Cristina Morales (Granada, 1985) ganó el premio Herralde en 2018 con su novela Lectura fácil, que cuenta la historia de cuatro mujeres mal llamadas “discapacitadas mentales” y hace una crítica aguda al asistencialismo público de Cataluña. El hilo argumental en el que confluyen todas las líneas narrativas es el proceso legal de esterilización forzada de la Marga —diagnosticada como hipersexual (lo que antes era denominado ninfomanía)—, y se narra por medio de diversos géneros discursivos (actas de asamblea, un fanzine, un monólogo en Whatsapp y el ensayo político). En esta entrevista el lector podrá asomarse al proceso de elaboración de la novela para conocer el escenario desde las bambalinas.
Frente a un panorama en el que “tiempo es dinero” y en el que para ser escritora necesitas tener una beca (ya sea académica o creativa) o tener ahorros en el banco, ¿cómo conseguiste tiempo para escribir Lectura fácil?1
Coincidió con una beca que yo conseguí de una fundación privada, que se llama Han Nefkens, conseguí esa beca de escritura creativa y fui la última en recibirla. Me la dieron para Terroristas modernos, la estaba terminando; pero ciertamente como esa beca me permitía vivir pagando el alquiler, pues en realidad no me tenía obligada a ningún trabajo más allá del literario de por sí. Me permitía estar terminando Terroristas modernos para su publicación y eso coincidió con el interés de la editorial Seix Barral, que iba a publicar esta novela y que me la había encargado. Entonces, me encontré con que tenía ese momento de estabilidad: tiempo, espacio y tranquilidad económica para la escritura.
Vi en una entrevista tuya que en un primer intento de publicación querían suprimir todo el fanzine de Lectura fácil y que era mucho más largo.
Ese fanzine tiene cien páginas, el Herralde lo gana con sus cien páginas. También la novela era algo más larga cuando yo la metí al premio. Al presentar yo la novela, junto con la editorial hice recortes de algunas partes, entre ellas el fanzine. Sin embargo, lo que Seix Barral proponía era quitarlo íntegro porque les resultaba peligroso. Tenían un miedo letal a que pudiera afectar la edición. Y eso no ha ocurrido. No he recibido hasta el momento ninguna demanda, ni creo que ya la reciba.
La parte del fanzine, en el que veo la propuesta de una escritura colectiva y de una desapropiación autoral, resulta muy interesante porque era un reto de edición, ¿cómo lo resolvieron?
El fanzine es un facsímil de algo que yo hice con tijeras y pegamento, y luego escaneamos. Poquito antes de salir la novela, un grupo anarquista del barrio de Barcelona donde yo vivo (el grupo se llama Acció Llibertària de Sants) lo imprimió íntegro, lo presentamos y lo sacamos a la venta. Lo ganado fue para el colectivo. Yo en cada presentación de Lectura me he llevado fanzines y los vendo aparte del libro. Y llevaré un cargamento ahora a Latinoamérica, espero que cuando llegue a México me queden en la maleta.2 Tiene vida aparte del libro: Lectura fácil no podría estar sin ese capítulo de la novela, pero el fanzine, aunque aparece dentro del libro, no está firmado y puede sobrevivir por sí mismo; por eso es que lo vendemos.
¿Qué diferencias hay entre las libertades y los discursos que te permite hacer el cuerpo en escena en comparación con lo que se puede hacer desde la esfera de la escritura literaria?
