Vivo en esta ciudad hace más de cuatro años. Algunas personas saben por qué y otras no. A veces digo que estoy aquí por amor y a veces me invento otro motivo. Al día de hoy da igual el motivo. De alguna forma creo que buscaba sentirme perdida, quería vértigo, dejarlo todo, estar lejos, aunque no supiese muy bien qué quería decir exactamente esta última palabra. Puede que ahora que casi todo está lejos, lo sepa mejor. Pero ya no importa demasiado el significado de las palabras, ni los once mil kilómetros que me separan de la ciudad en donde nací. Las preguntas y las respuestas, hoy en día, han perdido sentido entre tanta incertidumbre. Y, a decir verdad, ya me siento un poco de aquí. De esta ciudad más que de esta nación. Es complicado llamar país a este lugar. A mí me cuesta un poco. Aunque en tiempos de pandemia es posible que todos habitemos la patria del desasosiego. Esa parece ser la realidad que compartimos desde que comenzó el coronavirus. Mientras escribo esto, se habla de las fases de la desescalada. Vaya término. Suena a algo así como a bajar de una montaña. Nos imagino a todos descendiendo de una cima como la del Caminante sobre el mar de nubes de Friedrich. Aunque no creo que nadie haya contemplado durante estos días nada sublime como el personaje del cuadro. Lo importante es que, de a poco, dejaremos atrás estos días de encierro y volveremos a las calles. Las calles, oh, las calles. Pienso en el paseo que daré cuando pueda salir. Antes del confinamiento era mucho de pasear. De largas caminatas. A veces por el río, otras por la ciudad. Al principio me arrastraba a los caminos cuando la pena o la desesperación me impedían soportarme entre las cuatro paredes de mi habitación. Los primeros años no fueron fáciles. Pero afortunadamente le debo mucho a la tristeza. Después mantuve el hábito de caminar un poco por nostalgia y mucho por placer. Bendito sea el consuelo de andar. En la siguiente fase parece que podremos volver a los bares. Aquí somos mucho de bares. Estilo de vida al que me he adaptado con una naturalidad y una dignidad que casi me enorgullece. Los bares son la patria que comparten por igual los que se sienten de aquí y los que se sienten de allá, a lo largo y ancho de esta tierra. En estos más de cuatro años me ha dado tiempo de conocer a la mayoría de las personas que hay en mi ciudad. Aunque soy muy de frecuentar los mismos bares cada día o cada noche, depende. A algunos voy por cercanía, a otros por la cerveza que ponen, a los menos por las croquetas o las tortillas, a los más por la compañía y a casi todos por habitar la costumbre y frecuentar amigos. Aquí hay muchos bares en todas las ciudades, pero nunca he tenido la sensación de que sobre ninguno. Y eso debe querer decir algo. Yo también trabajo en uno, supongo que cuando esto acabe volveré a trabajar ahí, aunque no sé cómo será todo cuando regresemos. Es difícil pensar en que las cosas volverán a ser como lo eran antes del virus. Se habla de una nueva normalidad, pero mejor dejemos ahí este otro término. De momento lo que sí sabemos aquí es que no se celebrarán los Sanfermines. Algo que muchos han lamentado hace unos días cuando dieron el comunicado oficial. Según dice la Wikipedia éstas son unas fiestas de tipo religioso. Supongo que para Hemingway no lo serían. Ni lo son para los miles de extranjeros y de personas de diferentes lugares que vienen cada año a Pamplona. Para la gente de aquí son las mejores fiestas del mundo, por supuesto. Pero la noticia que se extendió con cierto halo de tristeza entre los pamplonicas, y para otros, puede que para la mayoría de fuera, resultó algo positivo. Entre los comentarios que pude leer en redes sociales se decía que al menos no se va a matar a los toros este año y se alegraban de la cancelación. Incluso leí una noticia sobre un colectivo antitaurino que ofrecía unos cuantos miles de euros para que no se celebrasen nunca más las fiestas. Yo que soy de fuera no veo por qué tienen que dejar de celebrarse las fiestas. Otra cosa son los toros, claro. He de decir que no soy taurina. No me crié con esa cultura, ni la entiendo, ni la comparto. Me queda muy lejos. Tanto como me queda Argentina, donde no existen las corridas de toros. Acabo de buscar en internet y al parecer, y para mi sorpresa, existieron pero están prohibidas desde 1899. Otra cosa es que pueda llegar a comprender que haya gente afín a esta tradición. El caso es que los toros son sólo un componente de las fiestas. Aunque sin duda, y pienso que no para bien, el más conocido de los Sanfermines. Pero está claro que ni el único, ni mucho menos el más importante. Eso lo sabe cualquiera que haya estado alguna vez en Pamplona entre en el 6 y el 14 de julio. Para mí, fue cuando me acerqué una mañana del primer año a la plaza consistorial para saber de qué se trataba el famoso encierro. Los animales hacen un recorrido por las calles desde los corralillos hasta la plaza de toros pero ni me enteré cuando pasaron los toros. Basta distraerse un microsegundo para no verlos. Tampoco fui a la plaza a ver las corridas. De manera que en todas las fiestas no vi más animales que algunas personas. Y pensé que tenían razón aquellos que defendían que los Sanfermines son mucho más que los toros. Tampoco es que quiera defender nada. Debo confesar que soy la primera que se agobia los primeros días de julio al ver la cantidad de gente que llega a la ciudad. Incluso, si encuentro oportunidad, me alejo un poco de la multitud o me escapo a algún pueblo. Aún así, tienen su encanto. Pero en fin, habrá que esperar hasta el año que viene. Y sí, será extraño, igual que muchas otras cosas a partir de ahora. Pero yo ya no me pregunto cómo será la vida luego de esta pandemia. Es curioso, antes me hacía muchas preguntas, ahora han desaparecido todas. Será un método de supervivencia o algo así. Al saber que no tengo respuestas se anulan todos mis interrogantes. Se esfuman. Como el tiempo. Creo que en ningún otro momento de mi vida he vivido más en el presente. También es cierto que los recuerdos invaden a su antojo el ahora, pero supongo que es lo normal. El pasado y el presente son lo único cierto en esta situación, aún con todas sus dudas. Pero bueno, en alguna fase, supongo, podremos reconquistar también el futuro.
Rocío Wittib nació en Buenos Aires, en 1989. Ha publicado en varias revistas virtuales y en papel, como Círculo de Poesía (México) y Cuadernos Hispanoamericanos (España). En 2018 publicó su primer libro La herida que besa el puñal en España. Sus poemas han sido traducidos al italiano, rumano y portugués. Desde 2016 vive en Pamplona, Navarra.
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Imagen de portada: Caspar David Friedrich, Der Wanderer über dem Nebelmeer, 1818