y de Carmina, aquella en voz baja intenta consolar a esos (y a otros) espectros allí reunidos. Esta vocación de sanadora recuerda el trabajo que Grace Quintanilla (México, 1967-2019), en el año 2011, dedicó a su madre recientemente fallecida1. En una de esas piezas la cámara toma a la artista de espaldas, mientras sostiene una fotografía a la altura del mentón y los labios. En la imagen su madre reposa en la cama del hospital con un rostro que parece triste y abatido. Con cuidado, Quintanilla se acerca a la fotografía, lamiéndola hasta que ya no se distinguen, primero, el brillo y el lustre del papel fotográfico y luego, la fragilidad de su madre, el sufrimiento de ese cuerpo enfermo, el dolor acre y gris que siempre sobreviene en la muerte. Con este gesto, su madre no desaparece, se transfigura. De forma parecida Carmina, la madre de Ana Gallardo, muta, desdoblándose en los objetos y en las decisiones tomadas por Mónica Baptista a finales del siglo XX, y esta última se despliega en anécdotas que son tan suyas como los objetos de su casa. En las cartas que Carmina le dirigió al amante ausente se trasmina tanto una idea del amor romántico como las ganas de conocer y desarrollarse, intelectual y profesionalmente, como artista. De eso se tratan sus cartas. Si seguimos la conversación sostenida entre Medina y la autora de esta pieza entendemos que ambas mujeres compartieron ese sueño interrumpido. Dice Ana Gallardo:
Ella [Mónica Baptista] deja su carrera de Bellas Artes para convertirse en asistente y aprender las herramientas de la restauración. Sin embargo, Mónica Baptista siempre quiso ser pintora o artista y no se animó. También entiendo, según los relatos, que en su decisión además intervino la economía: era apropiado que fuera una restauradora profesional, pero no una artista bohemia. Al recorrer la casa, vi los gestos de una restauración que tomó mucho tiempo y cariño, y vi ahí un vínculo con la relación que mi madre tenía con México. Había una relación desde su “fracaso”, en términos de que ellas dos no entendían quiénes eran o cómo podían tomar posición. Hay una serie de escalones, de luchas de poder, que me pareció interesante recuperar al recorrer esa casa: una de las piezas que restauró Mónica con más afecto y que también es un gesto de frustración. Hay un techo, en el comedor, donde finalmente pudo hacer una pintura, como un gesto rebelde mínimo y una frustración permanente.
La ausencia con la que lidia Estudio I para la restauración de un perfil no es la del cuerpo del amante a quien le escribió Carmina. Su evocación sólo es un pretexto para enunciar con sucinta claridad la pregunta que estructura esta pieza: “el trauma”, ese sueño que no se cumple o, como dice la autora, que fracasa debido al dominio patriarcal en las artes visuales. Desde dos lugares y momentos muy distintos: España, bajo el yugo del franquismo, y México, en plena reconfiguración neoliberal, las dos lucharon por ingresar a un territorio minado en el que se repite, con abrumadora vigencia, la pregunta formulada por Linda Nochlin (1931-2017) en 1971: “¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?” Aunque esta interrogante ha sido extendida y matizada, rebatida incluso, sigue siendo una provocación que devela la “punta de un iceberg” bajo el cual se ocultan, como filosas formaciones glaciales, distintos tipos de violencia estructural, capitalista, colonial y patriarcal.
En uno de los momentos más interesantes del video, la cámara toma una porción de un cuadro que representa a un grupo de monjas de velo negro en actitud devota. Con las manos en el pecho, mirando hacia arriba, la imagen de estas monjas se yuxtapone a una declaración hecha por Carmina pero que también podría ser de Ana y de Mónica: “Yo, desde ahora, me declaro, clara y sinceramente, pintora.” Esto me lleva a pensar en una de las claves que ofrece el título de la pieza: restauración de un perfil. De dos, acaso. Una de las escuelas de restauración que hay en el mundo, desde mediados del siglo XX, opta por señalar los añadidos, subrayando la historia que explica el estado de los objetos o los inmuebles. En el caso de una pintura dañada, en la que falta una sección de color verde, por ejemplo, los restauradores pueden intervenirla con líneas verticales, intercaladas, de colores azul y amarillo. De lejos, el ojo se encargará de mezclarlos pero de cerca se enfrentará a la paradójica historia, o a la historia espectral, de ese color verde. Con el enunciado performativo anterior, “Yo, desde ahora, me declaro, clara y sinceramente, pintora”, Ana Gallardo restaura el perfil de dos mujeres artistas, haciendo visible su trabajo y la existencia de las condiciones materiales que han permitido o no el ingreso al campo minado de las artes. Como si se tratara de un epílogo, una de las cartas más hermosas de Carmina adquiere un tono enigmático que reverbera hasta el final del video:
“Me parece misteriosa, la noche, la noche profunda. El otro día, por la persiana de mi habitación entraba un rayo de luz, tan potente, que el polvillo del aire me iluminaba.”
Imagen de portada: Ana Gallardo, Estudio I para la restauración de un perfil: Ensayo de lectura III, 2020. Cortesía de la artista y MUAC
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Del video a la fotografía, mucho de ese trabajo circuló en el ámbito de las redes sociales de la artista, que tristemente falleció en el año 2019. Si no era efímero, su vida dependía de la actualización de esos espacios. Yo vi la pieza que aquí describo en el año de su aparición, 2011, y no conservé ningún dato que me permitiera encontrarla nuevamente. En el Museo de Mujeres se encuentra otra pieza que pertenece a este periodo, Lapso, y en la página que Quintanilla mantuvo en youtube, Re-Medio. Agradezco a las personas que me ayudaron a entender, a especular, acaso, lo ocurrido con estas piezas: Cristina Rivera Garza, Lucero González, Sara Uribe, Tania Aedo y Mónica Nepote. ↩