Hablar del fascismo no es un asunto sencillo. Cuando escuchamos el término fascismo nos remitimos rápidamente al gobierno nacionalista y autoritario de Mussolini en Italia surgido después de la crisis de la primera Guerra Mundial. En la actualidad se habla del regreso del fascismo en distintos países del mundo y a menudo se etiqueta como fascista a Donald Trump, presidente de Estados Unidos y a Jair Bolsonaro, presidente de Brasil. También hay quienes sostienen, sin negar que son líderes autoritarios, que no se les puede llamar así porque ésa fue una forma de gobierno específica en un momento histórico preciso. No obstante, los politólogos más reconocidos consideran que el fascismo no es exclusivo de un régimen político y que podemos observar rasgos de fascismo en muchos gobiernos pasados y actuales. Hoy en día denominar fascista a alguien es una especie de insulto y su uso ha convertido la palabra en una manera peyorativa de adjetivar a otros gobiernos (nunca al propio). Y aunque frecuentemente se vincula con la ultraderecha, sabemos que puede estar también presente en gobiernos de ultraizquierda o gobiernos populistas. La ambivalencia se debe a que el fascismo se planteó como tercera vía alternativa a los Estados socialistas y a los liberales, es decir a los gobiernos de izquierda y de derecha. Norberto Bobbio, uno de los politólogos más reconocidos de la época contemporánea, escribió que no es fácil distinguir si un gobierno es o no fascista, ya que “Ni siquiera los fascistas sabían qué cosa era el fascismo.”1 Además de complicado, es delicado usar una etiqueta escurridiza que no está fundada en una corriente ideológica ni teórica, sino en una política pragmática que promete a la sociedad salir de la crisis. El mismo autor reconoce que para usar la categoría de fascista “se requiere una verdadera operación de desciframiento” de ciertos rasgos en distintos regímenes nacionalistas. Propone que los rasgos comunes para determinar que un gobierno es fascista son: que surge en un contexto de crisis nacional y se presenta a sí mismo como el salvador (por ello se reconocen líderes mesiánicos); que promueve un activismo oportunista inspirado en la insatisfacción; que implementa un sistema (líder-partido-Estado) que articula de forma total los movimientos de masas o el pueblo a un poder, sin intermediarios. Ese poder se configura en un partido único que controla al Estado y a las fuerzas policiacas, que integra los movimientos de masas (sindicatos o asociaciones) y a corporaciones nacionales desde las cuales ejerce el proteccionismo y el clientelismo corporativo; que controla de forma casi absoluta las fuentes informativas estableciendo una relación directa entre líder y pueblo y, por último, que instrumenta la violencia contra toda fuerza nacional centrífuga y conflictiva a fin de mantener la unidad, lo cual contribuye a políticas discriminatorias de los otros (raciales, nacionales, religiosas o morales).
Algunos de estos rasgos los apreciamos tanto en el gobierno derechista de Jair Bolsonaro como en el gobierno socialista de Nicolás Maduro en Venezuela. Lo que es interesante es que estos líderes son apoyados por movimientos cristianos (en algunos casos con la emergencia de los neopentecostales, en otros con la derecha católica). Incluso se habla de una especie de gran conspiración cristiana de ultraderecha que apoya fascismos nacionales. Como lo explica el sociólogo Miguel Mansilla:
El discurso conservador del mundo evangélico se ve reafirmado por el conservadurismo político. Los pastores buscan reconocimiento y ser incluidos en el gobierno de turno. A los líderes evangélicos conservadores no les interesa que sus demandas confesionales sean incluidas, sino que ellos sean incluidos en los cargos de confianza del gobierno, al no lograrlo en elecciones populares. En ese sentido, quienes van a buscar el voto de los evangélicos son los partidos y grupos políticos de derecha. No porque los políticos derechistas les interesen a los evangélicos o que sus discursos sean coincidentes, sino porque aseguran un sector con un importante peso de votos.2
