El 4 de junio de 2021 Santiago Roncagliolo publicó en Twitter una carta dirigida al hombre más rico de Latinoamérica, Carlos Slim Helú. En ella, el narrador peruano le informaba al magnate que sus lectores mexicanos no encontraban su más reciente novela, Y líbranos del mal, en las tiendas Sanborns, y que la editorial le había informado que “es política de su cadena rechazar cualquier libro que hable de los abusos sexuales al interior de la iglesia católica” (debo hacerme a la idea de que si un día publico mis memorias de juventud no van a querer venderlas en los Sanborns). En su carta, Roncagliolo exhortaba a Slim a no ser “aliado del silencio” y permitir que la novela se distribuyera en su “gran librería”. Pocos días después el autor anunció que Sanborns sí vendería su novela y agradeció a “todos los que han insistido en leer sobre temas oscuros. Sobre gente diferente. Sigamos exigiendo #ElDerechoALeer”. El episodio me dejó pensando en quién será la persona encargada de elaborar el Index librorum prohibitorum Sanbornsi. ¿Qué nombre tendrá su puesto en el organigrama institucional? ¿Conserje de las ideas? ¿Gerente de las creencias? ¿Manager de Inquisiciones? Me lo imagino hombre y de corbata, revisando los catálogos de novedades que las grandes editoriales quieren distribuir en sus tiendas. El nuevo libro de Osho: sí. La autobiografía del yerno del ingeniero Slim: por supuesto. Una novela con las palabras “catedral”, “fanatismo religioso” y “pederastia” en la contraportada: Dios nos libre. Lo veo salir del edificio corporativo después de una larga jornada inquisidora, dirigirse a una librería y preguntar por la novela Y líbranos del mal. La compra con efectivo para que no quede rastro de su pecado. Por suerte se la entregan en una bolsa de papel opaco. Vuelve a casa. Sus hijos, que estudian en un colegio de los Legionarios de Cristo, ya están a punto de acostarse. Rezan el Padrenuestro en coro. En vez de convivir con su esposa (hace meses que no se tocan), se encierra con llave en el estudio y saca su adquisición con las manos temblorosas. Al igual que el título, el epígrafe cita el Padrenuestro (evangelio de Mateo, 6:12-13). Se persigna. Sigue: “He cambiado los nombres de esta historia”. ¿Estará basada en hechos reales? Luego descubrirá que está inspirada en instituciones y personajes reales (el Sodalicio de Vida Cristiana, Luis Fernando Figari, Marcial Maciel), pero no se trata de ellos. Es ficción. El narrador es el protagonista Juan Carlos Verástegui, Jimmy, un adolescente neoyorquino que nunca ha ido al país de su padre: Perú. Sebastián Verástegui, administrador de una catedral de Brooklyn, emigró hace muchos años y nunca ha vuelto. Su pasado es el secreto que genera el suspenso de la historia. Jimmy viaja a Lima para cuidar a su abuela enferma y descubrir la verdad sobre el joven Sebastián. El censor de Sanborns se desvela leyendo porque los capítulos de la novela prohibida son breves y efectivas unidades de suspenso. Jimmy ya está en Perú y los viejos conocidos de su papá comienzan a inquietarlo: “Tu viejo es un conchasumadre” (al leer “concha” el censor mexicano piensa en una pieza de pan dulce y no en los genitales femeninos). ¿Qué le ocultan su padre y su abuela a Jimmy? El joven neoyorkino se convierte en un detective adolescente para descubrirlo. Lo que intriga a Jimmy (y con él, a los lectores) es descubrir qué tanto supo, y qué hizo, su padre mientras fue miembro de la organización. Se trata, sobre todo, de averiguar si Sebastián es un hombre malo. Para hacerlo rastrea a personajes cruciales de la historia y los interroga. A través de noticias y testimonios, Jimmy se familiariza con el escándalo de abusos sexuales al interior de una organización católica liderada por Gabriel Furiase. El referente de la historia es el Sodalicio, una comunidad “de Vida Cristiana” fundada por el laico Luis Fernando Figari en 1971. El censor de Sanborns reconoce en Gabriel Furiase, el máximo villano de la novela, rasgos del sacerdote mexicano Marcial Maciel. El ficticio Furiase y los reales Figari y Maciel comparten modus operandi: cooptar jóvenes de clase alta, adoctrinarlos y engañarlos, tal como se nos cuenta en el libro:
Multitud de miembros veinteañeros de la comunidad buscaban chicos con vocación en colegios de gente bien, los llevaban a divertirse y los reunían en grupos para irlos introduciendo en su filosofía y modo de vivir.
