Un condón para los dioses

Inteligencia Artificial / panóptico / Mayo de 2024

Lizandro Samuel

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Sintió como que una mano la halaba por el tobillo y no lograba salir a la superficie. La fuerza que la atrapaba se incrementó. No sabía si había caído por error en una especie de hueco: parecía que existía un abismo entre los dedos de sus pies y el piso de arena. Llevaba ya demasiado tiempo bajo el agua. Nunca antes le había pasado algo así. No vio ningún animal; no había ningún remolino. Entonces notó, borroso, una especie de brazo que la atenazaba por debajo de los senos y la arrastraba hasta lo que más anhelaba: el aire.

​ —¿Estás bien? —le preguntó el hombre cuando estuvieron de pie, con el agua lamiéndoles las pantorrillas.

​ Ella tosió y apoyó las manos sobre sus muslos.

​ —¡Chama, me asustaste mucho! ¡Pensé que te ibas a morir! ¿Qué te pasó? Tú sabes nadar —la interpeló su prima.

​ Katty, que todavía sentía la taquicardia, miró en diferentes direcciones: a su derecha, el chamo que la acababa de salvar; a su izquierda, su prima. De frente, se acercaba trotando, con el agua en los muslos, su primo. La cuestión fue la siguiente: Katty estaba en playa Los Ángeles, en La Guaira, saltando olas con su prima y su primo. Este decidió salir un momento a encargar en un quiosco de comida que les fueran friendo unos pescados. Vino una ola más grande de lo habitual. Katty se sumergió. No logró salir a la superficie. Lo demás es pura confusión.

Figura en la Casa Templo de Santería Yemayá, Trinidad, Cuba, 2015. Fotografía de Ji ElleFigura en la Casa Templo de Santería Yemayá, Trinidad, Cuba, 2015. Fotografía de Ji Elle

​ —Me llamo Vidal —se presentó el muchacho, cuando estaban ya fuera del agua—. Si necesitas algo, llámame —y le extendió un papel con su nombre.

​ Los primos habían dejado a Katty sola con el joven, bajo la excusa de que iban a chequear los pescados que habían pedido. Ella no se preguntó entonces de dónde había sacado el desconocido un papel con su número de teléfono. Lo que sí llamó su atención fue algo que sostenía en su otra mano: unas figuritas de colores, parecían de plástico.

​ —Ah, ¿esto? —la atajó él, viendo la dirección de la mirada de Katty—, era un collar. Me lo arrancaste sin querer mientras trataba de sacarte.

​ Katty se disculpó y tomó el papel. El muchacho, sin camisa, se guindó un morral, le dio la espalda y se marchó. A Katty le gustó cómo se veía el sol sobre esa piel.

​ A los pocos días, le envió un mensaje a Vidal.


II

Katty trabajaba en el área administrativa de una empresa en Caracas, vivía sus veintes largos. Vidal, un poco más joven, era diseñador gráfico freelance. Conectaron hablando de cine, música y libros. El cliché habitual. Pero lo que más le sedujo a ella —que vivía en un sector popular, en una casa que algunos llamaban rancho y en unas condiciones que varios científicos sociales podrían haber denominado de hacinamiento— era que él vivía solo, en un apartamento muy pequeño, cerca de una playa. Katty pasaba los fines de semana jugando a escenificar una película romántica, seducida por estar en el que, desde niña, había sido su ambiente favorito: el mar.

​ Cuando tocó el timbre, uno de esos sábados, quien le abrió no fue Vidal, sino un hombre más alto, un poco pasado de peso y con un rostro parecido al de su novio. Vestía totalmente de blanco, usaba unos collares y pulseras de colores llamativos y tenía el entrecejo de alguien que acaba de decir cosas desagradables. Vidal apareció desde el fondo.

​ —Te presento a mi papá —dijo, unos segundos después.

​ El hombre estrechó la mano de Katty y le comentó a Vidal, con tono de almirante, que los vería en un rato. Luego, se marchó. Ese día era el cumpleaños del papá de Vidal y el joven no quería ir, explicó; por eso habían discutido.