Estamos presenciando la crisis de los proyectos de democratización (tanto de derecha como de izquierda) y la reemergencia de líderes políticos autoritarios, que encuentran sustento y apoyo en liderazgos y movimientos religiosos conservadores. El conservadurismo en América está compuesto por un bloque cristiano conformado por dos sectores: líderes de movimientos católicos ultraconservadores —cuya existencia data de principios de siglo XX— y por las iglesias pentecostales y neopentecostales que han tenido un rápido crecimiento continental: Pew Research reporta que 19 por ciento de la población latinoamericana es evangélica, pero en algunos países latinoamericanos casi iguala a la población católica.3 Pero lo más importante es que estos grupos que representan minorías activas en lo político “ya no buscan sólo el mayor número de miembros en sus iglesias, sino los más influyentes”.4 De esta manera, las iglesias neopentecostales configuran un movimiento emergente: se vinculan con sectores de clase media y profesionales; promueven una teología de la prosperidad que se adecúa a los valores capitalistas y consumistas de la economía neoliberal, y salen de los recintos eclesiales hacia el ámbito político, donde extienden su guerra espiritual contra el demonio, a quien consideran causante y responsable de todas las crisis que vive el ser humano, incluidas las crisis políticas. En distintos países de América, desde Estados Unidos, pasando por México, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Venezuela, Bolivia, Colombia, Perú, Brasil, Chile y Buenos Aires, el cristianismo conservador se incorpora al mundo de la política para contender contra el avance de su principal enemigo: la ideología de género que amenaza el orden familiar “natural” y la distinción de sexos. Su estrategia los lleva a fundar partidos evangélicos, a establecer negociaciones de clientela electoral con candidatos políticos (como recientemente vimos en México en la coalición del PES con Morena) y sobre todo a implementar la estrategia de las “bancadas evangélicas”, que consiste en colocar adherentes en puestos de representación en las cámaras de senadores y diputados para bloquear o reescribir leyes que atentan contra los valores provida y profamilia. Hay quienes plantean que la avanzada evangélica es parte de una conspiración de la derecha cristiana estadounidense hoy liderada por el presidente Donald Trump. Incluso la asociación Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) realizó un detallado y bien documentado reportaje que señala que los evangélicos en México —representados por Arturo Farella, el líder de Cofraternice— han decidido rebautizar el proyecto de cambio nacional que encabeza el presidente López Obrador “La Divina Cuarta Transformación”. Esta iniciativa involucra a un asesor religioso de Donald Trump y tiene como trasfondo una alianza cristiana estadounidense con miembros integrados en todos los partidos políticos “para gobernar con la Biblia”.5 Por su parte, a Donald Trump, el líder político del país más importante del mundo, se le reconoce como un político evangélico fascista.6 Algunos indicios de ello son que emergió de la crisis implementando el eslogan “América primero” (que era utilizado por grupos fascistas estadounidenses); es un empresario que no tiene una formación ideológica y que instrumenta la ultraderecha cristiana para afianzar el poder; busca construir una gran nación estableciendo una unidad entre los WASP (white, anglo-saxon protestants ‘protestantes blancos anglosajones’), a la vez que ha emprendido una política persecutoria hacia los migrantes mexicanos y centroamericanos y ha declarado la guerra a los árabes, a quienes ha construido como enemigos de la unidad y el progreso de su blanqueada nación. Pero, sobre todo, es antidemocrático y no respeta el estado de derecho, la libertad de prensa ni las instituciones. Centraliza toda la autoridad y no tolera la disidencia. Un elemento importante en el gobierno de Trump es su alianza con el ala derecha de los evangélicos cristianos de Estados Unidos. A ellos les ha prometido una regeneración moral apoyando abiertamente las políticas provida en oposición a las demandas de libertades y derechos sexuales, como el aborto y el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Incluso hace unos días se autodenominó “el mejor amigo que los cristianos hayan tenido en la Casa Blanca”.7 Es importante mencionar que “gobernar con la Biblia” pone constantemente en riesgo la laicidad, basada en la división entre Estado e Iglesia. Mientras que Trump defiende los derechos de la Primera Enmienda y los de los cristianos en los recintos universitarios para promover la oración en las escuelas, incumple con los derechos humanos de los niños migrantes. Por un lado hace caso omiso a la prohibición que estipula que las iglesias no pueden apoyar a candidatos políticos, pero por el otro señala a los demócratas como los enemigos de los cristianos. Es también muy criticado por pastores protestantes debido a que con frecuencia incluye a Dios en políticas de guerra (antibíblicas), en contiendas y políticas partidistas e incluso en el reciente asesinato de Qasem Soleimani en Iraq, hecho polémico que ha provocado la división al interior de los grupos cristianos que representan 55 por ciento de la población adulta estadounidense; unos lo apoyan y otros lo culpan de ignorar la doctrina cristiana.8