Efectivamente son códigos no muy diferentes, pero diferentes. Por ejemplo, depende de en qué estamos pensando: en una clase, en un ensayo, en una escena con público o estamos pensando en una improvisación que hace una sola en su casa mientras lava los platos, estamos pensando en las fiestas del pueblo… Si nos referimos a ámbitos profesionales, que pasan normalmente por el escenario, el público, la sala de ensayo, la clase, la academia, te diría que igual que con la escritura hay códigos. En Lectura fácil hay una reflexión sobre cuáles códigos son aceptados y cuáles no. Ahora recientemente no conozco mucho la escena de España, pero como que empieza a llegar la tentación de crear una filosofía y una teoría de la danza. Yo me he empapado de todos estos textos, (que quizá son cinco libros y diez artículos) los devoro. Si bien yo me empapé y los leí a fondo, me parece interesantísimo porque es también ponerle palabras a algo que está creado al margen del lenguaje verbal, del escrito. Hay una pérdida en esa necesidad, y es una pena que se requiera de la escritura y del pensamiento racional para legitimar el discurso. Una sabe que un cuerpo moviéndose es un discurso, que no necesitamos ponerlo en gramática alfabeta para leerlo. Eso es lo que he notado: nuestra absoluta falta de conocimiento del propio cuerpo y nuestro gran extrañamiento ante el cuerpo cuando habla. En mi práctica con mis compañeras en una compañía de danza que se llama Iniciativa Sexual Femenina nuestra manera de teorizar pasa por el deseo, aunque nosotras no la llamamos así para nada (lo vivimos desde un lugar mucho más básico, inmediato). Ser capaces de, en primer lugar, identificar nuestro propio deseo, qué tenemos ganas de hacer con el cuerpo: es una tarea ímproba. Identificar el deseo propio y aprender a comunicarlo, luego ya darle forma y meterlo en el formato de lo escénico. Diría que la pieza que estamos girando ahora, Catalina se llama, está cargada de eso que el lenguaje necesita llamar teoría. Un modo donde la disciplina del cuerpo se ve explícitamente y donde el placer del cuerpo, como poder perverso, se ve empíricamente. Claro que se pierde la lectura retórica de lo físico, se pierde el embellecimiento. Una cosa maravillosa. Eso lo podríamos ver de manera paralela con lo literario. Se podría identificar con una escritura que pretende ser esteta, que busca ser bella, y una escritura que no. Una en la que la belleza simplemente emerge.
¿Cómo fue que decidiste escribir en español y no en catalán considerando que tu novela transcurre en Barcelona y propone una mirada crítica a sus “políticas de inclusión”?
Tengo un catalán de supervivencia, sería imposible que escribiera en ese idioma. Llevo en Cataluña siete años apenas y tampoco estudié catalán en ninguna academia o escuela. Cuando lo hablo se me cuelan palabras en castellano para nombrar ciertos objetos. En mi entorno profesional, familiar o de amigos no tengo necesidad de hablar en catalán. Si yo me pusiera a escribir en catalán saldría algo que no respondería en absoluto con el catalán normativo. Es como si yo escribiera en “charnego”, que es como se les llama a los migrantes del resto de España que van a parar a Cataluña que son extremeños, andaluces…, que llegaron allá después de la Guerra Civil. Se le llama charnego a esa mezcla de catalán y español que hablan los migrantes. Como yo no he tenido la necesidad de aprender el idioma para trabajar, pues ni eso. Sería una lengua que no me he puesto a investigar siquiera. Sería una lengua —como diría María Galindo— bastarda. Y no estoy en ese experimento, todavía no me nace estar ahí.
¿Hay algo de autobiográfico en Lectura fácil? ¿El personaje de la Nati es tu alter ego?
Por un lado, a mí me encantaría ser ella; pero, por otro, es un personaje trágico. Muy trágico. Yo tengo más habilidades sociales que la Nati, pero sí es cierto que hay cosas de ella que a mí también me han pasado, ojalá tuviera yo esa fuerza. Al momento de la cocina de la escritura, el personaje sería como una versión extrema de mi respuesta a lo político, que al lado de Nati soy muy templada. Con ella hacía lo que en tantas ocasiones de la vida no me veía con la legitimidad o la fuerza para hacer.
¿Y las otras partes, por ejemplo: la transcripción de diálogo en asamblea parte de tu experiencia personal?
Por eso debo un gran agradecimiento. Por supuesto en parte está mi experiencia personal en asambleas, pero también hay una tarea de investigación. Libertad Anarquista en Barcelona me permitió acceder a un archivo muy grande de actas de asamblea de los años ochenta y noventa de lo que fueron (creo que ya no existen en Cataluña, sólo en Madrid) las Juventudes Libertarias. En estas actas en los años noventa que todavía se manejaban con Olivetti (la máquina de escribir) o todavía a veces se redactaban a mano, yo podía observar. Leí muchísimo, miré muchísimas y veía esta literatura que había en ellas, y también esto de ponerse nombres de ciudades, no cualquier pseudónimo sino uno de ciudad. Eso se sigue haciendo hoy en día, pero al verlo por escrito me pareció muy sorprendente y muy cargado de literatura. Fue algo de lo que yo me quise apropiar, la fuente de la documentación se la debo a mis colegas aquí en el barrio, que me permitieron abrir esos archivos. Una maravilla total.