​ —Pero ¿por qué no quieres ir?

​ Katty no sabía si era porque le daba pena presentarla (quizá ella era una suerte de amante y su novio tenía otra pareja), o si había otro tipo de conflicto. Vidal suspiró.

​ —Vamos —insistió ella—. ¿No te molesta ir conmigo, verdad?

​ Los tambores se escuchaban a varios metros de distancia. Había altares con estatuas bellísimas, fotos de dioses y símbolos que le generaban a Katty un impacto difícil de adjetivar; velones, collares, pulseras. Las percusiones hacían que su corazón subiera al cielo como una burbuja a punto de explotar. Y todo el mundo fumaba tabaco. Llegó a ver a un niño que aparentaba menos de diez años con uno. Pero lo que más impresión le generó, luego de haber recorrido la casa de la mano del hijo de alguien muy poderoso, fue ver animales tan variados: chivos, gallinas y pájaros.


III

Pocas personas han estudiado tan bien la religión y su impacto cultural en Venezuela como la antropóloga Michaelle Ascencio. En su libro De que vuelan, vuelan cuenta sobre la santería:

Esta religión, oriunda de Yoruba (actual Nigeria), se conformó en Cuba durante la época colonial. Hasta comienzos del siglo XX, la santería, el vudú haitiano y el candomblé brasilero eran las tres religiones afroamericanas del continente, traídas por los esclavos que trabajaban en las plantaciones de caña de azúcar. La santería y el candomblé traspasaron sus marcos étnicos tradicionales y se fueron convirtiendo en religiones de gran parte de la población de Cuba y de Brasil, dejando de ser, así, religiones exclusivamente afroamericanas. Mucha de la popularidad que tiene la santería en varios países del continente, sobre todo en el Caribe, se debe a la difusión que ha tenido esta religión, desde la década de los sesenta, cuando sus dioses y sus devotos emigraron de Cuba hacia Miami y, en menor escala a otros países, huyendo del régimen castrista, que prohibió los cultos.

​ Iniciarse en la santería implica asumir un santo en un ritual. Así, el practicante pasa a ser un hijo del dios en cuestión; la elección o asignación del santo está muy relacionada con la personalidad de cada quien.

​ —No tengas miedo —se acercó una mujer, toda vestida de blanco.

​ —No. No tengo —carraspeó Katty—, te lo juro. Lo que estoy es, guao, impresionada.

​ Vidal las interrumpió y las presentó: una era Vilma, su prima; y la otra su novia. Katty notó cierta complicidad entre ambos.

​ —Hay gente que es muy prejuiciosa —se quejó Vilma cuando ambas volvieron a estar solas—, nos juzgan o nos atacan sin conocernos. A mí esto me parece una práctica muy bonita. Y, ¿sabes?, yo respeto a los católicos, evangélicos, musulmanes, judíos… a todo el mundo.

​ —O sea, a mí no me parece nada malo esto. La fiesta está buena. Solo me causó impresión, por lo nuevo, todo.

​ —Es una práctica muy bonita. Yo soy hija de Yemayá. He hecho muchos rituales de curación. He visto personas con enfermedades graves curarse. Siento que he ayudado a proteger la salud de mi familia.

​ Katty asintió.

​ —Lo único que no me gusta —continuó Vilma— es que hay gente que hace cosas… malas, digamos. Gente que hace trabajos para manipular o para hacerle daño a otros, o que quiere hacerse millonaria con la fe. Eso no está bien.

​ Katty no supo qué decir.

​ —Es como una hojilla, como las armas blancas, ¿me entiendes? —continuó Vilma—. Una puede usar un bisturí para operar a una persona, o puede usar un puñal para matarla.