El caso de Donald Trump influye en otros líderes latinoamericanos, como Jair Bolsonaro, ex militar y presidente actual de Brasil, quien según Michael Löwy representa el neofascismo.9 A Bolsonaro lo reconocen como el “Trump brasileño” y él mismo se dice su admirador: “Él quiere que Estados Unidos sea grande. Yo quiero que Brasil sea grande”.10 Bolsonaro emergió como líder nacional dentro de una crisis económica y política provocada por los escándalos de corrupción que derrocaron a la presidenta Dilma Rousseff y que llevaron a la cárcel al líder del PT, Luiz Inácio Lula da Silva. Durante su campaña se hizo bautizar evangélico en el río Jordán; su eslogan fue “Brasil por sobre todo, Dios sobre todos” (similar al himno nazi alemán que coreaba: “Alemania sobre todos, Alemania sobre el mundo”). Durante su campaña se lo presentaba como “Bolsonaro el mesías” y con la ayuda de 600 templos evangélicos ganó las elecciones en 2018. Es el mesías de la defensa de los valores profamilia contra el aborto y el matrimonio homosexual, pero también es el enviado de Dios para sacar al país de la crisis económica mediante una economía neoliberal, que no respeta tratados ambientalistas ni zonas indígenas protegidas. Es el mesías que bendice la tortura y alienta políticas y acciones discriminatorias contra los afrodescendientes, los indígenas, los migrantes y los gays. Al igual que Trump, constantemente mezcla símbolos cristianos con emblemas bélicos y violentos, defiende sin recato la pena de muerte y arremete contra los derechos humanos. La Biblia y Jesús se han convertido en significantes no sólo de campañas políticas sino incluso de golpes de Estado. Así lo vimos en noviembre de 2019 cuando Luis Fernando Camacho —un católico conservador que era el principal opositor electoral de Evo Morales— anunció luchar “no con las armas sino con la fe”. Morales se vio forzado a renunciar al mandato presidencial que había ocupado de manera fraudulenta, pero a ello no le siguieron nuevas elecciones sino un golpe de Estado, que viola la Constitución pero que se justifica en el hecho de que un par de católicos le regresaran a Cristo la nación. Lo anterior se muestra en los videos donde Luis Fernando Camacho entra al Palacio de Gobierno, se arrodilla y coloca la Biblia sobre la bandera boliviana y donde Jeanine Añes se autonombra presidenta interina de Bolivia con la Biblia en la mano, anunciando: “Gracias a Dios la Biblia vuelve a Palacio”.11 Este caso muestra cómo la política bíblica se instrumenta para legitimar gobiernos antidemocráticos y autoritarios, pero, como acusó el propio Evo Morales: “Si Jesús dio su vida por los pobres… ahora usan la religión para la discriminación”, en referencia a la manera en que estos gobiernos dirigen una política de violenta discriminación hacia las poblaciones indígenas. Como trasfondo se desata una cruzada para clericalizar al Estado laico.12 La política bíblica está siendo replicada en distintos países de América Latina y en algunos casos es empleada para apoyar liderazgos profascistas. En el caso mexicano, de manera nunca vista en su tradición laica, el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ganó las elecciones con amplio apoyo popular, ha implementado una política basada en el pragmatismo por el poder, estableciendo alianzas clientelares y gratificaciones corporativas con líderes evangélicos conservadores (que se presumen representantes del conjunto de evangélicos nacionales), instrumentando continuamente símbolos bíblicos y alusiones a Jesús en sus actos públicos y generando nuevos favoritismos por el ala conservadora de los evangélicos. Es también preocupante el avance de la derecha cristiana en México representada por una alianza entre católicos y evangélicos pentecostales con agendas conservadoras provida y profamilia. Este bloque recurre a un “secularismo estratégico” que implementa el discurso de los derechos humanos abanderando únicamente el derecho a la “libertad religiosa”, que no incluye las libertades de conciencia. Recientemente María Soledad Luévano Cantú, senadora por Morena, entregó una iniciativa de reforma a la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público en la cual se pretende suplir el principio histórico de separación Iglesia-Estado por el de libertad religiosa e incluir un artículo que en síntesis coloca al Estado al servicio de las asociaciones religiosas. Por su parte, el presidente ha comprometido concesiones de medios de comunicación a iglesias evangélicas, ha delegado la distribución de la Cartilla Moral a los templos evangélicos y está dando pie a que las entregas de becas de programas sociales sean acompañadas de proselitismo cristiano, creando así nuevas condiciones para un clientelismo evangélico.
