Vivía bajo la sombra del estalinismo soviético y sin embargo era un asiduo lector de las aventuras de Sherlock Holmes, que seguramente devoraba en la clandestinidad. Tenía 21 años en 1941; sus contemporáneos lo describían como un joven “excéntrico y brillante”, con una curiosidad innata, tocaba el violín y era amante del conocimiento. Su padre le había enseñado a escribir con ambas manos para desarrollar las habilidades de los dos hemisferios cerebrales. Además de su gusto por la música, tenía facilidad para el dibujo y para los idiomas, sabía leer árabe, chino y griego. Yuri Valentínovich Knórozov dejó la vida tranquila de su natal Járkov, en Ucrania, para incorporarse a la gran guerra patriótica contra los alemanes que comenzó el 22 de junio de 1941 cuando, en un arrebato de soberbia, Hitler ordenó la invasión de la Unión Soviética. El promedio de vida de un soldado ruso en batalla era de apenas unos días; la ferocidad con que enfrentaron a los alemanes, inenarrable. Sin embargo, Yuri se las ingenió para sobrevivir cuatro años y llegó hasta la capital del III Reich para el asalto final sobre Berlín, que comenzó el 16 de abril de 1945. La toma de la capital alemana se decidió peleando calle por calle y casa por casa. En los últimos días de abril, antes de la caída de la plaza, en un intento por acercarse al centro de la ciudad donde se encontraba el búnker de Hitler, Yuri encontró un respiro dentro de la Biblioteca Nacional, que ardía en llamas. Los miles de volúmenes que alimentaban el fuego conmovieron a Yuri. Aun a costa de su vida, olvidó por un momento sus deberes militares y entre las cenizas, el humo y las balas logró rescatar un par de obras que cambiarían su vida: Relación de las cosas de Yucatán de fray Diego de Landa y una edición facsimilar de Los códices mayas. Las guardó en su mochila de campaña, tomó su arma y volvió al combate. El 2 de mayo de 1945 la bandera de la hoz y el martillo ondeó sobre las ruinas del Reichstag. Años después, en una entrevista, Knórozov desmintió que la biblioteca de Berlín estuviera en llamas y que él se encontrara dentro cuando tomó las dos obras sobre los mayas:
Es una leyenda. No hubo ningún incendio. Las autoridades alemanas prepararon la biblioteca para su evacuación y para llevarla, supuestamente, a los Alpes, en Austria. Los libros colocados en cajas estaban en medio de la calle. Entonces escogí dos.
Fray Diego de Landa y Knórozov
Yuri Knórozov regresó a Rusia en la segunda mitad de 1945 con un peculiar botín de guerra: los dos libros que pudo conservar sin ser acusado de haberse contaminado con las ideas de Occidente. La Relación de las cosas de Yucatán en su poder era una edición publicada y anotada en París en 1864 por el abad Brasseur de Bourbourg. El otro libro reunía tres códices en una edición facsimilar y fue publicado en Guatemala en 1933 por los hermanos Antonio y Carlos Villacorta. Se trataba del Códice Madrid, con horóscopos y tablas astrológicas —el original, al parecer, fue enviado por Hernán Cortés a Carlos V, como se menciona en la primera carta de relación—; del Códice París —documento de apenas once páginas—, considerado como un manual de sacerdote maya pues describe ritos, ceremonias, profecías y un zodiaco; y del famoso Códice Dresde —con detalles del calendario maya y su sistema numérico, y probablemente escrito antes de la conquista—. Su discípula Galina Ershova, autora de Epigrafía maya. Introducción al método de Yuri Knórozov, insiste en que su interés por los “misterios del cerebro humano”, inculcado desde niño por su familia de intelectuales, lo llevó a estudiar primero historia en la Universidad de Járkov en 1939 y luego etnografía y lingüística en la Universidad de Moscú, donde se entusiasmó con la egiptología y con el chamanismo de algunas culturas de Asia Central e incluso participó en expediciones arqueológicas. Una vez que terminó sus estudios, obtuvo una plaza en el Centro de Estudios Étnicos de Leningrado, hoy San Petersburgo. En 1947, su maestro, el arqueólogo Serguéi Tókarev, le dio un artículo del mayista alemán Paul Schellhas, titulado “El desciframiento de las escrituras mayas ¿un problema insoluble?”, y le dijo: “Si crees que cualquier sistema de escritura producido por seres humanos pueden leerlo otros seres humanos, ¿por qué no tratas de leer los glifos mayas?”