En un lugar de Chi Town de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un músico que componía beats (ritmos que acompañan a los raperos) a bajo costo para distintos intérpretes de hip hop: un soñador afroamericano de 19 años con deseos de convertirse en una estrella del rap, cuya creatividad y autoconfianza fueron tales que motivaron a un Sancho Panza a seguirlo de Chicago a Nueva York y registrar su camino al éxito con una cámara de video, todo ello inspirado en Hoop Dreams (Steve James, 1994), documental sobre unos estudiantes afroamericanos que sueñan con ser jugadores profesionales de basquetbol.
El resultado de aquella travesía fue también un documental, jeen-yuhs: A Kanye Trilogy, el cual contó con la producción de Netflix y fue nominado a la 74º edición de los Premios Emmy que otorga la Academia de Artes y Ciencias de la Televisión norteamericana. En él, Coodie Simmons y Chike Oza, los directores, registran el ascenso de Kanye West al estrellato del hip hop e invitan a reflexionar sobre el valor del arte y del artista, en contraste con su polémica imagen pública.
Kanye Omari West (ahora Ye) ya había logrado cierta notoriedad como productor, trabajando con Jermaine Dupri, Foxy Brown y Harlem World, cuando en 2000 entró en contacto con Coodie Simmons, conductor de Channel Zero (un canal de Chicago especializado en hip hop). Sucedió en uno de los programas de Channel Zero dedicado a dos raperos locales, Payroll y Don Ho, quienes invitaron a Coddie a la casa de Kanye West. El entonces conductor, cámara en mano, grabó el interior de la vivienda y también del refrigerador, donde solo halló una lata de chícharos.
Cuando Coodie decidió volverse biógrafo documental de Ye, nunca imaginó que aquel músico humilde (pero paradójicamente arrogante) terminaría siendo un polémico billonario, diagnosticado con un severo trastorno bipolar, protagonista de escándalos mediáticos, candidato a la presidencia de los Estados Unidos, diseñador de modas (destaca su creación de los tenis Yeezy, para Adidas), promotor del cristianismo y, sobre todo, uno de los artistas contemporáneos más importantes (cinco de sus álbumes fueron incluidos entre “Los 500 mejores álbumes de todos los tiempos”, según la revista Rolling Stone).
Uno de los méritos de Ye fue desencasillar al rap gangsta de la apología del hampón y romper con la rivalidad entre músicos de ambas costas de Estados Unidos que se vivía desde finales de los ochenta. Hizo un rap más suave. Sus rimas hablan de aspectos cotidianos de la comunidad afroamericana, problemas sociales, fiestas, observaciones irónicas, juegos de palabras, amor y Dios.
De joven me gustaban Run-D.M.C., The Beastie Boys y Wu-Tang Klan de la costa este, y N.W.A., Snoop Dogg y Tupac Shakur de la costa oeste, pero gracias a mi hija, Maya Mazariegos, quien rapea bajo el nombre de Baby Gangsta, escucho el rap actual: Cristaley, Kendrick Lamar, Lil Nas X, Little Simz y, por supuesto, Kanye West, fundador del rap moderno. Ye es una mente musical innovadora, como The Beatles, James Brown y Dámaso Pérez Prado; es para el hip hop lo que Duke Ellington para el jazz. Ha creado un estilo y un sonido muy propios, apoyándose también en colaboraciones con músicos destacados, entre ellos: Syleena Johnson, John Legend, Swizz Beats, Daft Punk, Rihanna, Gesaffelstein y Pharrell Williams.
Al principio tuve mis reservas para escucharlo porque se había casado con Kim Kardashian, una de las protagonistas del reality show Keeping Up with the Kardashians, creado por Kris Jenner, empresaria que tuvo la idea de comercializar la vida cotidiana de su familia pudiente, frívola y vacía tras explotar un video sexual de Kim con el cantante afroamericano Ray J en 2007. Creía que si Ye se juntaba con esa familia oportunista y hambrienta de fama a toda costa, él debía ser igual. Entonces no sabía que Kim era la Dulcinea de un Quijote mucho más complejo, de la que está enamorado y por la que comete penosos actos infantiles, aun después de su divorcio en marzo de 2022. Viendo el documental se entiende por qué le afecta tanto perder una relación familiar equilibrada, y cómo esto se refleja en su obra.
Finalmente le presté atención. Si Paul McCartney compuso una canción con él (“FourFiveSeconds”, 2015), seguro fue por algo. Escucharlo me hizo sorprenderme de su versatilidad. Es como si fueran varios compositores en uno, capaz de crear diversos estados de ánimo y tomar elementos del rock, soul, dance, pop y electrónico (sus influencias son diversas: David Bowie, Madonna, Dead Prez, Michael Jackson, Jay-Z y Stevie Wonder). Ye, además, utiliza muchos recursos: coros, instrumentos en vivo, samples, audio digital y sintetizadores; producidos y mezclados para crear complejos espacios sonoros. Sus seis primeros álbumes son notables. The College Dropout (2004), Late Registration (2005) y Graduation (2007) tienen una deuda con el soul clásico de los setenta. 808s & Heartbreak (2008), por su parte, es más maduro, con mucha orquestación y letras íntimas, creado a partir de la muerte de su madre y el accidente que casi le cuesta la vida. My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010), con portada del artista plástico George Condo, es una joya que encanta a cualquier oído, aunque no esté familiarizado con el rap, mientras que Yeezus (2013), minimalista y abstracto, está inspirado en una lámpara de Le Corbusier que Ye vio en una exposición de muebles en el Museo del Louvre. Para crear este último álbum se reunió con los arquitectos Oana Stanescu y Joseph Dirand, y con el interiorista Axel Vervoordt.