¿Cuál es esa “filosofía y modo de vivir”? La sumisión marcial, la competencia por la aprobación del Padre Fundador, y el “yoga”, eufemismo que encubre el abuso sexual de las víctimas. “Eso no es yoga. Eso es sólo sexo”, le dice una joven devota cuando Sebastián quiere colocarle su semen en la “zona sacra” para despertar su energía y “movilizar la kundalini”. El clasismo y racismo peruanos son temas prominentes en la novela de Roncagliolo: “todos eran blancos y de buenas familias”. En eso también es fácil encontrar paralelismos con el caso mexicano: el Instituto Cumbres, la Anáhuac y otros colegios de los Legionarios son incubadoras de mirreyes. Lima y la Ciudad de México también se asemejan: megaurbes ofensivamente desiguales a las que se puede aplicar este juicio de Jimmy: “la ciudad más fea del mundo: un terreno baldío, salpicado de construcciones a medias, abandonado como un barco oxidado frente a un mar aún más marrón”. El censor de Sanborns piensa, con firme malinchismo, que Lima no puede ser más fea que la Ciudad de México. Por el contrario, está seguro de que los Legionarios no pueden ser tan perversos como la secta católica de Furiase. De lo contrario cómo explicar que Maciel casara al ingeniero Slim y que su familia haya hecho tanto para apoyar a los Legionarios. Entre los hijos formados por la Legión de Maciel está el mismísimo director de Grupo Sanborns, el licenciado Carlos Slim Domit, por lo que distribuir una novela que aludiera a esa organización habría sido un error terrible.1 Tal como sugiere el título, la novela explora el tema fundamental del origen de la maldad, el sustrato psicológico de la transformación de un ser humano en un abusador, por un lado, y en una víctima, por el otro. La clave parece estar en la figura paterna: Sebastián creció con una muy disfuncional, el alcohólico, violento e irresponsable Antonio. Cuando Furiase es su profesor en el colegio Reina del Mundo, reconoce la vulnerabilidad del joven y comienza el proceso de seducción haciéndolo sentirse un elegido: “Sebastián bajó la mirada, pero el profesor lo llamó por su nombre: —¿Y usted qué piensa, Verástegui? Hoy lo noto muy callado. ¿Qué es un buen padre? ¿Qué debería hacer Dios para serlo?”. Cuando Sebastián ya es un allegado de Furiase y le toca cautivar a Daniel (un joven huérfano que en el futuro se convertirá en el delator de la comunidad), Sebastián le pregunta si quiere que él sea su padre.2 Aparte de las carencias paternales de las víctimas, la misoginia y la homofobia son fertilizantes esenciales del abuso: cuando Sebastián conoce a Marisa, la joven a la que intentó aplicar el “yoga”, él le confiesa que su líder “dice que las únicas mujeres buenas son su madre y la virgen”. Más adelante, cuando Sebastián acaba de propasarse con ella, se justifica diciendo que lo hace porque “sólo quería saber si era gay. Tenía que descartarlo”. Esa tensión psíquica entre el deseo homosexual y la homofobia crea las condiciones de frustración y autodesprecio ideales para el abuso. Conforme se acerca al final del libro, el censor de Sanborns empieza a arrepentirse de haberlo prohibido. Su protagonista, Jimmy, es un buen tipo, simple e inocente como él mismo. Lo conmueve la forma en que Jimmy, a pesar de todo, no condena a su padre, y de ese modo se salva a sí mismo de la maldad. Un par de noches después de su visita clandestina a una librería independiente, el censor termina la novela. Guarda el libro bajo llave, al lado de La sangre erguida de Enrique Serna y del libro de Carmen Aristegui sobre Marcial Maciel que Roncagliolo cita en los agradecimientos. Mientras intenta dormir, el censor se acuerda del pasaje en el que Sebastián afirma en clase que Dios no existe.
—¿Puede demostrar lo que dice, Verástegui? [le preguntó Furiase] —Claro que sí. Vemos las pruebas todos los días, por todas partes. Hay gente que hace cosas malas, ¿no? Hay gente que se porta mal. O vende drogas. O mata a otra gente. Si Dios existiese no lo permitiría.
El profesor Furiase le explica que, como Dios creó a los hombres a su imagen y semejanza (“a los hombres, porque él siempre decía ‘hombres’”), los hizo libres para elegir entre el bien y el mal sin que su Padre Celestial pudiera impedirlo. “—Para que el Bien tenga mérito —enfatizó [Furiase]— hace falta que exista el Mal”. ¿En serio es necesario que exista el mal? ¿Los pederastas son un requisito cósmico para que la gente buena destaque en sociedad? Al censor no lo convence esta explicación. ¿Cómo puede importarle más a Dios la libertad de los pervertidos que el bienestar de sus criaturas inocentes? ¿Cómo soporta que tantos hombres malos (como el padre Maciel, el empresario Kamel Nacif o el médico Larry Nassar) abusen de criaturas inocentes, con tal de respetar la libertad de esos conchasumadres (el censor se persigna para limpiarse el alma de esa palabrota peruana que acaba de pensar)? Un día de junio el community manager de Sanborns le informa que el novelista peruano acaba de escribirle en Twitter al Ingeniero. El censor se siente halagado porque Roncagliolo describe Sanborns como “una gran librería”. El subdirector le llama por teléfono muy preocupado por la mala prensa que este escándalo pueda acarrearle al Grupo. Como el Ingeniero y su familia no están en México (seguramente están recorriendo el Mediterráneo en un yate gigantesco), él tendrá que decidir qué procede. “¿El libro habla mal de los Legionarios?”, le pregunta al censor. “No precisamente, porque es una novela ambientada en Perú”. “¿Perú? Entonces no tiene nada que ver con nosotros. Acéptales ejemplares”. “Sí, licenciado”. Al colgar el teléfono el censor sonríe maliciosamente. Sabe que este domingo tendrá que confesarse con un padre.
Imagen de portada: Sanborns Casa de los Azulejos sobre la calle Madero, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Fotografía de Eduardo Meza Soto
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De acuerdo con La prodigiosa aventura de los Legionarios de Cristo de Alfonso Torres Robles, Marcial Maciel fue el “sacerdote de cámara” de la familia Slim, y la relación de las empresas familiares con las instituciones educativas de su Legión siempre ha sido estrecha (Foca Ediciones, Madrid, 2001, p. 51). ↩
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Pedro Salinas, autor de Mitad monjes, mitad soldados: el Sodalitium Christianae Vitae por dentro (2015), afirma que la estrategia de la comunidad es que “te van alejando de tu familia, poco a poco, a la figura paterna la destruyen, te van alejando de tus amigos”, en “El desgarrador testimonio de una víctima de Luis Fernando Figari”, disponible aquí ↩