Si bien sería apresurado e irresponsable decir que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador apunta a un modelo de dictadura fascista, sí podemos detectar varios de los rasgos destacados por Norberto Bobbio como complementarios al neofascismo, como la articulación líder-partido-Estado, el sentido de salvador del pueblo mexicano, la división entre fifís y chairos, pero sobre todo la política de proteccionismo y clientelismo corporativo donde la derecha cristiana aparece como un intermediario. En el presente los políticos ven en la derecha cristiana una mina de poder para ganar popularidad, y por su parte los cristianos ven en los políticos una nueva oportunidad de expansión evangélica que permita doblegar las libertades sexuales. El peligro es que esta relación puede llevar a fortalecer dictadores y estructuras antidemocráticas donde los símbolos religiosos se convierten en recursos del poder. Debemos estar alertas a la manera en que la nueva alianza de la evangelización electoral y la política bíblica ponen en riesgo la democracia participativa, las libertades democráticas y la laicidad que separan las relaciones entre Iglesia y Estado y que velan por el respeto a las garantías y los derechos humanos de todos los ciudadanos sin importar sus credos.
Imagen de portada: Bautizo en el mar. Fotografía de Etienne. BY 2.0
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Norberto Bobbio, Diccionario de Política, disponible aquí, consultado el 20 de enero de 2020. ↩
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Miguel Mansilla, “Tradicionalismos, fundamentalismos, fascismos: El avance de los conservadurismos en América Latina”, Revista Encartes, núm. 4, 2019, disponible aquí, consultado el 22 de enero de 2020. ↩
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Pew Research Center, Religion in Latin America. Widespread Change in a Historically Catholic Region, 2014, disponible aquí, consultado el 21 de enero de 2010. ↩
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José Luis Pérez Guadalupe, “¿Políticos evangélicos o evangélicos políticos?”, en José Luis Pérez Guadalupe y Sebastian Grundberger (eds.), Evangélicos y poder en América Latina, IESC/Konrad Adenauer Stiftung, Lima, 2018, p. 35. ↩
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Trump ha instrumentado el clientelismo evangélico entre las poblaciones blancas como un sector de apoyo político: 80 por ciento de ellos lo apoyaron en 2012 y actualmente 75 por ciento muestran un apoyo firme (encuesta CNN/SSR). Incluso está proponiendo una coalición llamada “Evangélicos por Trump” para reelegirse como presidente en las próximas elecciones. ↩
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David Smiley y Jimena Tavel, “Trump se declara en Miami el mejor amigo que han tenido los cristianos en la Casa Blanca”, El Nuevo Herald, disponible aquí, consultado el 20 de enero de 2020. ↩
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Informe de resultados disponible aquí, consultado 20 de enero de 2020. ↩
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Entrevista de Mayara Paixao a Michael Löwy: “Bolsonaro es el gobierno de derecha con más rasgos neofascistas”, disponible aquí, consultado el 20 de enero de 2020. ↩
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Las imágenes se pueden ver en “Una carta, una Biblia y una bandera inundaron el Palacio”, disponible aquí, consultado el 11 de noviembre de 2019. ↩
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En 2006 era usual en Bolivia que los funcionarios juraran sus cargos “por Dios y la Patria” ante una Biblia y se persignaran. En 2009 Evo Morales dejó de lado los rituales cristianos y modificó la Constitución de Bolivia como Estado “independiente de la religión”. ↩