Esta es tu canción, Marinella que volaste al cielo en una estrella y como las más bellas cosas viviste un solo día, como las rosas. Fabrizio de Andre
En un video compartido en redes sociales el 10 de marzo de 2023 se puede escuchar a la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, cantando “La Canción de Marinella” en un karaoke a dúo con su vicepresidente, Matteo Salvini, en la fiesta de cincuenta cumpleaños del segundo.
Mientras los políticos entonaban la nostálgica canción —que narra la historia de una niña huérfana asesinada y lanzada a un río—, en Libia una barca se preparaba para viajar hacia la costa italiana con decenas de migrantes a bordo. Horas después, la embarcación zozobraba debido al mal tiempo. De acuerdo con la organización civil Alarm Phone, que emite alertas de naufragio en el Mediterráneo, una adecuada respuesta por parte de las autoridades de Italia podría haber evitado la desaparición de treinta de los migrantes que viajaban en ella.
El tema no es nuevo en Italia ni en Europa ni en los medios. A inicios de 2023 se arrojó más luz sobre los migrantes que cruzan el mar buscando llegar a Europa con casos como el registrado el pasado 26 de febrero, cuando el naufragio de otra embarcación, esta vez frente a las costas de Calabria, dejó un saldo de 72 migrantes muertos, incluidos varios niños que no recibieron ayuda alguna por parte de la guardia costera italiana.
Meloni llegó al poder impulsada por Hermanos de Italia, un partido de ultraderecha heredero de la ideología de Mussolini, y tuvo como eje de su discurso de campaña la promesa de detener la llegada de migrantes a través del mar. Hermanos de Italia gobierna en una coalición de grupos de derecha que incluye, entre otros, a la Liga Norte de Salvini, la cual defiende una política antiinmigrante de “puertos cerrados”. Sin embargo, estas medidas no son exclusivas de los socios de gobierno de Meloni y sus compañeros de karaoke en Italia; forman parte de un discurso antiinmigración que lleva años construyéndose en varios países de la Unión Europea, incapaces de cumplir con la cuota mínima de recepción de refugiados a la que se han comprometido repetidamente en Bruselas.
En sus declaraciones posteriores al naufragio de Calabria, Meloni hábilmente cambió el foco de atención y, en lugar de hablar de quienes viajan —y mueren— en las embarcaciones, lanzó su artillería verbal contra quienes trafican con ellos. En un decreto, su gabinete acordó instaurar un nuevo tipo de delito para aquellos que causen daños serios o la muerte como resultado del tráfico humano, castigado ahora con hasta treinta años de prisión. Estas sanciones se suman a las ya establecidas hace unas semanas para las embarcaciones de rescate marítimo de las ONG, que recibirán penas administrativas y, en caso de reincidencia, la confiscación de la nave si intentan desembarcar a personas no autorizadas en algún puerto italiano.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia puso de manifiesto que Europa cuenta con la capacidad para acoger refugiados de manera ordenada y expedita, aunque solo cuando provienen de países que identifica como “adecuados”. Así, las medidas establecidas por gobiernos como el de Meloni tratan de disfrazar esta acogida selectiva con una imagen de legalidad. Italia, como han hecho otros países europeos anteriormente, se jacta de crear vías para mejorar la inmigración legal hacia Europa a través de un número limitado de permisos de trabajo exclusivos para ciudadanos de ciertos países, una medida que contrasta con la falta de creación de rutas seguras para los solicitantes de asilo de cualquier nacionalidad. Mientras a ciertos individuos se les concede un permiso de trabajo, a quienes piden refugio se les reservan las aguas del Mediterráneo, y a quienes intentan salvarlos, el peso de la ley.
De acuerdo con las cifras que maneja la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en lo que va de 2023 han desaparecido o muerto en el Mediterráneo cerca de 383 migrantes; de estos, veintidós eran niños. Otras organizaciones, como Médicos Sin Fronteras —una de cuyas embarcaciones fue la primera sancionada por el gobierno italiano tras rescatar migrantes en el mar—, aseguran que la cifra se acerca a los seiscientos. Esta última estimación estaría alineada con las cifras totales de años anteriores reportadas por la propia OIM: en 2022 casi 2 mil migrantes muertos o desaparecidos; en 2021, más de 3 mil. El conteo total entre 2014 y 2022 supera los 26 mil migrantes desaparecidos en el Mediterráneo.