¿Qué camino recorrió Ye para llevarle su música al mundo? Los tres capítulos de jeen-yuhs: A Kanye Trilogy son muy reveladores, pero resalto el primero por sus imágenes espontáneas de una época de búsqueda, previa a la fama, que plasman los años de lucha para hacerse respetar como rapero (no solo como productor musical) y lograr la grabación de su álbum debut: The College Dropout (mi favorito) en Roc-A-Fella Records.
Hacia el final del primer capítulo destaca su madre, Donda, una mujer siempre alegre, gran apoyo en la carrera de su hijo. Cuando Coddie la visita graba su refrigerador, donde solo hay leche descremada y una botella de vino blanco, y luego registra una conversación con Ye en el comedor de la casa. Donda dice: “El gigante se ve al espejo y no ve nada”, después le explica a su desconcertado hijo que “una estrella no puede dejar de ser una estrella, pero debe vivir con los pies en la tierra”. La muerte de Donda significó un terrible parteaguas en Ye, quien la convirtió en musa de sus últimas grabaciones y “sesiones de escucha” (performances en los que participan actores y bailarines alrededor de una rústica iglesia de madera, en medio de charcos): Donda (2021) y Donda II (2022).
En el documental no se registra lo más polémico de su vida, seguramente porque Ye no lo permitió. Se menciona superficialmente su divorcio, pero no se ahonda en sus consecuencias: comprarse una casa frente a la de Kim Kardashian para vigilarla; el macabro videoclip de “Eazy”, donde, con muñecos animados, decapita al comediante Pete Davidson (que entonces era pareja de Kim), de cuya cabeza surgen rosas que luego corta con unas tijeras y le manda a su exesposa; llamarle “koon baya” al comentarista Trevor Noah (amigo de Kim), expresión racista por la que cancelaron su actuación en los Grammys 2022, a pesar de recibir dos galardones.
En el último capítulo vemos a Kanye alejado de sus primeros colaboradores, en otra geografía: su rancho en Wyoming y mientras trabaja en República Dominicana, en espacios abiertos, confortables pero solitarios, rodeado de jóvenes (muchos, blancos). Para entonces, West ya había orinado sobre un Grammy, insultado a Taylor Swift, hecho referencia a la esclavitud como una “elección” (básicamente, mental), apoyado a Trump (al que luego dio la espalda lanzando su propia candidatura presidencial), organizado un “brunch” con gente afroamericana para discutir el “futuro negro”.
El rapero se ha retractado públicamente de muchas de sus barbaridades, sin embargo, continúa negándose a tomar sus medicamentos para la bipolaridad, enfermedad que llegó a catalogar como un “súper poder”.
Los medicamentos bloquean mi habilidad de canalizar lo que Dios quiere que haga. Destruyeron mi confianza, me hicieron una cáscara de quien realmente soy. Me hicieron gris sobre mis ojos. Hicieron que el Mustang no corriera más.
Por supuesto, esto suena a una excusa para una conducta inapropiada. Sobre todo porque en la cultura actual se idealiza y hasta se capitaliza el escándalo, porque se traduce como promoción en el mundo del arte y el espectáculo. De acuerdo: Salvador Dalí hizo del escándalo parte de su obra (“que hablen de mí, aunque sea bien”). Pero la rebeldía de Ye no es estudiada ni estratégica. Expresa lo bueno y lo malo sin filtros, como un enfant terrible surgido de un suburbio afroamericano, pero con dinero y fama, con cámaras y micrófonos encima. No obstante, al final asume la responsabilidad de sus palabras y actos, siguiendo la máxima judía: “Haremos y escucharemos”.
Sus fans lo conocemos y cuando desvaría no lo tomamos en serio, ponemos por encima su obra, que realmente apreciamos. Quienes lo juzgan únicamente por sus resbalones mediáticos deberían ver su documental para profundizar en la personalidad de un artista en sus diferentes dimensiones.
En el último capítulo, Ye sostiene su eterna sonrisa, inocente y retadora. Pareciera que siempre será el mismo músico que gasta lo que gana en ropa fina y acude al sunday service, sin desviarse de su misión artística. Kanye Omari West es auténtico, con una vida interior caótica y una enfermedad mental con la cual lidiar, pero, a pesar de todo, nunca deja de crear. Es el hombre negro más rico de un país que no ha dejado de ser racista (lo que se evidenció durante la presidencia de Donald Trump), quien con egolatría se autodenomina “Yeezuz” y el mejor artista del siglo. jeen-yuhs: A Kanye Trilogy nos muestra su aspecto más positivo: el valor de la autoconfianza y el trabajo duro y constante; desde mi punto de vista, una inspiración para quienes nunca se rinden para lograr sus sueños.
Cartel del documental jeen-yuhs: A Kanye Trilogy, de Coodie Simmons y Chike Ozah, 2022
Imagen de portada: Fotograma del documental jeen-yuhs: A Kanye Trilogy, de Coodie Simmons y Chike Ozah, 2022