El 12 de septiembre de 2017. Falleció el historiador Álvaro Matute. Fui su lector y su amigo. Nos encontramos muchas veces en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras y en los de los aeropuertos, incluidas esas estaciones de transbordo que son las agencias funerarias. Compartíamos gustos y opiniones. Siempre volvíamos a los temas del Ateneo de la Juventud y de la revolución mexicana. En la conversación alternaba su gentil esposa, compañera y coautora Evelia Trejo. Matute era un señor. Un noble. Un hombre bueno. Inteligente. Discreto. Elegante. Nariz recta, bigote bien cortado, pelo negro, mirada penetrante. En mi imaginación se me presentaba como un almirante o capitán de barco. Irradiaba serenidad. Parecía un personaje salido de una novela de Joseph Conrad. Capitán de navíos que hubiese atravesado los siete mares de la historia. Un marinero intelectual familiarizado con el mar mediterráneo de la Antigüedad clásica y con el océano del pensamiento histórico moderno. Matute, dominando el altamar de la historia, no se dejaba ganar por el vértigo y la náusea del que contempla el oleaje que se estrella contra el casco, sino que abría su mirada a las constelaciones que guían el camino. Explorador de mares y jardinero de fuentes. Jardinero, no coleccionista. Le interesaba mantener viva la sintaxis de la historia. Y si le interesaba Giambattista Vico era también para poderlo comparar con Lorenzo Boturini. La memoria era para él una pasión intelectual y moral. Fue discípulo de Eduardo Blanquel, Justino Fernández, José Gaos, Eduardo Nicol, Luis Villoro y, sobre todo, Edmundo O’Gorman, además de Juan Ortega y Medina. No desdeñaba la literatura. Su pasión era la memoria, la historia, el conocimiento de lo que ha sucedido a los hombres al ser esculpidos por la espuma de los días. Pocos recuerdan que Álvaro Matute representó a México en Roma como primer secretario de mayo de 1987 a abril de 1988. Era un cosmopolita de mente abierta al horizonte clásico y moderno, y sobre todo a la perspectiva mexicana e hispanoamericana. La última vez que lo vi fue en la Feria Internacional del Libro Universitario el 27 de agosto. Nunca tomé clases con él. Le oí conferencias y, sobre todo, recuerdo sus conversaciones pausadas y certeras, además de sus libros históricos formales. Se fue repentinamente y ya no pudimos armar con él los diálogos en torno a los libros publicados por la Academia: la novela El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán y la antología de Alfonso Reyes titulada Visión de México. La conversación iba a tener lugar en la Cineteca Nacional. Yo había decidido que la película que ilustraría la exposición sería Viva México de Serguéi Eisenstein. Le escribí unas líneas para comentarle que ya había visto el material del ruso y que había elegido la cinta mencionada por encima de otras versiones. Me respondió atenta y puntualmente la mañana del 11 de septiembre. Matute era un cronista sabroso, como lo muestran las numerosas colaboraciones que publicó en la Revista de la Universidad de México, dirigida entonces por Ignacio Solares. En ellas saludó la partida de historiadores como Horacio Labastida y de bibliotecarios universitarios como Filiberto García Solís, para no mencionar sus páginas sobre el futbol americano. Matute estaba atento al hilo fino con el que está tejida la trama de la historia. Era uno de los grandes. Él mismo pertenece por derecho propio a esa y otras tramas de la memoria. Su repentina desaparición dejó a sus amigos sin palabras. Los más enteros acertaron a decir. Patricia Galeana, directora del INEHRM, destacó que, aunque “mucho se habla sobre su obra de investigación —que es vastísima—, […] debemos destacar su obra docente, a la cual se dedicó en cuerpo y alma. […] un hombre sensato y maduro que mantuvo la ecuanimidad ante todo, incluso ante su propia vida”. Por su parte, el historiador y escritor Enrique Krauze acotó que “no sólo ha escrito libros, ensayos y artículos valiosos, sino que ha pasado buena parte de su vida transmitiendo su conocimiento a las generaciones jóvenes”. En palabras del director de la Capilla Alfonsina, Javier Garciadiego, Matute “siguió una tradición que está muy arraigada en la UNAM desde hace tiempo: la de no solamente entender el proceso histórico, sino la de reflexionar sobre el devenir histórico”. Andrés Lira, director de la Academia Mexicana de la Historia aseguró que “fue un maestro en el oficio de historiar la historia y una de las mentes más brillantes de esa institución”.