Bailando para los dioses en una ceremonia vudú en la Souvenance Gonaives, Haití. Fotografía de NlecoroBailando para los dioses en una ceremonia vudú en la Souvenance Gonaives, Haití. Fotografía de Nlecoro


IV

Es difícil encontrar datos oficiales y recientes, debido a las deficiencias estadísticas en Venezuela; sin embargo, un reportaje de la BBC1 inicia de la siguiente manera: “En un país donde nueve de cada diez personas dice ser católica, la santería y el espiritismo ganan cada vez más adeptos. Algunas estimaciones afirman que los seguidores de estos cultos alcanzan el 30 % de los casi 28 millones de venezolanos. Otros, como el antropólogo Ronny Velásquez, aseguran que la mitad de la población práctica, de alguna u otra forma, estas religiones”.

​ No tenía nada de raro que no funcionara, razonó Katty; después de todo, el fracaso es lo normal en el noventa por ciento de las relaciones sentimentales. Vidal parecía descentrado. Le sugirió que viera a un psicólogo, a lo que él no se negó pero nunca terminó de decidirse.

​ —¿No entiendes que ya no tengo dinero? —rezongaba él.

​ Era verdad. Había empezado a perder clientes y los pocos que tenía tardaban en pagarle. Vidal ponía cara de ratón atrapado cada vez que Katty amagaba con dejarlo bajo la excusa de que lo notaba distante, de que no terminaba de abrirse emocionalmente. Así que empezó a hacer algo que hasta entonces había evitado: hablar de su familia. Según dijo, su relación con su padre siempre había estado marcada por la insuficiencia: su papá esperaba comportamientos que él no estaba dispuesto a cumplir. Aunque pareciera tonto, dijo, hasta el hecho de que no le gustara el beisbol había sido motivo de conflicto: su papá soñaba con tener un hijo pelotero o militar. Vidal quería pasar los años nadando hasta el infinito y podía invertir horas en juegos de computadora.

​ Michaelle Ascencio explica en su libro que “los investigadores coinciden en que las principales deidades entraron a Venezuela por la religión de María Lionza, para conformar lo que se conoce como la Corte Africana, integrada por las Siete Potencias’ (Obatalá, Orula, Eleguá, Ogún, Shangó, Ochún y Yemayá), durante la primera mitad del siglo XX. Lo anterior significa que hay que hacer una diferencia entre esta Corte Africana, que está dentro de la religión de María Lionza, y la santería como religión aparte”.

​ Algo que había derramado el vaso en la relación de Vidal con su familia en su momento fue el conflicto religioso. Su mamá hacía brujería, su papá era un santero con prestigio y su abuela materna era católica. Todos habían tratado de halarlo a su parcela: él nunca había ido a la montaña del Sorte, no hizo la primera comunión y tampoco había recibido al santo. Su mamá y su abuela habían aceptado este rasgo de su personalidad, pero su papá era más intransigente.

​ —Creo que por eso me está haciendo trabajos, o sea, rituales mágicos, para que me vaya mal.

​ —Pero tú me habías dicho que no creías en eso.

​ —Es que no creo. No sé. No funciona. O a veces sí.

​ Vidal vio que Katty estaba a punto de estallar.

​ —Hay algo que… –continuó–. ¿Te acuerdas que te conté que mis relaciones con mi exes fueron muy malas y eso? Que me montaron cachos, que no me respetaban…

​ —Ajá.

​ —Bueno, yo me sentía pésimo porque me iba supermal en el amor. Y me acordé que mi papá siempre me decía que el mar es un lugar poderoso para hacer rituales. Los santeros siempre buscan usar los cuatro elementos. El mar, supuestamente, tiene una carga energética muy fuerte. El sitio en el que los ríos desembocan en la bahía, por ejemplo, es muy codiciado para hacer trabajos. Bueno, yo quería una novia que me quisiera, así como tú. Por eso unos seis o siete meses antes fui a playa Los Ángeles de madrugada, donde nos conocimos, e hice un trabajo. Mezclé vainas que había aprendido viendo a mi mamá y a mi papá. Y mira lo qué pasó: te conocí.

​ —¿¡Qué!?

​ —Entonces, yo no sé… a veces sí funcionan esas cosas.

