Caribe es ser y estar. Es la catástrofe, la calamidad y el insostenible azar. Tener que soportar la realidad y gozarla hasta su molécula última. Línea azul, horizontal y constante, como el deseo de narrar descarnadamente la realidad que te aprieta o la esperanza de salir del país en que naciste porque es corrupto y corrompe. Como parte de una corriente literaria que lee y narra ese Caribe desde donde me lanzo hacia una suerte de cabotaje, reflexiono sobre las posibles historias que me acompañarían en esta odisea. La primera sería Escalera para Electra, de Aída Cartagena Portalatín. Publicada en Santo Domingo a raíz de la caída del dictador Trujillo, la novela fue finalista del premio Seix Barral y causó revuelo más allá del ámbito nacional. Escalera es una reescritura de la Electra de Eurípides, que maneja un drama local: en la comunidad de Moca, en el norte del país, se asiste a una trama criminal e incestuosa, que en cierta medida es una representación de la sociedad. Recién el texto ha sido publicado por la Editorial Cielonaranja con un estudio del investigador y editor Miguel de Mena. Aída se construye como intelectual en una sociedad donde la ideología predominante es la sumisión al poder. Al día de hoy las cosas no han cambiado mucho en este aspecto, como tampoco ha cambiado la forma en que las mujeres caribeñas enfrentan estas políticas. Ejemplo de ello es el trabajo artístico de Rita Indiana Hernández. A través de su performance, su música, pero sobre todo su narrativa, Hernández representa el carácter fundamental de lo caribeño: la exageración, el conflicto y el constante movimiento. Ésta es la esencia de su novela Hecho en Saturno, pieza clave para entender las intersecciones entre aspectos como la sexualidad, la negritud y las divisiones de clase en el Caribe a partir de un drama del espacio familiar. Hecho en Saturno es una historia contada entre Cuba y la República Dominicana mediante contrastes y comparaciones donde la autora presenta las realidades de dos naciones caribeñas que son, a un tiempo, parecidas y distantes. En Dominicana, el arrastre político del neoliberalismo y la narcoeconomía promueven la práctica de la corrupción, mientras que en la Habana de comienzos del Periodo especial el colapso del sistema económico pondrá sueños y lealtades a prueba. Los orígenes de lo que se denomina como Periodo especial pueden ubicarse en los inicios de la década de 1990, a raíz de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Como se sabe, el bloque soviético era el principal aliado del mandato de Fidel Castro, lo cual se traducía en un soporte económico fundamental. Aunque las historias sobre este aciago periodo abundan en la literatura, es quizás con la publicación de la Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez que estos relatos adquieren visibilidad a pesar de la censura. Orquestada como una novela, esta colección de historias duras y conmovedoras nos revela a un escritor que utiliza la ficción como crónica de unos tiempos terribles y contradictorios.
Actualmente, una de las obras que con más certeza retrata las consecuencias de este proceso es Los caídos del cubano Carlos Manuel Álvarez. Perteneciente a la generación que creció durante la Cuba postsoviética, el autor pone su experiencia como periodista al servicio de la narrativa para proyectar las complejidades entre familia y política en el diario vivir cubano. Desde diversas perspectivas de los miembros de una familia y su ubicación en la trama, determinamos la naturaleza individual de sus caídas. Con capítulos breves, de gran densidad cinematográfica, Álvarez realiza una representación de las incoherencias y arbitrariedades de los sistemas de poder y cómo éstas afectan las decisiones y el destino de los individuos. La migración es una de las múltiples consecuencias de estas vicisitudes políticas y sociales, y el tránsito es inherente a lo caribeño. Estos traslados, ya sea entre islas o hacia tierra firme, constan de procesos particulares. Tal es el caso del puertorriqueño Pedro Cabiya, quien luego de estudiar un doctorado en California y de realizar un recorrido por las islas caribeñas, sienta bases en la República Dominicana, desde donde ha creado una cautivante obra narrativa que tiene como ejemplo primordial un díptico de Historias tremendas-Historias atroces, en el que se reta al lector a imaginar universos posibles con cuentos cercanos a la fantasía de la ciencia ficción especulativa. En este contexto aparece su más reciente novela: Tercer mundo, una metáfora del movimiento y su significado en el Caribe. Con una mezcla entre santería y cyberpunk, Cabiya recurre al imaginario desarrollista de una derrota puertorriqueña para presentar el Caribe como espacio de destinos futuristas. Llena de travesías está también la escritura de la puertorriqueña Mayra Santos-Febres. Novelas como Sirena Selena vestida de pena la sitúan como una narradora de fuste, que rebasa los límites impuestos por la precaria distribución editorial caribeña. Su novela Fe en disfraz se forja en una combinación de historiografía y prosa. El texto aborda el erotismo como una metáfora para proyectar cuestiones de raza y género en nuestra sociedad, mediante el contraste de dos personajes cuyas vidas están entrelazadas en procesos de esclavitud y jerarquías hegemónicas.
El Caribe, espacio de la fantasía turística, es también marginal y sometido, subordinado a la dicha malversada y al reverso de la postal o bien, la cara fea de la selfie. Una literatura que parte desde este movimiento se manifestará siempre en diversas formas de resistencia. Las novelas Dominicana de Angie Cruz y Chapeo de Johan Mijaíl son prueba de esta entereza. Dominicana es una novela basada en la historia de Ana Canción, niña que es canjeada por su familia a cambio de una visa para un sueño. Quien se la lleva es un dominicanyork que le dobla la edad. Debido a los abusos que sobrevive, Ana comprende que su único fin es resistir. La historia está enmarcada en el contexto de los movimientos de los derechos civiles en los Estados Unidos, la Guerra de Vietnam y la intervención de los marines estadounidenses en la República Dominicana, suceso que se conoce como la Revolución de Abril. Recientemente la novela ha sido traducida al español por la escritora Kianny Antigua. La narrativa del Caribe insular de habla hispana, sobre todo a partir del año 2000, evidencia un claro afán de expandir las condicionantes sociales, artísticas, filosóficas y hasta estéticas impuestas desde el establishment cultural de Puerto Rico, Cuba y República Dominicana. Un ejemplo de esta intencionalidad es la obra performática y narrativa de Johan Mijaíl. Oriunda de la República Dominicana, la artista plantea un discurso que enfrenta la exclusión de los sujetos no empoderados en la dicción del país. Por dicción entiéndase una serie de imprecisiones históricas y narrativas que marginan todo elemento que no encaje en la hegemonía de la intelectualidad caribeña. En Chapeo, publicado recientemente en México por Elefanta Editorial, la autora presenta una serie de diapositivas superpuestas entre la historia y un presente ajeno y confuso. El cuerpo trans que la dicción quiere encerrar en torno a sí mismo se abre mientras recorre “El Gran Santo Domingo” de la intelligentsia barrial dominicana, matizada en beat de dembow y teteo. La protagonista de la historia vive en un constante transformance del espíritu para que diosas de dimensión paralela ocupen su lugar en el discurso del complicado rizoma caribeño. Soy consciente de que siempre se fracasa al hablar de lo que se ama, mas aquí he querido representar un breve Caribe de narrativas confluyentes, de tránsito constante, de remezclas y apropiaciones, en donde las diferencias geográficas no son nada ante la cercanía de nuestros acentos, sabores, colores y dolencias comunes.
Imagen de portada: Mapa del Caribe. Jan Luyken y Claes Jansz Voogt ca. 1684. Rijksmuseum Collection