“A río revuelto, ganancia de pescadores” dice el refrán registrado en 1541 en el libro del Marqués de Santillana, Refranes que dicen las viejas tras el fuego, cuya glosa estipulaba lo siguiente: “En los negocios do ay confusión medran los codiciosos y bulliciosos”. La confusión por supuesto alude a las agitadas aguas de un río que, paradójicamente, incrementan la pesca. Llama la atención que en el título del libro de Maricela Guerrero, el refrán aparezca mutilado; no existe más la “ganancia de pescadores”, solo el río revuelto. “¿A río revuelto, qué?”, podríamos preguntarnos. La poeta nos contesta: a río revuelto, estos poemas. Y así entramos a este universo acuático hecho de palabras; todo en él será agua que se desliza, cae, se contonea, se embravece y nos arrastra con ella. No pasa nada si no sabemos nadar, porque no vamos a ahogarnos. El agua benevolente nos hace bailar, nos hace flotar. Todavía no se acaba el mundo, estamos por sumergirnos en él.
Es este un libro en movimiento que nos lleva de la ternura a la rabia y después al extrañamiento, por ejemplo, cuando de pronto en los “Tres poemas de animales acuáticos en drogas”, los cetáceos quieren toxinas para “hacer el bobo”. Sus versos nos despiertan una alegría de vivir, aunque nos llenan también de urgencia, porque el mundo está en llamas y la devastación no se detiene. Este es un libro personal y político (anticapitalista, diría yo), que habla de nosotros, la gente común, que “no tenemos fortuna, solo una atarraya”.
Si el agua es una clave de lectura, también lo es el baile que se hace presente en el título de la primera sección del libro: “Solo su atarraya” y en el epígrafe de Totó la Momposina. Ambos, tanto título como epígrafe, pertenecen a la canción “El pescador”, de la maravillosa cantante de la costa del caribe colombiano. Traerla a los poemas instaura en ellos una lectura en movimiento. Si ya bailábamos con el río, ahora un movimiento de caderas, una cadencia, un rito del y para el cuerpo; un baile orgánico, primigenio, profundo inundan la palabra poética. Hay en este libro una profunda reflexión sobre el lenguaje que cobra cuerpo en la escritura, que va del trabajo intertextual al lenguaje incluyente, del verso medido a la poesía en prosa. Los poemas de A río revuelto configuran un manifiesto, una declaración de principios sobre la escritura, pero también sobre los significados y sentidos que conferimos al mundo. Los sentimientos que despierta derivan directamente de esta poética en la que no solo la palabra, sino las formas del lenguaje son puestas en duda: “Sucede que a veces esta lengua no me alcanza siempre”, escribe Maricela.
En los textos que componen “Solo su atarraya”, Maricela se inscribe en una tradición literaria a partir de diversos elementos. Por un lado, el trabajo con la palabra de otros, tal es el caso de la intervención que realiza sobre el capítulo XX de la primera parte de Balún Canán, de Rosario Castellanos, o la reescritura de Ramón López Velarde. En el caso de la intervención, lo que encontramos es que Maricela ha cambiado ciertas palabras para trastocar todo el contexto del pasaje. Si en el libro de Castellanos la niña y la nana están en un oratorio y la nana le reza a un dios masculino para que cuide a la pequeña, en su poema, Maricela habla de una “diosa”, que es más bien una entidad vegetal, una diosa orgánica, un ser de la tierra. Por otro lado, el oratorio ha cambiado por la milpa, mientras que la niña, en vez de estar protegida por la fe del ser divino de los cielos, deviene en ceiba: hay una reconexión con la tierra, con el humus, con aquello que nos sostiene. Aquí aparecen entonces la transformación del lenguaje y la defensa de la naturaleza que atraviesa todo el poemario. Además, el texto presta atención a la clase social; si en Castellanos en la mesa de la niña “nunca se ha conocido el hambre”, en el poema, la nana le pide a la diosa que el hambre nunca vuelva.