En diciembre de 2022 Ca-minando Fronteras, la organización encabezada por la activista Helena Maleno, dio a conocer sus propias estadísticas sobre migrantes desaparecidos, en este caso, en la ruta de África hacia España. Utilizando una metodología que “recoge, contrasta y sistematiza” la información proporcionada por las propias comunidades migrantes, los servicios de rescate, las redes de familiares y las organizaciones defensoras de derechos humanos en el terreno, la organización concluye que entre 2018 y 2022 se habrían registrado más de 11 mil muertes de migrantes en su trayecto hacia el territorio español, de los cuales más de 1200 serían mujeres y 377 niños.1
El reporte, que desglosa las desapariciones por ruta, muestra un incremento del número de personas que intentan llegar a Europa a través de la ruta canaria (7865 de las muertes reportadas por Ca-minando Fronteras), la más peligrosa de todas debido a que es la más larga e implica cruzar hacia las Islas Canarias por el océano Atlántico. El aumento del tráfico de embarcaciones en esa zona sería resultado del endurecimiento de las medidas de “seguridad migratoria” en los trayectos que cruzan el Mediterráneo. Criminalizar el rescate, se sabe, solo provoca un mayor número de muertes.
La tragedia de las desapariciones se agrava tanto por la indiferencia institucional y ciudadana como por el mero hecho de no saber dónde están los migrantes. Las familias de quienes han desaparecido saben que su ser querido se fue y no llegó: puede ser que esté muerto, pero no hay manera de recuperar el cuerpo, porque ni siquiera existe la certeza de su muerte. Cuando la hay, los familiares que esperaban al viajero en el país o ciudad de destino intentan encontrar información de las autoridades, pero ocurre lo mismo que con las alertas de auxilio: responde quien quiere, pero ningún organismo institucional siente que atender sea su obligación.
Números más o números menos, los reportes de muertes y/o desapariciones se suceden uno tras otro, y las cifras se van apilando en esa fosa común que es el noticiero de la noche. A los catorce de ayer se suman los setenta de hoy y los treinta de mañana. El mar se los traga, qué le vamos a hacer. En Europa no importa si los migrantes desaparecen o mueren en el trayecto, porque si hoy no llegaron unos, mañana vendrán otros. El cambio climático seguirá forzando el desplazamiento de centenares de miles de personas que intentarán llegar a esos países, miembros de organismos internacionales que se jactan de ser democráticos y solidarios, pero que han sido incapaces de conceder validez jurídica a la categoría de refugiado climático. Vendrán porque se les inundó la aldea, porque el campo ya no produce, porque la sequía acabó con todo, y no tendremos para ellos una ruta segura, porque los permisos de trabajo son para otros que nos gustan más.
Vendrán, y algunos llegarán vivos y se insertarán en el aparato productivo de España, Alemania, Francia o Italia, y las sociedades de esos países seguiremos votando a quienes enarbolan la retórica antiinmigrante para justificar su nacionalismo, pretendiendo que no los vemos hasta que una cifra inusual, una imagen en el periódico o una nueva declaración del político de turno vuelva a captar nuestra atención. Entonces podremos indignarnos un poco, una vez más, y repetiremos el ciclo.
A los migrantes desaparecidos en la ruta mediterránea no se los traga el mar: los devoran la hipocresía de los gobiernos y la indiferencia de la sociedad que vota y tolera a esos políticos. Al menos respecto a esto, Meloni y sus compañeros de karaoke no han mentido: nos han dejado claro que, para ellos, cierta gente merece vivir solo un día. Como las rosas.
Imagen de portada: La Guardia Costera italiana rescata a migrantes en su camino a Italia (detalle), 2013. Fotografía de Francesco Malavolta. Flickr/©IOM-UN Migration