. Knórozov aceptó el desafío que terminó por materializarse en su tesis doctoral en ciencias históricas en 1955. Yuri no sólo intentó descifrar la escritura maya, sino que extendió su investigación adentrándose en la obra de fray Diego de Landa y logró la reconstrucción del personaje y su época. Encontró pruebas para demostrar que el famoso auto de fe de Maní, donde fueron quemados numerosos objetos de culto y códices mayas, no respondió a una visión dogmática del proceso de evangelización para acabar con la idolatría a como diera lugar, sino a la presión de los conquistadores cuyos intereses económicos en la región ponían en riesgo la permanencia del fraile en Yucatán, pues lo podían acusar de herejía si no actuaba contra las prácticas paganas. En un artículo escrito en coautoría con Galina Ershova, titulado “Diego de Landa como fundador del estudio de la cultura maya”, Knórozov logró reivindicar a fray Diego de Landa. En su opinión, el franciscano tenía una “aguda inteligencia natural, carácter fuerte y firmes principios”. Había llegado a Yucatán a los 24 años de edad y, además de sus labores de misionero, continuó el trabajo de Luis de Villalpando —jefe de la misión evangelizadora antes de la llegada de Landa— sobre la lengua, la cultura y la ciencia maya. Landa comenzó a escribir la Relación de las cosas de Yucatán en 1566, cuatro años después del famoso auto de fe, realizado el 12 de julio de 1562, en el cual el propio fraile había arrojado a las llamas varios códices —se dice que fueron cuarenta— que contenían parte de la memoria histórica maya. La leyenda negra de fray Diego de Landa señala que escribió su obra como un acto de arrepentimiento por haber destruido la memoria de los mayas. Pero su verdadera intención —según Knórozov— era dejar constancia del método con el que los misioneros recién llegados “podían dominar la lengua maya en tres meses”. Luego de estudiar minuciosamente la obra de fray Diego de Landa, Knórozov y Ershova llegaron a la conclusión de que durante los últimos cuatro siglos no había surgido ni una sola descripción científica que pudiera compararse con la obra de Landa “tanto por su riqueza y exactitud como por su carácter universal”, pero fueron más lejos al señalar que “no tenemos ninguna razón para dudar del alfabeto anotado por él”.
El silabario
La genialidad radica en la posibilidad de observar la realidad desde una óptica distinta a la de la gente común. Knórozov era un erudito con destellos de genialidad y logró interpretar lo que siglos antes había escrito fray Diego de Landa estudiándolo no desde el punto de vista arqueológico, sino lingüístico. Comenzó por aprender español. Lo que conoció de México y en particular de Yucatán fue exclusivamente a través de libros y documentos. En tiempos de la Guerra Fría, en el ocaso del estalinismo, inmerso en una sociedad desconfiada y acostumbrada a la delación, durante su estudio, Knórozov jamás tuvo oportunidad de salir de la Unión Soviética para viajar a México; no conoció personalmente las inscripciones, las esculturas, las estelas ni las grandes ciudades mayas. Su investigación la realizó dentro de las cuatro paredes de su oficina en Leningrado y ahí descubrió el código fonético de la escritura jeroglífica maya. Los estudiosos del mundo maya, sobre todo aquellos investigadores que pertenecían al bloque capitalista, como el inglés Eric Thompson, sostenían que la escritura maya se basaba en logogramas: cada símbolo correspondería a una palabra completa, pero al carecer del contexto en el que fueron escritos, según esta tesis era prácticamente imposible su desciframiento. Yuri llegó a la conclusión de que el “alfabeto jeroglífico” contenido en la obra de fray Diego de Landa era, sin más, un silabario y lanzó su tesis en la revista Etnografía soviética en 1952 —tan sólo siete años después de regresar de la guerra—. Su estudio, sin embargo, no fue bien recibido, incluso fue atacado severamente; el ambiente de la Guerra Fría propició que los mayistas occidentales —particularmente Thompson— rechazaran el trabajo de un “comunista”, y más aún si no había hecho investigación de campo en México. El descubrimiento de Knórozov fue aceptado mundialmente hasta la década de 1970; su interpretación del alfabeto de fray Diego de Landa ha sido equiparada al descubrimiento de la piedra Rosetta que facilitó la clave para descifrar los jeroglifos egipcios. Sin embargo, fue ocultada por largas décadas de los ojos del mundo. Logró salir de la Unión Soviética hasta 1991, cuando el régimen comunista se desintegraba. Viajó a Guatemala y en 1995 visitó las tierras mexicanas. El 31 de marzo de 1999, Yuri Knórozov falleció en su amado San Petersburgo. Finalmente cerró el círculo de la historia que lo entrelazó con México desde abril de 1945, cuando el rescate de dos modestos libros marcó el destino de su biografía.
Imagen de portada: Yuri Knórozov, s.f. Imagen de archivo