Necesitamos otro tipo de historias. Tenemos que cambiar las historias de la Tierra […]. No tenemos palabras para eso ahora, y las que inventamos no sirven, pero siempre se piensa mejor cuando nos faltan las palabras. Donna Haraway
Subes la escalera, le das vuelta a la ruleta —pssttttt ttttttsss tttts track track track ta ta ta tá— y ves qué te sale, me dice Nadia saltando y gritando llena de energía. Oye, ¿pero todas las opciones de la ruleta son iguales?, ¿todas son ceros y unos? Pues sí… Me mira con cara de decepción. No sé muy bien qué hacer, por suerte ella rompe la tensión enseguida: ¡es una máquina del tiempo!, y vuelve a iluminarse su rostro.
El dibujo de Nadia —alumna de primero de primaria— es una ruleta de ceros y unos con una enorme escalera del lado izquierdo que responde a mi petición de imaginar un lenguaje del futuro. ¿Qué relación existe entre lenguaje y máquina del tiempo? Aunque no lo entendí en el momento, es cierto que casi todos los lenguajes que existen, con sus diferencias y coincidencias, se pueden traducir a código binario (imágenes, textos, sonidos). Pero hay una respuesta mucho más importante entre la pregunta y su dibujo: todo lenguaje es una máquina del tiempo y un juego en sí mismo. Aún más: cada palabra es una máquina del tiempo. Basta pensar en su genealogía, en sus variaciones y conjugaciones, o la forma en que saltan de un sentido a otro para entender que son justo eso: máquinas flexibles, objetos cambiantes que atraviesan el tiempo y el espacio mental.
Le escuché hace muy poco al antropólogo Néstor García Canclini una frase sobre su último libro; dijo que al escribir Pistas falsas estaba buscando en la ficción las respuestas que las ciencias sociales no nos dan. Reelaboro su comentario y me pregunto: ¿buscar en dónde las respuestas que la ficción no nos da? ¿Tal vez en otro vocabulario? El estaorizonte, “estallido en el horizonte” o “explosión del horizonte”, la palabra que Ileana Berenice —estudiante de cuarto de primaria— inventó, nombra con precisión eso que el vocabulario b quiere producir: un dispositivo que fisure el horizonte, una máquina interior de imaginación de lo posible, aunque sea pequeñísima.
Las tarjetas que aparecen aquí son un comienzo, una selección de algunas de las palabras que resultaron del experimento de imaginar con niñes, adolescentes y visitantes del museo Muca Roma un lenguaje para el futuro. Todas ellas (más de 700) conforman el vocabulario b y están catalogadas en siete grupos: 1. catástrofes naturales, 2. problemas sociales, 3. guerras, 4. híbridos y mezclas de cosas o seres vivos, 5. robots y cyborgs, 6. sentimientos nuevos y 7. contranarrativas.