​ Katty recordó los comentarios de algunas de sus tías, que decían haber visto desechos de rituales en las playas: cadáveres de animales, velas, frutas. De repente las imágenes se amontonaron en su cabeza: los chivos que vio en la fiesta, ella ahogándose, Vidal rescatándola, las palabras de Vilma, el niño con el tabaco, el sol pegando en la espalda de Vidal. La atracción loca que sentía por él.

​ Se paró corriendo al baño.

Batuque de Umbigada de Piracicaba, São Paulo, Brasil. Fotografía de Maria Eugenia TitaBatuque de Umbigada de Piracicaba, São Paulo, Brasil. Fotografía de Maria Eugenia Tita


V

Tenían dos meses separados cuando Katty se animó de nuevo a ir a las playas de La Guaira. Pero a unas que están más hacia el final. Alquiló junto con sus amigas del trabajo una posada en Chuspa. Una mañana, la dueña del lugar les preguntó a dónde iban. Ellas respondieron.

​ —Por nada del mundo vayan allí, por favor —la mujer palideció.

​ Se refería a la cascada El Monje, cuyo nombre hacía alusión a un religioso que, tiempo atrás, se estaba bañando cuando desapareció. Desde entonces, explicó la mujer, todos los que se dejan acariciar por ese manto de agua corren con un destino similar. Ni siquiera aparecen los cadáveres. Una vez fue un equipo de buceo que al parecer nadó hasta un infinito metafísico sin retorno. No se los volvió a ver.

​ A Katty la historia le pareció pintoresca. Más allá de las alusiones sobrenaturales, pensó que debía ser un río de corriente peligrosa, así que era mejor evitarlo. El caso es que bastó esa historia para que el resto de sus vacaciones se encadenara en su mente un solo nombre: Vidal. La nostalgia se convirtió en un gato montés y Katty decidió llamarlo al llegar a Caracas. A las semanas estaban teniendo relaciones sexuales como felinos desmemoriados.

​ Noche. Una fiesta. Apartamento de Vidal. Katty, el anfitrión, Vilma y unos amigos de estos dos últimos. Habían tomado ron, fumado y reído hasta reventar los hilos de la realidad. Ebrios, uno a uno habían ido cayendo dormidos. Katty y Vidal en el cuarto, solos, tras caricias pegosteosas.

​ Katty recordaría que se sobresaltó, como si una mano fantasma la zarandeara. Era Vilma, que le sugirió que se levantara y fuera a la playa. No quiso dar explicaciones. Katty hizo caso. Eran poco más de las dos de la mañana pero caminó hacia el lugar indicado por Vilma.

​ Tocó el brazo de Vidal, para llamar su atención. Él volteó con cara de ser descubierto sobre la poceta. Había una especie de balsa pequeña, que solo habría podido navegar una rata. Sobre la balsa, Katty reconoció el vaso del que ella había bebido toda la noche, un condón usado que supuso que era de él, vellos púbicos que por el largo pertenecían a Vidal y cabellos que parecían de ella. El pedazo de tela de una de sus pantis, manchada por un líquido blanco y espeso. De inmediato supo qué era. Un papel, atado a la madera, que decía para siempre.

​ La luz del único farol que funcionaba los iluminaba de forma teatral. Vidal sostenía una vela en una mano.

​ —¿Cómo pensabas encenderla con esta brisa, wevón? —escupió ella, con ojos de fruta podrida.

​ Vidal permaneció en silencio. Se irguió:

​ —Pudo ser peor. Las mujeres le ponen sangre de la regla a la sopa de sus maridos.

​ Katty dio media vuelta y empezó a caminar: sabía que de esa mano sí tendría que liberarse sola.

Imagen de portada: Batuque de Umbigada de Piracicaba, São Paulo, Brasil. Fotografía de Maria Eugenia Tita

  1. Juan Paullier, “Venezuela, espiritismo y santería”, BBC, 17 de octubre de 2011. Disponible aquí