Editorial

Plantas / editorial / Junio de 2022

Guadalupe Nettel

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En el principio, la superficie de nuestro planeta estaba constituida de agua y de rocas que las plantas acuáticas rompieron. Así se creó lo que hoy conocemos como el suelo orgánico y la tierra, pero también la atmósfera. En pocas palabras, las plantas permitieron que este planeta fuera habitable para las especies animales. El oxígeno que respiras ahora fue producido por algún organismo fotosintético. Son ellos quienes garantizan nuestra vida, y sin embargo, ¿cuántas cosas sabemos en realidad acerca de las plantas? A diferencia de otras culturas que las ven como maestras capaces de enseñar y orientar a los humanos, la sociedad occidental las consideró, hasta hace muy poco, seres básicos, sin voluntad, y prácticamente inanimados. Seguramente a causa de las grandes diferencias que nos separan de ellas, las situamos en lo más bajo de la pirámide evolutiva —justo arriba de las piedras— y de ahí no se han movido en nuestro imaginario durante siglos y siglos, a pesar de que Darwin escribió tratados enteros sobre su fascinante naturaleza y hasta llegó a afirmar que las plantas tenían algún tipo de inteligencia.

​ Ahora sabemos que las plantas son criaturas extremadamente sofisticadas y complejas con capacidades muy superiores a las que por lo común se les reconoce. Su universo es enorme y comprende desde individuos milimétricos hasta los mayores organismos del planeta: árboles monumentales, pero también masas clonales como la “Posidonia” que se extiende unos ocho kilómetros en lo profundo del mar, o el “Pando” de Utah que, se calcula, debe tener ahora unos ochenta mil años de edad, y cuya naturaleza apenas se está empezando a entender.

​ La idea de que las plantas son insensibles, pasivas y carentes de toda capacidad de inferencia o comunicación está por fin perdiendo vigencia para la comunidad científica. También en los últimos años se ha despertado entre los lectores un gran interés acerca de estos seres fundamentales. El número que tienes en las manos es un reflejo de ello. Encontrarás aquí textos de prestigiosos investigadores como Marc-André Selosse, Lev Jardón, Stefano Mancuso y Alessandra Viola, que con una admirable claridad explican algunos de los últimos descubrimientos sobre botánica y biología evolutiva.

​ En su ensayo “Breve historia imperialista de las plantas comestibles”, Francisco Serratos describe las grandes paradojas de la agricultura, gracias a la cual hemos sobrevivido solo el cinco por ciento de nuestra historia. El de los monocultivos, nos dice el autor, es un proyecto que comenzó con las colonias y sigue vigente. Cada vez más, el propósito de la agricultura ha dejado de ser el de cultivar los alimentos necesarios para nuestra subsistencia. Ahora lo que buscan los grandes agricultores es obtener los mayores rendimientos posibles. No importa si para eso tienen que erosionar la tierra, talar los bosques y contribuir en gran medida al calentamiento del planeta.

​ En el polo opuesto a este tipo de actitudes se encuentra la medicina tradicional, basada en las plantas. La doctora María de Jesús Patricio, conocida también como “Marichuy”, recuerda la relación estrecha que los pueblos indígenas mantienen con la naturaleza y la tradición ancestral de curar enfermedades muy diversas, gracias a un conocimiento profundo de las plantas y sus cualidades.

​ Rescatamos también fragmentos maravillosos del escritor y botánico catalán Joan Perucho, así como del polifacético Maurice Maeterlinck, autor de obras de teatro, ensayos y poemarios, que nunca escatimó en talento para describir a la naturaleza. El primero se refiere a las propiedades mágicas atribuidas a la mandrágora y las habas, mientras que el segundo discurre sobre el comportamiento apasionante de algunas flores.

​ A inicios del siglo pasado la Ciudad de México aún contaba con ríos y lagos, recuerda Julieta García en “Memorias del paisaje”, un texto muy potente sobre la hecatombe de árboles ocurrida aquí y sobre cómo fue aniquilada la vegetación que rodeaba al Paseo de la Reforma. Mientras que Santiago Beruete, autor de Jardinosofía, elogia las propiedades terapéuticas de los jardines y su papel fundamental en el pensamiento filosófico.

​ Esta edición fue concebida como un huerto o un ecosistema donde textos y autores de diferentes épocas conviven como plantas de tamaños y especies muy diversos. Esperamos, amable lector, que en él encuentres lo que necesitas para abonar tu intelecto y refrescar tu paladar literario, y que emerjas de sus páginas con semillas nuevas para plantar en tu propia parcela.

Imagen de portada: Katayama Bukoyo, Mori (Bosque), 1928