Échenle agua a los muertos, a todos los muertos échenles agua, a todo entero el muerterío agua fresca échenle, agua madre para que salgan como orquídeas o como mariposas al otro lado de las estrellas, más allá de la maleza de la irrealidad, a ver si lo de la resurrección era por último resurrección o el loco no era Artaud sino el Mismísimo al que llaman Dios.
—Cállate,
cuerpo, ciérrate
en tu cerrazón, atente
a lo tuyo: lo que más
te será escasez en la asfixia grande
que ya está ahí será el agua
ese viernes sigiloso: el agua,
no el aire sino el agua,
el agua, agua, agua que ya no hablará el arrullo
del origen, ni
te lavará, ni te besará, ni
adentro ni afuera, seca
de sí, vacía
de haber sido, ella
que fue más madre que tu madre cuando la amniosis,
y antes,
todavía antes.
Del pez en fin ochenta veces nadie que fuiste, quedarán 3 espinas: la esquiza de pensar, la sangrienta de amar, la venenosa de haber nacido.
Tomado de Íntegra, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2012, pp. 724-725. Se reproduce con autorización.
Imagen de portada: Konen Uehara, de la serie Hatō zu, 1900-1920