Poema
¿Por qué esa soledad, aquella inexplicable desazón que subía por dentro, implacable, las tardes de los miércoles cuando juntos, los dos, marchábamos a prácticas de sóccer en las umbrías lindes del bosque en Val du l’Arc? Cubiertos hasta el cuello, salíamos corriendo a toda prisa para tomar el bus y escamotear al frío que azotaba las calles desoladas, y los dos mirábamos los álamos desnudos (blanquísimos, simétricos) quedarse abandonados, muy atrás, mientras yo, espantado, cogía tu mano pequeñita buscando con el tacto mitigar mi tristeza y mi ansiedad… Nada ni nadie más que tú curaba aquella inconcebible soledad que trepaba, subía por mi pecho en círculos sin aire esas lúgubres tardes de los miércoles. ¿Era, acaso, la angustia de perderte y de extraviar tu mano pequeñita para siempre, de ver de súbito, el futuro, el devenir y la velocidad del tiempo, o era el amor infinito que sentía por tu breve existencia compartida conmigo? Comprendía con dolor que esas horas contigo anticipaban una forma de vida diferente, una suerte de ausencia venidera, de transitoriedad y despedida.
Imagen de portada: Paul Cézanne, Bañistas con la montaña Sainte Victoire, 1906.