Otro elemento es la red que se va tejiendo entre los textos del libro, y digo red para recordar la atarraya. Esta no es sólo temática, sino que pone en diálogo los poemas. Un poema después de “Rezo. Intervención al capítulo XX de Balún Canán” llega “Axkan kema/Así mero”. En él, Maricela cuenta la historia de cómo surgió la idea de intervenir el texto de Rosario: “leímos una vez más el rezo de Rosario Castellanos ese donde ella la nana encarga a la niña en un templo la encomienda y pensamos cómo sería si la entidad a quien la encarga no es un dios varón sino una entidad vegetal una naturaleza espiritual”. Es como si el poema nos mostrara el proceso creativo de Maricela, siempre relacional, comunitario, dialógico. La poeta habla con otros, recuerda a otros, los trae al presente para tejer con sus palabras los textos: ahí están Castellanos, Humboldt y López Velarde; los defensores de la tierra —Samir Flores, asesinado el 20 de febrero de 2019 en Amilcingo, Morelos, ¡presente!; Homero Gómez González, el defensor de la mariposa monarca, desaparecido y asesinado en enero de 2020, para él ¡verdad y justicia!; Lady Pech, la guardiana de las abejas—; además están las mujeres de su familia, las amigas, Sarita Montiel y los árboles, las aves y los peces. Una red de diálogos poéticos.
En la sección “Poemas de agua en agua”, se exalta aún más la importancia del elemento como motivo central de la escritura. En los textos que componen este apartado, Maricela explora formas de nombrar el agua, y extiende el lenguaje y lo vuelve afluente en sus dos acepciones, en tanto lengua expresiva y fecunda, pero también arroyo que fluye. “Agua en agua en niebla ciénega alegría pesquisas entonces dices de los alimentos plantas peces y tus manos y tus pechos dulces agua en lluvia en nubes bosques humedales imantados como labios hacia frutos dulces y alegría es que contigo fluyen palabras manantiales”, escribe Maricela en “Ciénega”. No por nada, en el último poema de la sección, titulado “Mañanas”, las pláticas “manan dúctiles y resbaladizas”. La lengua es agua, el componente más abundante de la Tierra, el elixir de la vida.
La penúltima sección del libro se titula “Deslices”, y si en el apartado anterior emergió el agua, en este retorna el baile. Los patines se deslizan, también la mercancía clandestina, las erratas, las frases de la abuela. El desliz es el baile del lenguaje, de las tías pájaras que se contonean y ruedan lejos de los mandatos de la feminidad para “ganar su dinerito”. La lectura se convierte en este apartado en un deslizarse entre poemas, una forma del lenguaje que dice sin decir, que se resbala entre palabras para nombrar lo que queda oculto. De deslices semánticos están hechas las metáforas.
A río revuelto puede entenderse en consonancia con otros textos. Si pensamos en las temáticas que aborda, sin duda Maricela podría estar dialogando con libros como El capitaloceno de Francisco Serratos, pero también con las reflexiones y el trabajo de Mónica Nepote o con las narrativas apocalípticas más recientes, como la novela Este vacío que hierve, de Jorge Comensal o La oficina del agua, del chileno Simón Ergas. Además, en cuanto a la intervención de textos ajenos, por no decir procedimientos intertextuales, estaría cercano a las escrituras de Nona Fernández y de Ave Barrera. Finalmente, la defensa del devenir del lenguaje en eso que se ha nombrado como “lenguaje inclusivo” —aunque yo pienso que su nomenclatura podría radicalizarse aún más—, conecta al libro con la parte más interesante del movimiento feminista, esa que jamás abogaría por la exclusión de nadie por ser quien es. Esto me hizo pensar también en el más reciente libro de Tania Jaramillo publicado por Malpaís Ediciones, Las cuerpas, que desafía el masculino universal de nuestra lengua.
Para cerrar me gustaría referirme al poema “Pienso mucho en nosotres”, que es un universo entero contenido en las palabras, un despliegue de temas y preocupaciones que van colmando los poemas del libro: ahí están el paracetamol, la máquina de escribir, las blusitas de holanes, el grand plié del ballet y también el trabajo asalariado, el techo de cristal, la violencia, el colonialismo, la desaparición de los bosques. En la poesía de Maricela, los temas universales se cuelan en el día a día, en las costumbres diarias, en el tiempo mundano y monótono de la pandemia, en las relaciones familiares, en la amistad porque, parafraseando esa frase tan mancillada de “lo personal es político”, podríamos decir que, en la buena poesía, o por lo menos en la que más me interesa y más me gusta, “la cotidianidad es ecuménica” o, en mejores palabras, “los destellos de la vida diaria componen el universo”. “Volveremos al mar y al bosque”, escribe Maricela como una promesa a sus lectores que con sus palabras nos volvimos río y fluimos desde la más alta montaña hasta los mares.
Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2022
Imagen de portada: Vicenzo Gemito, Pez escorpión, 1909. Gallerie D’Italia Napoli